Quien sufre de daltonismo ve solo algunos colores. Es como si tuviera un filtro incorporado a la retina, o como esas fotografías antiguas en blanco y negro o las que por pura vejez se van volviendo sepias. No importa cuál color del espectro no se es capaz de ver, lo importante es que por mucho que se quiera la persona daltónica no logra captar la policromía completa.
Los acontecimientos recientes me preocupan pues parecería que nuestra sociedad y en especial nuestra dirigencia política fuera daltónica. Ve algunos hechos mejor que otros, o definitivamente hay sucesos que ni siquiera ve. Su mirada se enfoca de manera parcializada, como si estuviera sufriendo de esa enfermedad.
Lo que sucedió en la cárcel de Barranquilla, por ejemplo, pasa desapercibido frente a noticias que resaltan con mucho más destacado. Catorce muertos, más de diez internos en cuidados intensivos y por lo menos tres de estos en estado grave, la negligencia de la guardia penitenciaria, el hacinamiento carcelario, la miseria humana de esa y todas las prisiones de Colombia, fueron un asunto menor, que rápidamente quedó sepultado por otras noticias. Y eso que fue un horror humanitario.
Dirán que la noticia salió en todos los noticieros, que se habló del tema varios días… pero ni así me convencen de que se le dio un trato de segunda y se sigue tratando como un tema menor, lo que resulta inexplicable dado la gravedad del hecho.
Con la destitución de Petro se han movilizado no solo cientos de personas, sino todas las cortes, hasta las internacionales. Horas y horas de programas de radio, miles de caracteres en los medios impresos, videos, entrevistas y polémicas con políticos, constitucionalistas, petristas y antipetristas.
Con las chuzadas de Andrómeda lo mismo. Hasta el senador Cristo se anticipó a anunciar la creación de una comisión especial del Congreso para investigar el asunto. El presidente habló el mismo día del escándalo para lavarse las manos, el ministro dio rueda de prensa para separar del cargo a sus “in subordinados” oficiales, el fiscal general actuó de inmediato para allanar y decomisar los equipos que se utilizaban en las chuzadas. Los medios han investigado, entrevistado, opinado y los políticos toman partido y hablan carreta.
Muchos otros temas de los últimos días han recibido más atención institucional que la triste y dolorosa masacre de la cárcel de Barranquilla, como si se tratara de un asunto secundario, algo que pasó en la provincia lejana. Hace algunos años, me parece que al final del gobierno de Samper, hubo un movimiento carcelario de proporciones nacionales. Varios presidios se sublevaron y obligaron a crear un plan de emergencia para mejorar las condiciones carcelarias. Se estableció un equipo interinstitucional para buscar soluciones integrales que incluían ampliación de cárceles, construcción de nuevas como la de Valledupar y la de Jamundí, la creación de pabellones de alta seguridad y el replanteamiento de la guardia penitenciaria, con el cambio que ya se ha hecho rutinario del director del Inpec y la destitución de varios directores. Se apropiaron partidas presupuestales y se revisó por enésima vez el Código Penal y el Penitenciario.
¡Lástima! Todo eso fue candelada de un día porque la política penitenciaria volvió a su cauce, que no es otro que el laissez faire, dejar que haya hacinamiento, maltrato y la desidia y cambiar directores de vez en cuando. La población carcelaria sigue en manos de la arbitrariedad, la corrupción y el abandono y nuestra obtusa legislación se empeña en meter cada vez más delitos en la categoría de “no excarcelables” como si llevar gente a la cárcel resolviera los problemas.
Me parece que estamos daltónicos, no vemos la miseria que hay en nuestro sistema carcelario, no vemos un asunto tan delicado, tan difícil de resolver y donde se juntan tantas violaciones a los derechos humanos, pero si vemos con todo realce esos tediosos asuntos políticos que enfrentan dos caras de una misma moneda: el uribismo y el santismo.
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