Hace ya algunos años una gran maestra de pedagogía de mi universidad nos compartió un texto reflexivo, llamado Un sentido más para educar del libro Seminario de recontextualización académica, Universidad Abierta y a Distancia, UNAD, que al día de hoy, y a pesar de lo maltrecho que está, conservo todavía como una reliquia y una herencia académica, y sobre todo humana.
Tal texto ha sido de gran importancia para hacerme una autocrítica como profesional y ser humano cada vez que se hace necesario, o simplemente para recordarme y recordarles a mis estudiantes sobre el valor de eso que pregonamos como una insignia de la libertad y la cultura que todo pueblo merece y debe poseer, lo que los políticos más prometen en campaña y lo que en Colombia poco invierten, la educación. En el texto esta se describe como una práctica humana de reconocer y entender los problemas y sueños de los demás, de velar por la solidaridad y alejarnos del individualismo, el orgullo y el prestigio, eso que de una u otra manera podría ser la incubadora de la barbarie, incivilidad e incultura.
Es precisamente que a la luz de la educación que soñamos y esperamos recibir hay algo lógico que deberíamos debatir como sociedad, esa que anhela que la educación sea la garante del respeto por el otro, la tolerancia y como bien anteriormente había dicho, la libertad. Ese debate recae en tratar de responder un interrogante: ¿estudiar, y por ende poseer un título universitario garantiza el aumento de la cultura, la tolerancia y un clima más pacífico en la sociedad? En términos lógicos tendría una inmediata y afirmativa respuesta, pero a los ojos de la realidad o de unos "aislados" y negativos sucesos, nos pondrían a repensarla, ya que hechos tan viralizados y comentados por el público, como lo sucedido hace algunos días, donde en un video se muestra a una joven mujer, en posible estado de embriaguez, lanzando arengas displicentes contra unos supuestos vigilantes de un establecimiento nocturno, en donde está presume de su condición profesional, refiriendo ser una abogada, y manifestando su asco y abominación por el sueldo mínimo que ganan.
Esta reprochable actuación, y tantas que han hecho de la frase famosa "¿usted no sabe quién soy yo?", merece un momento de reflexión, sobre todo porque logra hacer debatir la pregunta propuesta con anterioridad, y también logra discernir la lógica del discurso o la "justificación" de los malos ejemplos que hacen unos supuestos profesionales, en pro de defender sus intereses, su supuesta honra, poder y superioridad frente a los que caen en su humillante, ególatra, egoísta, intolerante y absurdo comportamiento, más allá de que se esté demasiado ofuscado, embriagado o hagas parte de un cargo, parentesco o cruce con un puesto que demande poder, fama, prestigio, dinero o lo que llaman unos, el roce social.
Esa anterior reflexión y hechos me lleva a pensar y tomar postura, más allá de un "simple" acto, que mal o bien se está convirtiendo en una práctica "válida" y en la costumbre para algunos, sobre todo, y lo más preocupante para mí, en los jóvenes con supuestos estudios, títulos profesionales y con parentesco o poseedores de un cargo público, que en mi opinión son estos los que deberían dar muestra de cultura, tolerancia y respeto por su sociedad, más allá de que esta no posea grandes títulos o no tenga un familiar o cargo de gran renombre y capacidad económica.
Por tal razón y partiendo de estos indignantes y preocupantes actos, hechos y argumentos, puedo responder, y decir con cierta desmotivación, mas no con razón o voz de resignación, que lamentablemente tener un título profesional, no es garantía de formar y construir profesionales en el respeto, la tolerancia, la solidaridad y humildad, y por ende el "simple" acto ético y moral de convivir con los otros, o los "diferentes", lo que me hace reflexionar sobre esa educación que estamos impartiendo, de esos profesionales que se están cada año graduando y sobre todo de esa educación que por simple obviedad se debería dar con el buen ejemplo, ya sea en la familia y por ende en esa digna y gloriosa palabra, llamada, hogar.
Es por ello que los actos que cada vez con mayor frecuencia vemos, en donde se evidencia a unos individuos, que al fin y al cabo son y hacen parte de una sociedad por imperfecta o problemática que esta sea, en individuos que no contribuyen al bien común, al buen ejemplo, al respeto por la autoridad, por las instituciones y por el otro, es loable repensarnos en que estamos equivocándonos como país, profesional, sociedad, familia e individuo, ya que no podemos quedarnos como simples espectadores burlescos y pasivos de lo que pasa cuando unos miembros que se hacen llamar como profesionales, ciudadanos y seres humanos, justifican a cuatro vientos y de manera tajante y airada lo injustificable, como por ejemplo, considerar que tiene más poder y derechos que otra persona por su condición laboral, profesional y/o monetaria, que puedes pasar por encima de los derechos y el respeto por la norma, la autoridad y las instituciones, que el título profesional es sinónimo de razón, verdad y dominación hacia el otro, etc…
En cierta razón, puedo argumentar a la luz de nuestra inquietante y preocupante realidad, unos apartes de aquel texto el cual hecho mención al comienzo de este escrito, en donde expresa, que pueden existir monstruos educadísimos, que un título ni garantiza la felicidad del que lo posee, ni la piedad de sus actos o que no es verdad que la barbarie sea hermana gemela de la incultura y finalmente que de nada sirve tener un título de médico, de abogado, de cura o de ingeniero si uno sigue siendo egoísta, si crees que se puede caminar sobre el mundo pisando a los demás.
Finalmente y a modo de conclusión, hago un llamado a repensarnos el valor de la educación, pero sobre todo el de la familia, que podría pasar como consejo de cajón, pero que sin pensarlo dos veces debería ser la base, y así tratar de que en este mundo, la violencia que nos acecha, la intolerancia que nos aqueja y el irrespeto que nos gobierna, quede dominada por fin, en los albores del humanismo y no del ¿usted no sabe quién soy yo?