No fue un desastre si tenemos en cuenta que a la Mujer del animal, gran película de Víctor Gaviria, le fueron el año pasado menos de diez mil espectadores. Claro que hay ejemplos peores como la misma El abrazo de la serpiente que contó, antes de su segundo reestreno después de la nominación al Oscar, con poco más de cincuenta mil espectadores. Incluso podría ser un éxito teniendo en cuenta que el público colombiano desprecia su cine, que ha condenado sus propias películas a un promedio infame de ocho mil espectadores, una cifra que quiebra al cineasta más guapo y voluntarioso.
Cien mil espectadores en sus primeras dos semanas pueden ser muchos para una película hablada en wayuu. Sin embargo, Pájaros de verano es, con USD 5 millones, la producción más cara de la historia del cine colombiano. A largo plazo, después de sus exhibiciones en las salas de arte y ensayo más prestigiosas del mundo, Ciudad Lunar, la productora de Ciro Guerra y Cristina Gallego, terminarán recuperando la inversión. Si acaso consigue una nominación al Oscar seguro obtendrán ganancia. Pero el público no se ha volcado en masa a verla. Pájaros de verano tiene una grandeza que nunca habíamos visto en nuestro cine. Más allá de que Daniel Coronell y el editorial de El Tiempo del sábado pasado hayan invitado a verla por su significado histórico —pocos colombianos recuerdan que fue la bonanza marimbera en la Sierra Nevada la que impulsaría los temibles carteles de la droga que arrasarían al país en los ochenta— la nueva película del tándem Guerra- Gallego es cine en estado puro, una obra capaz de envolvernos en una atmósfera de sueño hipnotizándonos, hechizándonos, un sortilegio wayuu que ataca los sentidos. Sabemos que la gente que suele a ir al cine en Colombia es alérgica a la belleza, que tiene la capacidad de concentración de un ratón en un subidón de anfetaminas. Está claro que uno de los ítems pendientes en el crecimiento de nuestro cine es la formación de público. Lo que no he entendido es por qué los autodenominados altos jerarcas del cine han pordebajeado la película.
La he visto tres veces
y aún ignoro por qué Manuel Kalmanovitz de 'Semana'
le dio tres estrellas de cinco
La he visto tres veces y aún ignoro por qué Manuel Kalmanovitz de Semana le dio tres estrellas de cinco. Es válido parecer muy inteligente arqueando la ceja y bajándole el pulgar a lo hermoso. Es taquillero llevarle la contraria a la Santa Iglesia Cannes, que se decidió por Pájaros para abrir la Quincena de Realizadores convirtiéndose en la primera producción latinoamericana en tener ese honor, y decir que sí, que la película es buena pero que los problemas de guion son notorios
—nadie sabe cuál es el grupo con el que los gringos traicionan a Raphayet— o que la actuación de Natalia Reyes es lamentable y que la película es fría y que hay que ser un completo idiota para creer que Ciro Guerra y Cristina Gallego son unos genios absolutos.
Los críticos en este país les han dado palo a todos los genios. No es envidia, es simple falta de criterio. Hay que ver lo que dijeron en su momento de los Talking heads de Lorenzo Jaramillo, de las primeras novelas del Rio del tiempo de Vallejo o de los cuentos de Hernando Téllez. En cambio, han ensalzado a mediocres como Constaín, Mendoza o Abad. Nos han querido prevenir contra Ciro Guerra desde que era un muchacho de 24 años que acababa de hacer esa obra extraña, beckettiana que es La sombra del caminante. En los perfiles de Facebook, donde todos son tan limpios, tan sabios, han llegado a acusar a Pájaros de querer perpetuar el legado de las narcoseries o de las narcopelículas. Complaciente, facilista, estigmatizadora de la cultura wayuu, el calvario de Ciro y de su película apenas empieza. Fue el mismo sufrimiento que pasaron las que para mí son las 10 mejores películas de nuestro cine en los últimos 30 años:
- Tigre de papel, Luis Ospina
- Rodrigo D, Víctor Gaviria
- Pájaros de Verano, Ciro Guerra y Cristina Guerrero
- Los nadie, Juan Sebastián Mesa
- El abrazo de la serpiente, Ciro Guerra
- La estrategia del Caracol, Sergio Cabrera
- Confesión a Laura, Oswaldo Osorio
- El vuelco del cangrejo, Oscar Ruiz Navia
- La vendedora de rosas, Víctor Gaviria
- Roa, Andy Baiz
Una renuencia de la crítica de abrazar con emoción a la obra maestra y de la crítica que le da la espalda, con la excepción de La estrategia, La vendedora y El abrazo quienes llevaron más de un millón de personas a las salas. Es duro y desagradecido hacer películas en este país. Es casi tan inútil como ser honesto. Es un pasaporte al cáncer, a la ruina económica, al desprestigio. En esas condiciones sí provoca decir lo que el maestro Luis Ospina dijo cuando perdió buena parte de su salud y de su fortuna familiar por hacer películas: “Que los divierta su madre”.