Una trágica noche, la guerrilla la obligó a abandonar su casa solo con la compañía de su madre y lo que llevaba puesto. Se convirtió en una víctima más entre ocho millones de desplazados forzados, pero, desde entonces, también se convirtió en una sobreviviente.
“Yo llegué de Pitalito, Huila, un pueblo divino al sur de Colombia, llegué desplazada del conflicto armado. Llegamos a esta ciudad en busca de nuevas oportunidades, de acceso a la educación, a un trabajo digno”, relata Katherin Rojas.
Han pasado seis años desde que este evento le cambió la vida, pero todavía recuerda cómo fue cambiar el clima cálido de Pitalito por la fría Bogotá a la que llegó tan solo con su ropa. Las sensaciones más sobrecogedoras eran la incertidumbre, el miedo, la sensación de pérdida, aunque siempre mantuvo la esperanza de salir adelante, a pesar de la adversidad.
“Mi ropa era una bolsita, ni siquiera un maletín, era una bolsita con unas cuerdas con algunos zapatos, algunas camisas. Literalmente llegamos con lo que teníamos puesto. Tuvimos que salir a media noche de nuestra vivienda. Esta fue una parte muy difícil porque además tienes que aislarte de todo lo que ha sido tu mundo, tu vida, de lo que es tu familia y has construido hasta este momento y ser consciente de que tienes que reinventarte o morir en el intento”, cuenta.
Esta joven emprendedora decidió entonces comenzar a labrarse una vida, un futuro sin tantas incertidumbres y que le permitiera crecer. Como muchos otros, llegó a un lugar que le permitía trabajar y ganarse la vida poco a poco: un enorme centro comercial ubicado en la Carrera Décima con Décima, en el que el comercio nunca para. “Llegué un día justamente a esta esquina y descubrí que aquí podía encontrar lo que sería mi futuro en el sector de las confecciones”, sostiene.
Bajo la sombra del Centro Comercial El GranSan, y rodeada de decenas de personas que se dedicaban al rebusque, comenzó el camino hacia su sueño. Al inicio solo contó con la ayuda de un plástico y ropa para mujer, que vendía a cinco mil pesos. En el plástico, ella colocaba las blusas que tercerizaba o confeccionaba y buscaba atraer la atención de los clientes con su energía y buen servicio.
“Si cierro los ojos me acuerdo que fue muy complicado, pero que aquí comenzó el sueño y que de verdad logramos salir de aquí, pero agradecidos con el inicio”, relata.
Sin embargo, ganarse la vida no era suficiente. En los días, semanas y meses que trabajó en este puesto informal se dio cuenta que deseaba algo mucho más grande y que tenía todas las posibilidades de alcanzarlo. A punta de trabajo duro, perseverancia y berraquera, pudo ir más allá de su punto de venta informal y de la comercialización en los locales de otros para labrarse un nombre en el mundo de la confección y formar parte de la enorme familia de empresarios de la industria textil.
El gerente del centro mayorista, Yansen Estupiñan, explicó la importancia de historias como la de Katherin. “Encontrar en los andenes del GranSan una oportunidad de vida como el ave fénix que resurge de las cenizas, ella también lo hizo. Contó con la ‘alcahuatería’ —por decirlo en términos coloquiales nuestros— de nosotros, para que pudiera ejercer su labor comercial en un plástico o en la calle y lograr que se cristalizara su sueño es muy importante para nosotros”, expresó.
Esta emprendedora, con sacrificio, esfuerzo y un trabajo constante, sacó adelante su propia marca, con diseños y fabricación de prendas para mujer realizados y supervisados por ella misma hasta convertirse en dueña de su propia empresa y creadora de ropa con mucho estilo y calidad.
“Luchó por sus sueños, el que persevera alcanza y la verdad es que con muchísima dedicación y muchas ganas se puede salir adelante”, explica llena de orgullo su madre, Sandra Rodríguez.
Ante los ojos de Katherin y su madre, su gran sueño comenzó a materializarse y hoy no hace más que crecer. La fuerza de estas mujeres colombianas, que surgieron ante la adversidad, les ha permitido no sólo sobrevivir, sino crear empleo para otras personas, fomentar la industria colombiana y, aún más, sonreír una vez más por todo lo que han podido lograr.