El día que Mockus salió del clóset (II)

El día que Mockus salió del clóset (II)

En este artículo trataremos de reconstruir la inexplicable metamorfosis de Antanas cuando salió de su clóset para meterse al de Petro. ¿Cómo pudo haber ocurrido aquello?

Por: edgar giraldo alzate
julio 04, 2018
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El día que Mockus salió del clóset (II)
Foto: Leonel Cordero / Las2orillas

Empecemos por el inicio. Cuando todo era caos, apareció el dios Mockus y creó un mundo nuevo. Él bajó sus pantalones y eso fue como el estallido del big bang. La prensa se rindió a sus pies, los poetas se enamoraron de su profundidad interior, los comunicadores exclamaron que era el nuevo lenguaje que el país necesitaba para acabar con tanta violencia; otros dijeron que había roto todos los paradigmas y los humoristas encontraron en su rabo una fuente inagotable de humor.

Ver: El día que Mockus salió del clóset (I)

Luego cuando él arrojó sin ninguna misericordia un vaso de agua contra el bigote de Serpa algunos protestaron contra el irrespeto, pero los intelectuales insistían en que esa era la estrategia para demostrar que era un posmodernista químicamente puro: antiliberal, anticonservador, anticomunista, anticapitalista y también antirobo como los candados de seguridad.

Para él lo único que importaba era la educación y la paz, por lo tanto los símbolos para su campaña a la alcaldía serían un girasol y un lápiz. Ya elegido, durante sus primeros años de mandado, ningún funcionario se robó un centavo, pero se debió a que no adjudicó ningún contrato ni se ejecutó obra alguna. ¿La razón? No efectuar nada era fórmula mágica para sacar al distrito de su caos financiero.

Vinieron los programas de enseñanza ciudadana y a gente cayó fascinada con sus mimos llenos de ternura, enseñándole a conductores y peatones a respetar a sus conciudadanos. Aprendimos a ser razonables con el manejo del agua, y nos enseñó un comercial donde él mismo se bañaba (otra vez su manía de mostrarnos el trasero). Nos indicó cómo cruzar las calles y ceder el turno en auto con su famosa “cremallera”, primero usted luego yo.

Cada actitud, cada palabra suya calaba en la ciudadanía e iba creciendo su audiencia. Entonces, con todo este aval moral, empezó su campaña para el Senado. Apareció caminando sobre una playa vestido de blanco, cuidadosamente despeinado, se arrodilló sobre la arena y como un Jesucristo rubio escribió sobre la arena “todo vale”. Las espumas de las olas iban, venían y empezaron a roer los bordes de la frase maldita que había que eliminar de la política colombiana. ¡Bravo! Por fin nos llegaba la ética superior de Jean Piaget y la comunicación de Jürgen Habermas, que serían los cimientos para construir el nuevo país. Este era el fin de la hipócrita moral cristiana, regida por el miedo y el castigo. ¡No más a la podrida manipulación de los medios!

Todos quedamos mesmerizados con su ternura, caímos en la trampa y votamos por él, pero luego de las elecciones parlamentarias vino la traición. Petro estaba bastante maltrecho pues el genial eslogan de “castrochavismo” inventado por J.J Rendón lo tenía prácticamente degollado. ¿A quién acudir?, ¿al “ni ni” gaseoso de Fajardo?, ¿a la paz de De la Calle?, ¿a las balas de las Farc?, ¿al dinero de Maduro? Todo estaba perdido y solo quedaba una salida: Antanas.

Entonces, según la prensa, Petro se autoinvitó a desayunar al apartamento de Mockus y las cosas pudieron ocurrir así:

Era algo sencillo con café, leche al 2%, jugo de naranja, huevos y tostadas. Ambos se sentaron a manteles en una mesa redonda. (El profe no las usa mesas rectangulares, por protocolo, para evitar la incómoda situación de tener invitados en esquinas opuestas)

El profe inició el ritual. Miró el centro de la mesa lleno de medicinas, tomó un frasco de Madopar, lo abrió con algo de dificultad, sacó una pastilla y la pasó con un sorbo de café. "¿A qué se debe el honor de tu visita Gustavito?", preguntó.

Petro estaba concentrado amontonando una montaña de mermelada sobre su tostada, luego lo miró por encima de sus gafas y dijo, "mira Antonio (los amigos de Mockus recuerdan que cuando este vivía en Quinta Paredes, cerca de la Nacional, se llamaba Antonio y no Antanas como ahora), estoy jodido y no sé qué hacer".

Entonces le pasó la tostada coronada de fresas almibaradas. Mockus la recibió y dijo "gracias, Gustavito, pero además de Parkinson tengo comienzos de diabetes y solo endulzo las cosas con sacarina". "¡Eso es cancerígeno!", replicó Petro.

Antanas o Antonio, como usted prefiera, colocó el ofrecimiento sobre un platico y dijo: "de algo me tengo que morir".

"La vejez no viene sola", respondió Petro. El profe reviró: "gracias por subirme la moral". Ambos soltaron una carcajada, el ambiente pareció distorsionarse y regresaron a sus lentos sorbos de café.

Ya eran las diez de la mañana. El exguerrillero dijo: "debes cuidarte, Antonio, porque llevas una vida política muy agitada y el organismo humano necesita calorías; en cualquier momento puedes sufrir un patatús usando azucares sintéticos, tú sabes que la energía se agota".

El profe respondió sirviéndose más café y echando dentro dos sobrecitos de edulcorante volvió a su mutismo. Cuando Gustavo ya iba terminando su tortilla de huevos revueltos y Antanas pasaba la última cucharada de su huevo cocinado sin sal, de repente preguntó: "¿En qué podría ayudarte Gustavito?".

Él respondió, en eso sencillamente, "ayudándome". "Entonces hagamos un decálogo de principios", replicó.

Y así empezó la discusión. Que la expropiación, que la constituyente, que las energías limpias, que sí, que no, y poco a poco. El profe fue desbaratando, una a una, la parafernalia ideológica de Petro, quien miraba el reloj y parecía muy apurado en alcanzar un acuerdo. En esas la empleada trajo más jugo, notó que el frasco de mermelada estaba vacío y preguntó si querían otro pote. Petro dijo sí, pero que sea de durazno. Antanas dijo: "envidio tu apetito, puedes comer y comer dulce y parece no afectarte".

El profe hablaba y parecía la reencarnación del mismísimo Moisés hablando de los mandamientos; se oponía a todo lo que Gustavito proponía, quien no tuvo más remedio que exclamar: "los únicos que no se devuelven son los ríos, ¿qué hay que hacer?".

Mockus sonrió, frotó sus manos y dijo: "ya llevamos 12 puntos y se suponía que estábamos preparando mis diez mandamientos".

Ya eran las 12:10, se acercaba la hora de almorzar y ambos lucían cansados y Antanas bostezaba. A Petro se le ocurrió preguntar: "¿dónde colocamos la lucha contra el todo vale?".

Mockus respondió: "eso sería dejarlo de 13 y eso es de mala suerte".

En esas Gustavito, que nunca cumple una cita, miró el reloj y dijo: "mejor dejemos las cosas con 12, además tengo un compromiso en quince minutos". Salió disparado y cuando cerró la puerta gritó: "manda a exculpar todo eso en piedra, que mañana yo traigo mi cincel y te lo firmo”.

Y así los 800.000 idiotas que elegimos senador al profe nos quedamos viendo un chispero, porque en la lucha de Petro para buscar aliados todo vale.

 

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