Los ciudadanos que queremos la paz nos sentimos desalentados frente a las señales inequívocas que lanzan a diario los coequiperos y aliados del presidente electo Iván Duque de hacer trizas los acuerdos de paz. Todas esas amenazas contra la JEP e incluso de hacer un referendo para hundir definitivamente el acuerdo dejan un sabor amargo en todas las personas que apoyamos el proceso de paz, todas las que miramos con entusiasmo el denodado esfuerzo del presidente Santos y su gobierno para desentrabar el conflicto colombiano.
Cuando se habla de extraditar a Jesús Santrich se está enviando el triste mensaje de que los norteamericanos consumidores de cocaína son valorados con más peso que las víctimas de la Farc; es decir, que un vicioso prima sobre una viuda que perdió a su marido militar, o sobre una madre campesina que perdió a su hijos, o a un padre que aún clama por su hijo secuestrado o desparecido. Y son todavía más contraproducentes estas señales de hacer trizas lo pactado, cuando se entera la opinión pública de que algunos congresistas del CD pudieron ser financiados por personas como el señor Popeye (¿qué hubiera pasado si Santrich también hubiera financiado?).
El dinero del narcotráfico forma parte del conflicto colombiano. De hecho, es, si se quiere, el combustible que lo ha mantenido vivo, y ahora más que nunca al copar el espacio dejado por el principal actor de la violencia. Si en El Salvador el conflicto no fue tan largo y se acabó, en parte se debió a que no había narcotráfico ni a quien secuestrar. Hoy nos enteramos de que hay una congresista que presuntamente le debe su curul a Popeye y al dinero del narcotráfico, luego ella ha desconocido las normas éticas de su partido y de la dignidad de su cargo, y eso no tiene fecha límite. Su conducta es más reprobable que la de Santrich.
No se necesita ser político para darse uno cuenta de que estos rifirrafes diarios protagonizados por dirigentes que no son precisamente ejemplo de ponderación solo buscan medirle el aceite a congresistas que aprobaron los acuerdos; es decir, un extraño peaje para darle un nombre a la forma mañosa de ablandarlos para que quiten su apoyo y se sumen a las mayorías y, que por eso mismo, tendrán sus prebendas (no sé qué nuevo nombre se le dará a la mermelada, pero que la habrá, la habrá).
La JEP es el mejor instrumento que tenemos para construir el posconflicto, no hay otro más útil. No nos degastemos en posturas oportunistas y tácticas dudosas: echemos pa’ delante con la construcción de la paz. Una paz para todos y todas, y no privilegiemos a los viciosos de otros países; ellos también tienen sus padres que deben luchar para que vivan en un país libre de drogas. Una manera más eficaz de ayudamos todos, aquí y allá.