Es tanta la seguridad de tener la verdad de algunos opositores de este carismático paisa que no escatiman al llamar “brutos” a sus seguidores.
“¡Son brutos, brutos! Y las chuzadas, y la parapolítica, y la yidispolítica, y los falsos positivos, y los 276 investigaciones en su contra, qué, qué".
Y es que la ignorancia no es igual a la brutalidad, como tampoco es lo mismo desconocer los escándalos que le acusan a dudar de su veracidad. O claro está, no es lo mismo ser bruto a ser conscientemente de derecha.
Estamos acostumbrados tanto a la cultura violenta que pretendemos enseñar a la fuerza, “hacer ver y entender” gritando en las redes “aprenda país bruto, gente bruta”. Al contrario, esta estrategia genera más resistencia, no invita a reflexionar y produce más violencia.
Tildar de “brutos” a los que piensan diferente es ceder a la impotencia que deja el triunfo de la mentira y el pillaje, renunciar al intento de "hacer cambiar de posición" prefiriendo la agresión y desplazando la educación.
Detrás de los millones de seguidores del expresidente Uribe hay una tradición conservadora enamorada de la estética discursiva del voraz antioqueño. Por otro lado, existe un país poco letrado con dificultades para leer críticamente las noticias, un pueblo engañado por la excesiva manipulación mediática, una estirpe de connacionales que se definen de derecha de capa y espada, entre otras muchas razones a considerar.
No solo se aprende con la razón. Los cambios de postura, de hábitos y sobre todo las filiaciones políticas son muy complejas de transformar y si queremos cambiar el país debemos cambiar primero la estrategia agresiva de gritarle a nuestros opositores: “Ey, bruto, mongólico, uribestia”.
Recordemos que una cultura de paz demanda creatividad, paciencia y sobre todo la comprensión del otro para atender el conflicto. Además, vivir en un país dividido y destruido moralmente es suficiente para querer llevar la intolerancia y la agresividad a nuestras familias y amistades.