El único efecto que tendrá la bajada de los pantalones de Mockus es la publicidad gratis que tendrá el famoso senador. Todos los que hemos atendido al menos a una sesión en el Congreso lo sabemos. Los discursos allí no son tratados racionales en los que se esboza el mejor argumento, sino retahílas de frases efectivas hechas para atraer electores en un video subido a YouTube o a incautos espectadores en el canal del Senado. Los verdaderos motivos que llevan a un congresista a votar de una u otra forma no se ventilan en público, se susurran tras bambalinas, en los cabildeos de los pasillos, en la oscuridad de los pactos y las componendas.
Dirán con razón que es necesario debatir las ideas, conocer diferentes perspectivas, escuchar a todos antes de tomar elección alguna. De acuerdo, pero si un congresista quiere hacer en realidad su tarea, en lugar de embelesarse con los discursos y ponencias de turno, deberá contratar a un buen grupo de asesores y sentarse a dialogar con los representantes de sectores diferentes al suyo. Allí, lejos de las cámaras, tendrá la paz necesaria para ponderar razones y encontrar decisiones correctas.
Lo otro, lo que ocurre en las sesiones es algo similar a un circo. Unos vociferan y dicen con tono de seriedad verdades que contradirán después en algunos días, mientras otros duermen, observan sus celulares, conversan con el de al lado, se escapan por unos minutos, por unas semanas o por unos meses. La cámara casi nunca capta al público, se enfoca en el escenario, en el lugar donde se dan los discursos, donde se agita al público, donde se discute, donde todo parece importante, serio, lógico, sincero.
La gente luego ve extractos de las sesiones y se alegra porque insultaron a uno u a otro senador, o se indigna por alguna mentira o por algún comentario incorrecto. La democracia así se justifica, bajo la ilusión de que nuestras leyes son el resultado de las razones decantadas luego de acalorados debates. El circo ha cumplido su función.
Mockus conoce bien los circos, al fin y al cabo se casó en uno de ellos. También conoce bien la política, ya lleva más de 20 años desde que decidió lanzarse a la alcaldía de Bogotá, luego de perder su puesto como rector por bajarse los pantalones ante los estudiantes de la Universidad Nacional, en Manizales. Él sabe que en la política no hay nada peor que el olvido y que no hay propaganda mala, porque siempre habrá gente que considere una genialidad cada una de sus excentricidades. Una de ellas le dio la alcaldía de Bogotá cuando era un total desconocido en el ambiente político colombiano.
Ahora Mockus recurre al mismo gesto, ante un auditorio diferente. Así como no logró apaciguar a los estudiantes, ahora tampoco podrá hacer que los congresistas guarden silencio y presten atención a la alocución de turno. Él lo sabe, así como también sabe que poco se pierde uno escuchando el discurso de Efraín Cepeda o el de cualquier otro. No obstante, Mockus ya logró lo que quería. Todos hablan de él y de lo original de sus métodos, de las sabias lecciones que da el antiguo maestro, de lo irrespetuosos que son los otros congresistas. Su nombre vuelve a sonar y él sonríe, las elecciones presidenciales están a solo cuatro años.
