Parece ser que durante la fundación de las ciudades españolas en Hispanoamérica las construcciones de viviendas y edificios se levantaban dentro de áreas que medían 100 varas por cada lado, dando naturalmente la apariencia de un cuadrado, de una unidad consolidada de edificaciones, delimitadas de otro cuadrado por una calle de por medio, y así sucesivamente. Es lo que los urbanistas referencian como el clásico “damero español” como esquema topográfico fundacional de nuestras ciudades. Cada de uno de estos cuadrados tomó el nombre de “manzana”, por alusión a una antigua medida agraria de superficie que se expresaba precisamente en 100 varas cuadradas.
En muchos países hispanoamericanos se hizo entonces coloquial la expresión dar “vueltas a la manzana”, o “dar una vuelta a la manzana”, para significar dar un corto paseo, hacer una caminata vespertina por las cuatro cuadras para rodear el vecindario, lo que resultó siendo en muchos casos una especie de costumbre familiar.
Pero llegó a ser también una suerte de “frontera invisible”, el límite no marcado que no podía transgredirse: dar solamente la vuelta a la manzana garantizaba la seguridad de no correr peligro de pasar la calle porque se caminaba bajo el alero del mismo recuadro de ciudad; era el circuito del que los jóvenes novios no podían salirse; de la única tienda que estaba al alcance de la cuadra; del viejo cine de cuyas malas películas éramos espectadores obligados. Y de cuántas cosas más…
Pues tres amigos escritores del Caribe colombiano se les dio por reactualizar esa reminiscencia del urbanismo colonial de dar “vueltas a la manzana”, concibiendo para ello un estupendo ejercicio de memoria urbana aplicado, en principio, a Barranquilla, pero que después se hizo extensivo a otras ciudades colombianas como Cartagena, Cali, Bogotá, Medellín, y parece que está también en proyecto una especie de “vuelta a la gran manzana”; es decir, el Nueva York de un grupo importante de colombianos que viven o han vivido en esa ciudad.
Y así ha ido creciendo la idea. Como crece calle a calle, cuadra a cuadra, manzana a manzana, una ciudad.
La cosa consiste en invitar en cada una de estas ciudades a un grupo de personas, en su mayoría escritores, artistas, periodistas, notables o no, de distintas generaciones, lo que es muy importante, a recordar en un texto cómo ha sido vivir en una calle, en una cuadra, en una manzana, en un barrio, en un condominio, más allá de si se es nativo o no de tal ciudad; pero en todo caso que medie la experiencia de haber vivido en ella un tiempo considerable. Para que haya tiempo de que echen costra los recuerdos.
Se trata entonces de la recuperación de una infancia, la recordación de un período importante o no para cada quién, la oportunidad de haber vivido en algún momento capital de esa ciudad: una tragedia, un fenómeno político o deportivo, una fiesta, unos amigos, un amor o un desamor, un esplendor o una ruina… En todo caso, se trata de la reconstrucción de una memoria personal que es también, sin duda la construcción de una memoria colectiva, de una manera de escribir la historia de nuestras ciudades de una manera creativa y contemporánea.
Pues acaba de lanzarse por estos días en Cali y en Barranquilla, el primer volumen de esta serie de memorias urbanas correspondiente en esta caso a la capital del Valle, titulado precisamente La vuelta a la manzana, Una memoria literaria de Cali, en el que aparecen textos de Pedro Alcántara, Jotamario Arbeláez, Medardo Arias, Fernando Cruz Kronfly, Germán Cuervo, Kevin García, Álvaro Gärtner, Darío Henao, Julián Malatesta, Fabio Martínez, Carmiña Navia, Omar Ortiz, León Octavio Osorno, Ana Milena Puerta, Mario Rey, Sandro Romero Rey, Javier Tafur, Ángela Tello, Umberto Valverde y José Zuleta Ortíz, entre otros.
Son textos todos entrañables, sorprendentes, llenos de recuerdos para algunos pero llenos también de noticias apenas frescas para otros, inclusive para los que allí mismo escriben; así como para cualquier lector. Es la riqueza poliédrica de la historia de una ciudad hecha de una sumatoria de recuerdos particulares que juntos son un todo único e irrepetible.
Álvaro Suescún Toledo, periodista e investigador cultural; Aníbal Tobón Bermúdez, poeta, narrador y actor; y Eduardo Márceles Daconte, escritor y crítico de arte, responsables de esta idea y compiladores de estos textos, con la coordinación editorial del poeta José Zuleta Ortíz, definen muy bien el espíritu de este libro en el prólogo correspondiente: “la sumatoria de estos muy diversos testimonios —que, por su naturaleza, terminan siendo mini biografías referenciales—, son la base de este intento de recuperación de la memoria urbana … En otras palabras: la cara de la historia reciente de Cali, desde la óptica y la experiencia de sus artistas y creadores”.