La voz de todos se levantaba en el parque como una oración incansable. La gente compartía y encendía velas, las luces se notaban por todas partes, la multitud se agolpaba, la plaza estaba llena.
Con el sonido de un bafle viejo y que medio lograba ser escuchado por los que estábamos en los extremos, en el centro, donde se cerró un círculo con un homenaje a las víctimas de los asesinatos, sonó el canto de una mujer afro. Nunca la vi, seguramente lo era, sus canciones se entonaban con melodías que parecieran ser afro, no de las nuevas sino de las de otras generaciones, de las generaciones ancestrales que perviven en las cantadoras del pacífico colombiano que cantan sus tradiciones, sus alegrías y tristezas como un arrullo que se une con el viento. En la velatón cantaba la voz de una solidaridad colectiva, de un enojo en masa, de una tristeza Nacional.
“Velatón”, así se llamó a la convocatoria que juntó a miles de personas en los parques de toda la Colombia urbana, en torno a lo que nos está ocurriendo en la Colombia rural. Suelo aclarar estas separaciones de lo rural y lo urbano, no porque seamos diferentes, aunque a veces lo pareciera por las burbujas en las que vivimos en las ciudades, sino porque el conflicto casi siempre lo vivimos de manera diferente.
Nosotros, los de la Colombia citadina, solemos opinar tras las pantallas de un computador alienante, tras los titulares de unos medios masivos de desinformación, y tras las inyecciones de ideas que se tejen en la comunicación hipodérmica que sigue siendo aplicada convenientemente. Ellos, los campesinos de pura cepa, son quienes ven caminando en sus cotidianas, a los uniformados de todos los bandos, que los cuestionan por brindar un “agua de panela” a unos o a otros, tal vez en un acto de fraternidad sincera, o tal vez en uno de miedo profundo. Y bueno, claro, las ciudades escuchan balas, más que todo en las periferias, allá donde se han gestado barrios construidos con los desplazados que vinieron del campo en otro tiempo, pero, si la ciudad se estremece con sus guerras del microtráfico, es una muestra a escala de cómo se viven los problemas allá en las zonas rurales del país. El conflicto armado colombiano ocurre en el campo con una intensidad abrumadora.
Nos convocamos por las redes sociales. No sé de dónde salió la iniciativa, sé que se fue gestando con unos hashtags (#NosEstanMatando #NoNosCallarán #VelatonPorLaVida) que se iban haciendo lugar entre otros que celebraban los cumpleaños de líderes políticos o discutían los intríngulis del mundial. Lo cierto es que a medida que fue pasando el tiempo, nos llegaban más y más noticias de los muertos de líderes y lideresas sociales, de las grabaciones de amenaza a una profesora a la que le decían con una actitud de superioridad lastimada, por la dignidad que demostró tener la profesora exigiendo que no le gritaran, que se tenía que ir o la asesinaban.
“No más muertos” se alzaba la voz de la plaza. No había un orden establecido, no era una velatón dirigida. De tanto en tanto algún grupo de personas comenzaba una arenga nueva “Por qué, por qué, por qué nos asesinan si somos la esperanza de América Latina” (por ejemplo), a la que los vecinos iban siguiendo hasta que el parque entero la gritaba; luego otra, y la voz de los cantos afro, y las luces brillando en la noche, y el viento soplando. No podemos hacer mucho frente a la indignación de las muertes en Colombia, pero se sentía grande ese acto de resistencia simbólica.
En Colombia este año se han asesinado 123 líderes sociales (311 desde que se firmaron los acuerdo de la Habana). Desde las últimas elecciones presidenciales se han asesinado unos 25 (y contando, lamentablemente). Entre las redes se levantan voces de acusación y revictimización por noticias que sugieren que alguno que otro de los muertos tenía nexos con actores armados ilegales. La violencia nos ha hecho indolentes y la insolencia de algunos comentarios y afirmaciones se torna dolorosa. No hay muerto, de manera violenta, que no deba ser protestado, todos los muertos son un ser amado y un ser amador, cada asesinato produce miedo, inseguridad y dolor, en Colombia seguiremos alzando la voz en contra de las balas y en favor de la paz.