Qué lástima, señor presidente. Pese a la existencia de pruebas contundentes recogidas por la revista Semana, el ejército asegura que no hubo interceptaciones ilegales y que la única irregularidad cometida fue haberse dejado pillar. En otras palabras, el único pecado que reconocen es no haber podido montar bien el engaño.
Y de verdad que es una lástima, señor presidente. Era la oportunidad de oro para que el ejército le demostrara al país que están comprometidos con la democracia, que no están dispuestos a tolerar actuaciones de sus miembros por fuera de la ley, que desean que los colombianos volvamos a confiar en este cuerpo armado y la transparencia es la prueba, que defienden el país en el marco de la ley y quieren ser protagonistas en la construcción de la paz.
Pero no. Vuelve a primar el espíritu de cuerpo. El fantasma de Tolemaida donde se burla la ley convirtiendo una prisión en un lugar de recreo, el fantasma del fuero militar ampliado para protegerse de la ley cuando la violen, el fantasma de taparse con la misma cobija, de preservar la democracia violando sus principios, de la cultura del atajo, los falsos positivos y las propias reglas, todos estos fantasmas vuelven a aparecer.
¿Cómo confiar, señor presidente, en un ejército que encuentra como única falla no haber sido eficaces en ser tramposos? ¿Cómo confiar en que firmado el fin del conflicto armado estos uniformados no se conviertan en un palo en la rueda de la construcción de la paz? ¿Cómo tener la esperanza de que serán el bastión que enfrentará la guerra sucia que desatará la derecha agraria, dueña de vidas y de bienes desde que se tiene memoria?
Usted lo sabe, lo más difícil no es la negociación que se está llevado a cabo en La Habana porque dejar de destruir no se compara con empezar a construir. No es fácil borrar de nuestra mente la intolerancia, el odio que nos envenena, el resentimiento que llevamos alimentando por muchos años y que nos llevó a ser uno de los países más violentos de la tierra, donde la vida, el don más preciado de la humanidad, lo volvimos una mercancía.
Por eso se necesitan años, muchos años, generaciones nuevas que dejen atrás el país de la inequidad y la intolerancia, el de la trampa, las castas y los hipócritas, el país de los atajos, los corruptos y los violentos, y para construirlo necesitamos el esfuerzo de todos, incluyendo el de nuestras fuerzas armadas, convertidas en garantes de que nada podrá conspirar en la construcción del nuevo país.
Usted se la está jugando por la paz, pero la tenebrosa guerra que se ha vivido durante tantos años, con su carga de degradación moral y de muerte, hace que muchos colombianos se muestren escépticos, porque no pueden creer que sea posible una paz tantas veces intentada y tantas, fracasada. ¿Pero podrán hacerlo cuando el enemigo, el peor, lo tiene usted en su propia casa?
Los colombianos queremos la paz, señor presidente, la queremos tanto que estamos dispuestos a perdonar las infamias, el dolor causado por quienes, empuñando las armas, en uno u otro bando, nos destrozaron la vida, nuestras esperanzas, nuestros sueños, porque queremos que los que vengan tengan las oportunidades que nosotros no tuvimos, ¿pero cómo confiar en que esta vez sí es la vencida si nuestras fuerzas armadas quieren seguir sosteniendo el viejo país sanguinario y corrupto?
La fiscalía quiere hacer lo suyo y para evitar males mayores retiró equipos de interceptación de comunicaciones de las instalaciones militares y los llevó al búnker, los periodistas siguen vigilantes, las ONGs también ponen su cuota, incluso tengamos la fe de carbonero de que la Procuraduría igual cumpla con su misión de representante de la sociedad y haga prevalecer la ley en esta rueda suelta uniformada.
¿Pero usted, señor presidente, usted hará lo que esperamos todos? ¿Limpiará la letrina? ¿No le temblará el pulso para sacar a los trece oficiales enquistados por el anterior gobierno, que se niegan a obedecer la ley, prohijados por el siniestro personaje que quiere regresar al poder para agudizar la guerra?
Están espiando a sus negociadores, señor presidente, también a sus aliados del partido liberal y a sus opositores políticos, como si, al igual que en el vecindario, fuera un crimen no estar de acuerdo con usted. Y no causaría sorpresa que también lo estén haciendo con usted mismo. Son enemigos suyos, enemigos nuestros, enemigos de todos los que queremos un país en paz.
El país entero lo respalda, señor presidente y por eso le apostaríamos a que siga cuatro años más, pero haga lo que tiene que hacer. Ya mató el tigre; no se asuste con el cuero.