Más allá de la satisfacción que un hombre inteligente y estructurado como Iván Duque sea el próximo presidente, está el hecho de que hay pocas cosas más peligrosas que un resentido como Petro metido en política. El intelectual y médico endocrino, el español Gregorio Marañón, señalaba que como el resentido es siempre un fracasado – fracasado en relación con su ambición – el triunfo, cuando llega, puede tranquilizar al resentido, pero no lo cura jamás. Ocurre, por el contrario, muchas veces, que, al triunfar, el resentido, lejos de curarse, empeora. Porque triunfo es para él como una consagración solemne de que estaba justificado su resentimiento; y esta justificación aumenta su acritud. Por eso son tan temibles los hombres resentidos cuando el azar o los votos los coloca en el poder.
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El próximo siete de agosto se les recuerda dos cosas a aquellos que están próximos a dejar el poder, o cercanos a asumirlo: la primera las venias que les han hecho o les van a hacer, no a ustedes, sino al cargo que desempeñaban o van a desempeñar; y recordarles que en escaso mes nadie va a recordarlos dado que en política, treinta días son una eternidad. En la Roma antigua a los generales victoriosos, después de una campaña exitosa, se les concedía una imponente marcha triunfal. Y para evitar que los humos se les subieran a la cabeza, los tribunos ordenaban que el esclavo que le sostenía la corona de laureles sobre la cabeza les repitiera sin cesar al oído de estos generales: “acuérdate, fatuo, que eres mortal”. El segundo amable recordatorio es la máxima de Aristóteles cuando afirmaba que los tiranos terminan rodeados de hombres malos porque les gusta ser adulados. Ningún hombre de espíritu elevado, adula.
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Para Cicerón dos de las cualidades que uno observa con mayor frecuencia en ciertos elementos de la clase política, es la ambición desmesurada y la estupidez sin límites. Y si bien Cicerón amaba la paz, una de sus sentencias nos debe alertar: “Si queremos gozar la paz, debemos velar bien las armas; si deponemos las armas no tendremos jamás paz.” Nada más necio que el gobernante que crea que hay un ejercito y unas armas para la paz; y otro ejército y otras armas para la guerra. La eterna vigilancia es el precio de la paz. A los políticos que más hay que temerles son aquellos que disfrazan sus ambiciones personales con motivos altruistas. Cicerón alertaba que todo aquel que dice no buscar cargos para él, sino para sus programas, puede llegar a ser - además del más soberbio - el más traicionero.
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Las reglas básicas de una campaña ya las habían definido los romanos hace más de dos mil años: no alargue los discursos; nunca olvide ni un nombre ni una cara; deje caer un gracejo en medio de una sonrisa; reduzca todo problema complejo a un cuento que todos se puedan relacionar; monte un espectáculo…pero ante todo, ¡échele la culpa de todos los males que aquejan al país a los oligarcas!
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Dos sabias observaciones: “El mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan”, Arnold J. Toynbee. “Cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposo y florido, en general, se vuelve su lenguaje” Aldous Huxley