Las cosas en Colombia, señor Londoño, están cambiando y usando un poco sus palabras cabe decir que “están notificados”. ¿Quiénes? La clase política rancia y anacrónica de la cual usted hace parte. Ustedes lo saben, ocho millones de votos (algo histórico) de un candidato como Petro los ha puesto a pensar y escribir con cierta desesperación, percibo yo, porque la victoria del aprendiz Duque en lugar de ponerlos a escribir sobre qué sería lo ideal para los próximos cuatro años en materia de educación, por solo citar un ejemplo (algo que ha sido un fracaso de la clase política tradicional, por eso usted nos trata a todos como ignorantes), siguen escribiendo en contra Petro, el derrotado. Señor Londoño, visto ello de manera objetiva, pareciese que algo le preocupa: ¿será que los ocho millones en un corto tiempo seremos muchos más?
No voy a escribir estas líneas para defender a Petro, candidato por el cual voté, porque lejos del uribismo no me considero un adulador a figuras mesiánicas ni practico el culto extremo a la personalidad. Petro puede debatir con usted, ya que a diferencia de Duque, el muchacho experimento de Uribe, usted no es de los que rehúyen a un debate. De hecho, deberían hacerlo, romperían récord de rating. Queda en el aire la invitación.
¿Recuerda cuando usted insinuó que Duque tenía un discurso fariano? Ciertamente el representante del uribismo es usted y no Iván. Mi objetivo, sin embargo, es hacer algunas precisiones de su columna Petro, de mal perdedor a incendiario, no sin antes decir que es irritante e irrespetuosa la forma en la que usted trata a los colombianos no uribistas: masa idealista, ignorante, que no tiene conocimiento alguno de la accidentada historia colombiana.
Pues bien, usted empieza dicha columna, que parece más un acto de desahogo, con la frase “Petro ha llamado a la guerra”, algo bastante irresponsable pero sobretodo incongruente. No creo, señor Londoño, que a un hombre de su capacidad intelectual le gusten las incongruencias, por lo que quizá las esté cometiendo inconscientemente. Y es que no solo no he escuchado que Petro haya llamado a la guerra (todo lo contrario) sino que los activistas de la Colombia Humana están cayendo bajo las balas de quién sabe quién. Las cifras van en un lento aumento, pero pareciese que para usted esos no son actos de guerra, de hecho no lo son. Pareciese que la violencia viene de Petro por su lenguaje y no de las balas de los sicarios, enviados por quién sabe quién.
Me salté unos párrafos de su columna, ya que no me interesa ni debo controvertir sus rifirrafes personales y de ego con Petro, hasta que sí llegué a una parte vital, a la fibra nerviosa de este conflicto colombiano: el narcotráfico. Usted, señor Londoño, asegura que Petro no puede acercarse a la candela del narcotráfico porque es tal su pasado de paja que se incendiaría. Lo anterior solo puede refutarlo el mismo Petro, pero lo que sí me parece increíble e insultante es que se hable de narcotráfico desde el uribismo. Eso sí es el colmo de ustedes, la clase política de bien.
El cartel de Medellín, como usted lo trae a colación, también ha tenido algunos vestigios de relación con el señor Álvaro Uribe, ese personaje al que ustedes veneran y sobre el que negarán todo lo turbio hasta el final. El joven Álvaro, en ese entonces, laboró bastante bien en la dirección de la aeronáutica civil. Fue tan impecable su trabajo que no murió baleado por los hombres del cartel de Medellín como otros directores de la aeronáutica que se negaron a otorgarles licencias para avionetas y pistas. Tan altruista labor quedó consignada incluso por el mismísimo Popeye, hombre uribista anticomunista que en su pasado fue la mano derecha del inolvidable Pablito.
Ese pequeñísimo capítulo es suficiente para decir, señor Londoño, que si va a hablar de narcotráfico al menos renuncie al uribismo —solo así sus palabras tendrían validez—. Como le preguntaba a un uribista, con el cual debatíamos respetuosamente, ¿las más de doscientas mil hectáreas de coca en Colombia son únicamente de las guerrillas izquierdistas? Aunque no obtuve respuesta esa vez, lo cierto es que esa maldición del país, y en eso estamos de acuerdo señor, ha permeado a todos y cada uno de los actores del conflicto armado colombiano: guerrillas, paramilitares, generales, etc. Dicho de otra forma: el narcotráfico es la marca en la frente de todos los que participaron en la guerra. Por ello es incongruente que usted hable del narcotráfico como algo por allá, alejado y monopolizado por el izquierdismo radical. Hasta el mismo Castaño, un intelectual hecho a pulso según sus palabras señor Londoño, estuvo impulsado por el dinero y poder que el maldito negocio dejaba.
Es tan macondiana su postura, señor Londoño, que solo basta con usar sus propias palabras para arremeter con eso tan abstracto como lo es el uribismo. “Petro está impedido para tocar el tema que nos mata, el narcotráfico. Motivo suficiente de sus hondos silencios sobre la causa eficiente de la tragedia colombiana. De los líderes muertos. Del terrorismo atroz. De nuestra vergüenza ante el mundo. De la deforestación de nuestros bosques, la ruina de nuestros ríos, el desplazamiento de más de siete millones de compatriotas la quiebra de la industria, el desempleo de los jóvenes”.
Y yo me pregunto, señor Londoño, ¿acaso eso que usted describe con certera verdad no compete también a los que han gobernado desde siempre, o por poner una fecha, desde el 2002? Se sorprendería de que el uribismo es tan responsable de esos vejámenes como lo es la extrema izquierda. Incluso, hay material bibliográfico tan extenso que lo corroboraría sin problema. Quizá por eso la idea más sensata sería que el doctor Uribe junto a Timochenko fueran juntos a la JEP en aras de la verdadera y pura reconciliación nacional.
Pero bueno, sigamos con sus palabras, señor Londoño: “En una democracia decente los perdedores reconocen, felicitan al ganador y los dejan gobernar en paz". ¡¡Y los dejan gobernar en paz!! Ojalá, señor Londoño, usted le hubiese expuesto eso a Álvaro, quien después de que le negaran, y con cierta razón, una segunda reelección, se dedicó a poner presidentes: unos Santos, otros Zuluagas y otros más inexpertos y con una cara más amable, pero todos untados de Odebrecht. Ojalá el expresidente hubiese dejado gobernar en paz, pero como estaba en “oposición” a su misma clase política, no veo por qué Petro no puede hacer lo mismo, más con un capital político de ocho millones de votantes. Por otro lado, quizá una democracia decente es aquella en la que no se intercepta ilegalmente y no se distorsiona la constitución para reelegirse.
Para cerrar, señor Londoño, me quedo con sus palabras finales de dicha columna: “De Petro no hay nada que esperar. Mucho, sí, de la sensatez de los colombianos”. Esa sensatez es la que nos permite pedir que el señor Uribe, su hermano Santiago, el señor José Félix Lafaurie, los terceros que con tanto esmero el Centro Democrático excluyó de comparecer ante la JEP, entre otros acompañen a Timochenko, Granda, Alape, Iván Márquez y demás jefes de Farc y se presenten ante la JEP. La idea es que básicamente entre todos los actores del conflicto, como el pacificador de Antioquia como usted describía, cuenten la verdad que tengan que contar y empiece por fin y con solidez la reconciliación que tanto necesita Colombia.
Me alegra, doctor Londoño, que no esté inhabilitado para escribir y pueda ser refutado por los ciudadanos colombianos. Recuerde que en este país cabemos todos y es momento de escribir una nueva historia. Y es que las cosas han empezado a cambiar.