El día que perdió Colombia contra Inglaterra recordé el famoso cuento en Santa Marta, cuna del fútbol, en que los trabajadores del puerto jugaban partidos contra los marinos ingleses, que como dice Carlos Vives, en su canción Los buenos tiempos, alguno de estos 3-2 terminaba. Después de que nos eliminaron del Mundial de Rusia, tuve que ir a un Club Social de mi ciudad que si sus paredes hablaran, otra sería nuestra mínima historia. Mientras esperaba al amigo que allí me había citado, leí unas páginas del libro de Jorge Orlando Melo, de las que no pude resistir dejar de transcribir la siguiente frase: “para la mayoría de los políticos y militares, era legítimo violar las leyes fundamentales para defender lo que consideraban el bien común o la salud de la patria”. A renglón seguido, entre líneas manifiesta Melo, que la anomia y la autocomposición son la raíz de la mayoría de nuestros conflictos, la matriz de nuestra tragedia.
En esta época en que solo se habla de fútbol, la Fiscalía General anuncia que de 2016 a 2018 han muerto 178 líderes sociales y/o defensores de derechos humanos, mientras la Defensoría del Pueblo, en el mismo contexto, quizás por el miedo al cambio, ha afirmado que 288 de estas personas han sido asesinadas desde la firma del acuerdo de paz a febrero de 2018. En ese lamentable marco inicia una gran movilización social que vela por la vida, en rechazo al que parece un sistemático resurgir de la violencia contra la diferencia en Colombia, que si no detienen a la bestia traerá mucho dolor, repetirá una cadena odio, estela de sangre, sed de venganza y renovará el sempiterno conflicto, quizás con más crueldad, que con los avances en los acuerdos de paz y los procesos de diálogo en ciernes se consideraría inconcebible, en un país que, cualquiera pensaría, transita hacia la reconciliación.
En esa perspectiva, es necesario señalar que criminalizar la defensa, promoción y reivindicación de los derechos humanos, a los movimientos sociales, al liderazgo social y político, y a la participación ciudadana, atenta contra el pluralismo, el bienestar, la inclusión y la libertad política, unos de los pilares del sistema democrático. Justificar la muerte violenta de un ser humano y revictimizar a su familia, con el "algo habrá hecho" o es “un buen muerto” o con divulgar fotografías o vídeos de sus cuerpos, es como escupir sus cenizas o pisotear su memoria, por tanto, también su dignidad. Nunca más esto debe ocurrir en un país democrático, moderno, civilizado. Recuerden que alguna vez escribió José Saramago que nuestra única defensa contra la muerte es el amor o que Gabriel García Márquez, en su discurso cuando recibió el Premio Nobel de Literatura, dijo que frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida.
El llamado acá sería, insisto, a que empecemos por bajarle la intensidad a la batalla tras la pantalla, y a desarmar la palabra. No nos dejemos envolver en la naranja mecánica del pensamiento homogéneo que lleva al poder hegemónico. Parecería que en medio de tanto dolor por las muertes violentas de gente comprometida con las causas justas, pasamos del conflicto armado a la pax romana. Quizá en virtud de que la paz no se edificó completa, sino como una colcha de retazos que aún no nos une como nación, pero sí nos genera esperanza.
Es así que hace falta, por ejemplo, que se sometan a la justicia, con leyes de alternatividad penal, las eufemísticamente llamadas bandas criminales, las disidencias de las Farc o los clanes de lo que quedó del Epl, y que se pacte el armisticio con el Eln, pero más que todo, que inicie el gran proceso de paz en Colombia: el diálogo nacional con la ciudadanía, en el que el primer punto, el básico, el fundamental, sea el respeto al derecho a la vida. Para este propósito común, en este escenario diverso y complejo, los actores claves de nuestra población y territorio, como los gremios (comerciantes, empresas, industrias), los trabajadores y el movimiento sindical, las organizaciones de la sociedad civil, las fuerzas vivas, las iglesias, las etnias, la academia, la comunidad internacional y el Estado, pueden iniciar la gran concertación de un acuerdo de paz con la ciudadanía, que sea un nuevo pacto social para la Colombia que anhela la construcción colectiva de la paz. Con este acuerdo ya, por los buenos tiempos, lo demás llega por añadidura y de paso, todos ganaremos.
Adenda: Remember, el día en que en Colombia haya paz social podremos ganar el Mundial.