El escritor colombiano Gabriel García Márquez escribió en un reportaje sobre la desembocadura de Bocas de Ceniza en 1955 que Barranquilla era una ciudad sin historia. Si la ausencia de "historia" estuvo relacionada con la secuencia temporal de acontecimientos sobre la urbe, entonces hubo una incomprensión, pero si tal ausencia lo fue de la interpretación atemporal, única y trascendente de tal sucesión, entonces se reveló una realidad importante para entender el vaivén de los acontecimientos de la ciudad, dominado por utopías y distopías sucesivas.
El aire actual de la ciudad, bajo la sombra de Alejandro Char Chaljub —un empresario sagaz de una familia acaudalada dedicada al sector del retail— ha estado imbuido de un postulado de aspecto utópico y entraña distópica tan poderosa como para encantar a los habitantes más modestos: el progreso de Barranquilla es alcanzable únicamente con un Estado promotor de obras tangibles. En cuyo caso, lo tangible está representado en la construcción de grandes escuelas, hospitales, infraestructuras deportivas, vías de comunicación y omitiendo la importancia de lo intangible, es decir, la cultura ciudadana, la educación, las artes, los oficios, las profesiones y las necesidades humanas más fundamentales.
Si bien propios y extraños se han habituado a asociar e interpretar el devenir de Barranquilla con el impacto y la magnitud de las obras tangibles, pasando por alto los abrojos creciente que la desatención en lo intangible ha generado, así como empezado a amenazar la pervivencia del presente y su utopía vigente. ¿Cómo perduran las grandes escuelas, los hospitales, las infraestructuras deportivas y las vías de comunicación si los barranquilleros no son capaces ni están preparados para cuidarlas?
"No hay almuerzo gratis", un añejo dicho estadounidense que expresa toda obra, tangible o intangible, cuesta dinero y alguien debe financiar su construcción. La Alcaldía Distrital de Barranquilla y sus dependencias han impulsado tantas obras públicas en muy pocos años a un coste económico no muy pequeño, que ha sido financiado por impuestos y endeudamiento público bajo la modalidad de "vigencias futuras", cuya magnitud e impacto a largo plazo no ha sido abordado con la suficiente seriedad por los dirigentes políticos, económicos y sociales, salvo honrosísimas excepciones. El inconformismo de empresarios y ciudadanos frente a los incrementos en impuestos tales como el predial el año pasado debe considerarse como un oscuro nubarrón que anuncia una tormenta.
Supóngase que la administración local actual mantiene las tendencias respectivas de aumentar los impuestos y solicitar vigencias futuras periódicamente. Si la administración aumenta los impuestos a las personas naturales, entonces va a desincentivar el consumo interno, el ahorro y la existencia de propiedad privada por vía de embargos administrativos, que sumado a aumentos a los impuestos a personas jurídicas, va a desincentivar la generación de empleos bien remunerados y con alto valor agregado y el establecimiento de empresarios locales y foráneos en el territorio, lo cual reduce la actividad económica y los niveles de recaudo significativamente, llamando la atención del Ministerio de Hacienda de la República de Colombia, el cual decide negar cualquier nueva solicitud de vigencias futura, llevando a un colapso de funcionamiento en la administración pública local y una pauperización generalizada de los barranquilleros.
En síntesis, se crea un caldo de cultivo propicio para el ascenso de grupos políticos demagógicos, integrados en su mayoría por personas de administraciones anteriores a la de Alejandro Char Chaljub, los cuales pueden valerse de la siguiente idea, de entraña aún más distópica, para alcanzar el poder: el progreso de Barranquilla es alcanzable únicamente con un Estado promotor de obras intangibles. Todo ello resulta en un proceso traumático que lleva a la sustitución de una administración únicamente asistencialista a otra igual y además populista. ¿Cómo van a perdurar la cultura ciudadana, la educación, las artes, los oficios, las profesiones y las necesidad humanas más fundamentales en los barranquilleros si las grandes escuelas, los hospitales, las infraestructuras y las vías de comunicación dejaron de funcionar o existir?
Así, el núcleo del problema reside en una utopía que alimenta un modelo asistencialista para abordar los problemas económicos y sociales de los barranquilleros y que puede ser reemplazada por una peor. Dada la inevitabilidad del cambio de utopía pues la secuencia temporal de los acontecimientos se ha construido bajo el amparo de una sucesión de utopías, cabe encontrar una nueva que permita la construcción de obras tanto tangibles como intangibles. El filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila, más ilustre pero menos conocido que García Márquez, escribió un aforismo inspirador: la política sabia es el arte de vigorizar la sociedad y debilitar el Estado.
Dicha frase puede interpretarse desde la visión de las ideas liberales como la concepción del Estado como un servidor de sus ciudadanos en lugar de ser su amo, cumplidor con sus funciones con eficiencia, eficacia y austeridad —última palabra que es enemiga de las burocracias gigantescas, laberínticas e ineptas, los impuestos elevados y las ideas políticas en contravía de las libertades individuales y el desarrollo del sector privado local como elementos esenciales de la condición humana— , promotor del empoderamiento del ciudadano en vez de recurrir al asistencialismo en la resolución de los problemas políticos, sociales, económicos y ambientales que padece la urbe hasta la fecha. Por ende, la idea utópica para el futuro de Barranquilla debe ser: el progreso de Barranquilla es alcanzable con una sociedad promotora de obras tangibles e intangibles.
Lejos de carecer de seguidores, tiene un alfil poderoso encarnado en el empresario Samuel Azout Papo, cuya extensa hoja de vida respalda las ideas alternativas y que puede marcar un legado virtuoso para Barranquilla y su sociedad con un toque humano.