Hay una frase muy consuetudinaria, que le oía mucho a mi padre y por la calle: “El rencor y la envidia matan más que el cáncer” y otra “el rencoroso es como el que se toma un veneno esperando que quien lo produce se muera”. Una muy común: “Yo perdono pero no olvido”.
Déjeme decirle, apreciado lector, que el no perdonar conlleva a unas trágicas consecuencias para la salud: produce una secreción exagerada de las endorfinas, alterando la presión arterial y consecuencialmente trastornos cardíacos: taquicardia, extrasístoles, en fin una serie de cambios en el buen funcionamiento del sistema fisiológico del sufriente.
Hay seres que hacen de su rencor una cualidad. Un reconocido columnista de un periódico de la ciudad, para referirse a uno de eso personajes que para ellos el rencor es cualificante, expresaba: “Un personaje local que ha convertido cuatro centavos en pedestal de su vanidad, suele decir: Los ricos no tenemos amigos, cuando mucho empleados y clientes. En ese diagnóstico por desgracia acertado, la crueldad y el rencor otorga razón a un tonto que se siente magnate, y solo es reconocido en su entorno por su dialéctica raquítica y su petulancia ridícula”
El rencor es un dolido resentimiento con alguien o por alguna razón, y trae sentimientos de infelicidad que enferma el alma.
Ahora, al contrario, el perdón es un acto hermoso y sublime y me da derecho a cambiar y alterar cualquier situación que me permita eliminar el rencor con esa persona o personas conmigo, y retorna a mi ser la paz espiritual que es lo que necesita el organismo para que encuentre la salud física. Perdón es el acto de liberar a alguien de un agravio, real o aparente.
No usemos más la frase: “Yo perdono pero no olvido”. Recuerde, perdonar es cancelar la deuda. Deje que su corazón no albergue sentimientos insanos, como el de ese elemento citado arriba, que solo traerán dolor y perturbación. Sea un ser feliz. No luche más con el pasado, el pasado ya no existe sino en la mente y los pensamientos recordatorios de algo que murió, ¡entiérrelo!, y adquiera la libertad de su alma a través del perdón.
Un psicólogo norteamericano, Robert Enright, afirmó que las personas que han sido profunda e injustamente heridas pueden sanar emocionalmente perdonando a su ofensor. El insigne fraile dominico Henri Lacordaire dijo: "¿Quieres ser feliz un instante? Véngate. ¿Quieres ser feliz toda la vida? Perdona".
"Pedir perdón no es lo mismo que disculparse, porque disculparse es excusar los motivos por los cuales uno ejecutó una acción con el objeto de que la persona afectada por ella pueda comprenderla. Pedir perdón es asumir la totalidad de nuestra falta, con toda ella, y sentir todo el mal que produjo, decir que aunque no puedas del todo repararla, te produjo dolor la acción, lo sientes, estás arrepentido, y quieres de vuelta procurar lo bueno... La estatura humana del perdón por ello es mucho más alta y propia de los grandes, y necesaria en los cristianos porque hemos sido perdonados desde antes de existir, y así como perdonemos se nos perdonará".
Como escribió Mark Twain: "Perdón es la fragancia que la violeta suelta, cuando se levanta el zapato que la aplastó"