Cuando se tiene de gobernante un hombre corrupto y primario como Maduro, las cosas tienen que terminar mal. Esta semana la situación de Venezuela se complicó aún más de lo que ya estaba porque a las dificultades económicas, a la falta de libertades, se sumó la reacción desproporcionada del gobierno frente a la protesta.
Hace un año el sucesor, designado por el dedo moribundo de Chávez, se encaramó al poder en unas elecciones en las que no hubo ninguna garantía para la oposición. El candidato Capriles hizo lo que estuvo en sus manos para convencer a la gente que lo acompañara en un cambio democrático, pero no fue posible. Los resultados fueron tan parejos que la diferencia se convirtió en un elemento manipulable para el poder.
Desde ese momento en adelante la garra opresora de ese gobernante inepto se dedicó a apretar todo: la economía, la información, el pensamiento, la movilización. Maduro con un peculiar manejo macroeconómico destrozó el sistema productivo persiguiendo toda empresa que no se plegara a los sistemas corrompidos del régimen.
Hoy Venezuela ha llegado a esos extremos que alguna vez sufrieron las economías latinoamericanas: hiperinflación, desempleo, desabastecimiento y control estatal de la libre empresa. ¡Fórmula fatal para el crecimiento! Por eso la Venezuela del socialismo del siglo XXI está pobre y militarizada, como cualquier republiqueta banana de los años sesenta.
En ese escenario se realizaron elecciones para autoridades locales. Otra vez la oposición hizo esfuerzos supremos para adelantar campañas sin medios, ni garantías. Otra vez los resultados fueron muy parejos, tanto que las condiciones de gobernabilidad no dieron para desestabilizar el régimen y, por el contrario, Maduro y sus secuaces inflaron pecho, reclamando la derrota de Capriles y sus partidos de oposición.
En todo este tiempo el puño de Maduro se ha venido cerrando cual tenaza, cada vez con más fuerza, sobre todo lo que no le gusta, al mejor modo de los dictadores que creíamos era ya parte de la historia de nuestro continente. Maduro domina todas las ramas del poder público, respaldado por un Ejército Bolivariano que se harta de dinero y prebendas, en un espectáculo bochornoso de corrupción y autoritarismo.
Esta semana, cuando las condiciones de desabastecimiento llevaron hasta el absurdo de que muchos medios impresos no puedan circular por falta de papel y cuando los estudiantes se cansaron de que les controlen el pensamiento, las gentes salieron en Mérida a protestar en forma pacífica, pero terminaron en medio de una represión desproporcionada que generó varios muertos, heridos y varios miembros de la oposición detenidos o perseguidos casa por casa como está sucediendo con Leopoldo López.
No es posible saber si esto será la gota que rebose la copa de esa paciencia con que el pueblo hermano ha soportado tanta arbitrariedad, tanta ineptitud. Lo que sí se puede prever es que, de no suceder nada, de no aflojar aunque sea un poco esa garra opresora, la situación continuará empeorando. La paradoja es que si se suaviza la represión, la oposición puede crecer, pero si no se generan esos alivios, el régimen corre el riesgo de que se le debilite poco a poco su apoyo popular y sobre todo de que se fracture ese sólido respaldo militar, que es lo que mantiene la marioneta que es Maduro, en el poder.
Claro, cuando las condiciones llegan a los extremos de esta semana, los riesgos aumentan y personas como María Corina Machado, Leopoldo López y Henrique Capriles Radonski corren serio peligro y el riesgo de que les pase algo grave no lo puede permitir la democracia latinoamericana.