Carlos Gaviria y Antanas Mockus fueron los últimos referentes éticos – con dimensión espiritual – que la sociedad colombiana produjo para tratar de renovarse en el marco de la democracia liberal, formal y representativa.
Gaviria, liberal de izquierda; Mockus, neoliberal moralista. Uno, idealista y social; el otro, pragmático y legalista. El primero en 2006 logró movilizar las conciencias democráticas comprometidas con cambios sociales; el segundo en 2010 consiguió entusiasmar a una juventud cansada de la politiquería y el “todo vale”.
Sin embargo ambos naufragaron en sus intentos. Gaviria fue absorbido y anulado por la dinámica grupista, estrecha y sectaria de un sector de la izquierda tradicional. Mockus no supo cuajar un proyecto político colectivo, se enredó en vicios individualistas y quemó sus banderas queriendo representar un “centro” que sólo está en la mente de algunos analistas.
La presencia “amenazante” del voto en blanco se puede explicar como consecuencia de estos fracasos y desilusiones. No hay en la actual campaña presidencial un dirigente o líder que entusiasme, que mueva las fibras de un pueblo que quiere cambios y que no encuentra en los actuales candidatos el talante para desencadenar un movimiento transformador.
Pero además, otros eventos han incrementado la decepción entre amplios sectores de la población. A la evidencia de que Uribe a la sombra de la lucha contra la guerrilla conformó una gran empresa criminal, corrupta y mafiosa al interior del Estado, se suma la pérdida de mar territorial con Nicaragua, el vergonzoso y afanado entierro de la reforma a la justicia, la aprobación de los onerosos sobresueldos para los congresistas y el lento accionar de un proceso de Paz que no trasmite energía porque ambas partes no se la juegan a fondo.
El único dirigente que surge a la vista es Petro pero todavía tiene que enfrentar las amenazas jurídicas y disciplinarias que le respiran en la nuca, derrotar el próximo 2 de marzo la revocatoria, y si se mantiene en la alcaldía de Bogotá, resistir la campaña mediática en contra de su administración que va a ser la constante del resto de su gobierno.
Petro aparece así como una de las pocas alternativas populares para el futuro. Deberá recoger las mejores enseñanzas de Carlos Gaviria, su amplio espíritu de construcción democrática, su talante de maestro y estadista, su paciencia infinita por tratar de acertar. Pero también deberá integrar a su gestión, la capacidad de comunicación simbólica propia de Mockus, para llegarle al conjunto de la población bogotana con campañas de cultura ciudadana que deben ser parte a sus esfuerzos por construir participación comunitaria.
Todo apunta a que en las elecciones parlamentarias se va a expresar ese sentimiento de desencanto. No hay duda que los mejores candidatos están en las fuerzas de izquierda, con un Jorge E. Robledo, Iván Cepeda, Claudia López, Antonio Navarro y otros, pero ellos solos no logran contrarrestar la gran decepción con los partidos que han mostrado flaquezas enormes y falta de coherencia.
Por el lado del Polo Democrático Alternativo lo que afecta su credibilidad es su enorme incapacidad para construir una amplia unidad democrática. Sus dirigentes creyeron que anulando la posibilidad de coalición de los demás partidos minoritarios, podrían canalizar las fuerzas y votos de los demás. Y por otro lado, su sectarismo hirsuto y terco frente al gobierno de Gustavo Petro, son conductas tremendamente negativas que afectan su imagen.
En el caso de “Alianza Verde” ha primado el cálculo electoral para sobrevivir como fuerza política. No se observa un mensaje unificado como partido. Peñalosa genera grandes dudas, Sudarsky no sonó como parlamentario y, Camilo Romero está muy biche, sólo se representa a sí mismo y perdió el empuje juvenil e irreverente que lo hizo visible con su campaña estudiantil de “Tienen huevo”.
Volviendo al tema del voto en blanco… nadie es dueño de él. Es un fenómeno político y sociológico que rechaza los protagonismos personales. Entre más grupos y personas quieran liderarlo – oportunistamente –, más desconfianza va a surgir. Este fenómeno es un comportamiento nuevo – algunos le llaman "post-moderno" – en donde el individuo quiere actuar por sí mismo y mostrar su inconformidad con la forma de hacer política. Al estilo de los "cacerolazos" convocados por gente anónima.
Sin embargo, el voto en blanco no es por sí mismo una solución. Es sólo un síntoma del actual desgaste de TODOS los partidos políticos y señas del agotamiento de la democracia liberal, formal y puramente representativa. Pero así y todo, el voto en blanco será un hecho político en 2014 y un campanazo de alerta para el conjunto de la política colombiana.
La crisis de representación sólo podrá ser superada con una visión transformadora y una práctica política con un altísimo contenido ético. Un líder movilizador es importante pero tampoco es suficiente. Deberán surgir nuevas formas de organización de la sociedad y del Estado. Tal vez, un próximo Proceso Constituyente – de nuevo tipo – facilite su concreción.
La Democracia Participativa o directa, con un mínimo de representación, cargos removibles elegidos para cortos períodos, con sueldos iguales a las de un trabajador medio, con decisiones refrendatarias y mucha consulta ciudadana, control popular de los gobernantes, sanciones ejemplarizantes a la corrupción y otras características, es una alternativa que podemos y debemos construir.
Ese puede ser un objetivo para el movimiento popular que se agota cada cierto tiempo en movilizaciones y negociaciones infructuosas con los gobiernos de turno y que sólo producen desgaste y desaliento en las fuerzas sociales comprometidas. La organización social puede ser – y de hecho lo es – germen de esa democracia participativa. Sólo hay que proponérnoslo e intentarlo.