Pocos saben que en Colombia aún sobreviven pueblos indígenas nómadas que mantienen prácticas culturales y productivas, difíciles de entender para nuestra actual sociedad de mercado, en la que la tierra cobra su valor de acuerdo a la riqueza que de ella se extrae. Este es el caso de los yukpa, grupo indígena cuyo territorio ancestral está ubicado en la serranía de Perijá, municipios de Codazzi, Becerril, la Paz, Manaure y La jagua de ibérico.
Los yukpa son nómadas porque aún son cazadores, recolectores y pescadores, y lo son a pesar de la ausencia del bosque, de la contaminación de los ríos y de los alambres que les han cerrado el paso a su continuo trasegar. Pero también son nómadas porque su pensamiento es andante, su tradición oral está llena de historias de sus recorridos y porque en su memoria están registradas cada planta, animal y río que habita en la Serranía.
Los yukpa son nómadas porque no se imaginan quedarse en un solo lugar y levantar viviendas sólidas que luego se llenarán de muebles y de objetos que terminaran convirtiéndose en una pesada carga, en la eventualidad de cambiar de espacio; pues un nómada deja el sitio por múltiples razones, una de las más poderosas es cuando sobreviene la muerte: “si alguien se muere debemos dejar el lugar porque el espíritu del muerto queda ahí, queda la zona contaminada espiritualmente. Uno no lo ve pero el espíritu si lo hace”, afirma Alfredo Peña, Cabildo Gobernador del Resguardo Yukpa de Iroka.
La vida espiritual del yukpa es muy intensa, ya que su dios, Aponto, les dio la ley de origen y los hizo dueños de su territorio, pero también condicionó su posesión al respeto y la defensa del mismo. Esta misma ley les exige mantener los nacimientos de agua, no cortar ni destruir el bosque, sembrar solo lo necesario para la sobrevivencia y ante todo los hace responsables de los daños que los occidentales o watiyas han hecho a la naturaleza.
Los espíritus están enfadados con los yukpa y con los demás habitantes de la Serranía, por eso hay mucha enfermedad, desarmonía y cada vez la tierra da menos frutos. El territorio ancestral es sagrado y los espíritus que lo habitan piden que se sane la tierra, que se deje de tumbar el bosque, de fumigar los páramos, de desviar ríos y de extraer minerales. Y como Alfredo Peña lo recuerda: “perder el territorio ancestral es como perder una vida, porque nosotros siempre decimos que sí se pierde el territorio ancestral se pierde todo, no queda nada, donde hay territorio hay todo, hay educación, salud...si se pierde nos morimos, nos acabamos como pueblo”.
Hoy los yukpa están reclamando al gobierno que se respeten las normas que los protegen como el Decreto 1397 de 1996, que considera urgente la ampliación, constitución y/o saneamiento de resguardos para los pueblos indígenas amenazados, entre los que aparecen los chimila, los nukak, los kofán, los embera de Risaralda y, por supuesto, los yukpa; el Convenio 169 de la Organización del Trabajo, el Decreto 2333 de 2014 y la Sentencia T/713 de 2017.
Los yukpa no se cansan de repetir una y otra vez que la tierra está cansada, que sin ella están muriendo y que al daño de la naturaleza le sobrevendrá la desaparición del yukpa y su riqueza cultural, pero también la de muchos colombianos que no saben que están unidos a este frágil ecosistema productor de agua y oxígeno de la serranía del Perijá.