En el VI Foro Internacional Colombia Vive (No-violencia, autonomía y biodiversidad) de la Universidad del Quindío (12 y 13 de agosto de 2010), el padre Javier Giraldo, investigador y director general del CINEP, recordaba que en su paso por otros países la gente le preguntaba cómo era posible que en un país con tan altos índices de miseria, pobreza, inequidad e injusticia social, la mayoría de la población apoyara al entonces presidente Uribe (un presidente favorecedor de las familias poderosas, de las multinacionales, de las políticas norteamericanas, de crear un enemigo y clasificar cualquier asomo de pensamiento divergente con la difusa etiqueta del terrorismo; y valga decir que ese enemigo, según convenía en diferentes momentos, se llama FARC, o ELN, o delincuencia común, o grupos universitarios, o presidente Chávez o presidente Correa, aunque ahora, quién lo creyera por entonces, resultaron amigos íntimos de Santos, el entonces Ministro de Defensa).
El padre Giraldo, después de exponer hechos y situaciones lamentables que ha presenciado o que ha recopilado para la memoria histórica, llegaba a la conclusión de que el país ha perdido la ética (hablaba, entre otras cosas, de cadáveres sin identificar en distintos lugares del país, como en la fosa común de La Macarena, donde se encontraron aproximadamente 2.000 cuerpos). En este mismo sentido, vale la pena mencionar Pa que se acabe la vaina, libro en el que William Ospina entrega su pluma más a la indignación que a la delectación en el lenguaje y cede más a la urgencia que a la sugerencia; en algún fragmento menciona distintos lugares donde se han cometido masacres, y los nombres de esos lugares son tantos que llenan una página, y son nombres tan bellos y llenos de músicas hondas, y es tan terrible recordar de qué se está hablando… muertes y muertes.
Pero es esa idea del padre Javier Giraldo la que se demoró y afectó más la mente: parece que el país ha perdido la ética. Muchos de quienes lo escuchamos, desde ese día vamos por la calle mirando de otra manera: la indiferencia es más que individualismo, más que simple desinterés; la indolencia ante el dolor ajeno es más que demasiado dolor propio; la falta de solidaridad es más que inocua envidia; la concepción de la tierra como piedra muerta, como laberinto por dominar y develar, es más que ignorancia o apenas un brote de arrogancia. Parece que la falta de ética nos arrasa en su barullo ya cotidiano.
El escritor William Ospina decía en algún texto del libro Los nuevos centros de la esfera (o quizá en La decadencia de los dragones) que el cambio en la vida de las personas empezará a obrarse cuando este estado de cosas les resulte invivible. Quiere decir que cuando más padres se detengan en la matutina carrera y miren alrededor, por primera vez, y se vean en la mirada de los otros, desorbitados y afanados, explotados y siempre dispuestos a explotar, cuando más personas se vean reflejadas en la desnutrición de esos niños de la calle que alguna vez nos han hecho sentir pequeñitos y miserables, cuando ese momento y esa sensación ya no nos abandonen, empezaremos a reaccionar contra la modorra mediática de este tiempo solitario y caníbal.
Pero mientras anhelamos la revelación de esta indignidad, la necesidad y la pobreza (material y mental y cultural) justificarán la explotación laboral, sexual, militar, oficial, social, minera, electoral, etc. Antes de aceptar que no es posible seguir en el estado en que estamos sumidos, antes del asombro que estalle en cada uno más allá de la pálida razón, antes, será la aplastante mayoría de esta democracia amañada (y por lo mismo, perfecta: se auto-regula, se asegura, se legitima y se sostendrá) la que justifique y avale no sólo su propia marginación, sino la exclusión de la naturaleza del listado de prioridades de cualquier programa de gobierno.
Vivimos en un tiempo donde algunas ideas rezagadas y malentendidas de la ilustración determinan el camino del hombre: la ciencia, no la ética, nos indicará qué es eficiente=correcto. Es el mercado quien dicta los parámetros que nos permiten clasificar en el santo listado de los buenos patriotas. Hoy es el mercado quien nos dice dónde está y quién es el enemigo, qué y a quién repudiar, y sobre todo, qué y a quién seguir. Pero hace tiempo que la ética, incluso la razón, también nos dicen con todas las señas que el antropocentrismo está en contravía de la vida, el mismo medio nos muestra que la tierra necesita respirar y que así como el sol no giraba alrededor de la tierra, la vida no gira en torno del hombre.
Desde hace ya bastante tiempo nos han dicho que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, padre todopoderoso y protector, misericordioso y bondadoso; también nos enseñaron que había que temerle. Hoy, si uno lo piensa, parece que sólo entendimos una parte de la sentencia y que además cambiamos el orden de los factores: al hombre hay que temerle, es todopoderoso: explota montañas si lo desea (en sentido literal y figurado, como podemos ver en el discurso de la locomotora minera del presidente Santos, para un país agrario, aquí están la Anglo Gold Ashanti y otras tantas, acechando y comprando la miseria, cambiando de nombre y de máscara cada tanto para que olvidemos quiénes son), cuelga estrellas en los caminos destruidos por sus pisadas, unas rojas otras azules. El hombre se atreve, incluso, a reducir al hambre y a la miseria a su especie, y por aquí y allá, unos hombres van alegremente justificando a los otros hombres porque, claro, hay que subirse a las locomotoras del progreso y hay que ser verracos y hay que echar pa´lante y los hombres no lloran y la mejor defensa es atacar primero.
Hoy miramos nuestras casas, nuestros caminos, y deseamos que algo ético vuelva a surgir, que un destello de nuestra capacidad de organizarnos solidariamente se recupere y brille al menos para las especies que nos sobreviven, para los bosques y las selvas, para los mares y los desiertos con sus formas tan bellas como extrañas para nuestra cortísima capacidad de admirar la belleza, para la vida que no es exclusiva de nuestras patentes. Hoy esperamos que los dragones vuelvan a poblar las avenidas del mundo que suicidamos, hoy lanzamos estas gotas de aire en el ciber-smog, hoy vamos siendo un poco más éticos al no quedarnos reflexionando solos en casa mientras vemos esta sociedad, nuestra sociedad, derruir la tierra, mientras este estado de cosas va desplomando al planeta, nuestra casa. Hoy, quienes escribimos y leemos y hablamos sin intereses ni mentiras y vamos cambiando un poco de nosotros, hemos empezado: compartimos con otros la angustia y la fatiga, el dolor y la rabia, el cansancio de la resignación. Pero esto mismo nos muestra el ansia de ser parte de un modelo más respetuoso, más vital y verdaderamente incluyente. Hoy, para nosotros, este estado de cosas que progresan a toda costa y en contra de todo resultó invivible.