Estuve en la Centinela del Valle en una corta visita para participar de estas fiestas aniversarias: Caicedonia, 108 años de fundación.
La ciudad era un hervidero de gentes llegadas de regiones aledañas, de paisanos provenientes del exterior y otros de los sitios a los que la vida les ha dado la oportunidad de crecer en el trabajo y en sus vidas personales.
En Caicedonia durante las fiestas uno no se cansa de saludar. Es la época para el recuerdo, para la añoranza, para volver a dibujar en nuestra mente las nuevas caras de los amigos que el tiempo ha ido cambiando y que a veces se vuelven desconocidas. Sin embargo, el saludo y un poco de charla nos conectan otra vez con los recuerdos compartidos.
Uno camina tres pasos y desde una mano amiguera nos ofrecen un aguardiente, un ron. Cualquier licor es disculpa para “remojar” el saludo guardado para la ocasión.
También es la época de buscar entre la gente el rostro de la mujer que un día fue nuestra enamorada y que hoy pasea del brazo de un hombre con la que formó su hogar para la felicidad.
Es tiempo de encuentro, este de las fiestas de nuestro pueblo, no solo con los amigos sino también con los lugares por los que una vez paseó nuestra juventud en busca de sensaciones nuevas. Y allí están las calles, los cafés, las fuentes de soda, los lugares en los que nuestra vitalidad de entonces nos hacía atrevidos y el disfrute era gozo en nuestra alma.
Renovamos abrazos, intercambiamos teléfonos para el posible encuentro lejos del pueblo y deseamos que la vida nos siga permitiendo volver a este lugar del que un día dijo el poeta Piedrahita González:
Caicedonia es mi pueblo, y su regazo
es tan caro a mi alma que yo acaso
ni el mismo cielo cambiaría por él.
El tiempo ha pasado y en cada fiesta volvemos a Caicedonia para reafirmar nuestro afecto por esa tierra que un día dejamos en exilio voluntario, pero a la que regresamos a la menor oportunidad para dejar que nuestras palabras rememoren momentos idos, para saludar a los amigos, para testimoniar con nuestra presencia que uno siempre regresa a los lugares en donde fue feliz.