Claro que me dolió, como a todos los colombianos, la lesión de Radamel. Colombia pierde no solo a su jugador más importante sino una forma de jugar: Pékerman había estructurado su equipo para explotar el potencial goleador del Tigre de Santa Marta. Los mayores de 30, los que vimos cómo se le escapó durante tres años consecutivos, y de una manera absurda, la Copa Libertadores al América, los que presenciamos el error de René contra Camerún, el autogol de Andrés Escobar contra Estados Unidos, el escándalo de Faustino Asprilla en el primer partido del Mundial del 98, ya sabemos que Dios, a pesar de que muchos comentaristas optimistas digan lo contrario, no es colombiano y cuando echa sus dados casi siempre perdemos.
Las lesiones son caprichos del destino y ningún jugador está exento. Ayer, al goleador uruguayo Edinson Cavani lo incapacitaron durante tres semanas por una lesión en el muslo, los medios uruguayos apenas hicieron eco de la noticia, ocupados como estaban en cosas más importantes, como por ejemplo en la andanada de críticas que ha tenido que soportar José Mujica por su revolucionaría determinación de legalizar el consumo de marihuana. El Kun Agüero, de excepcional temporada con el Manchester City volvió a desgarrarse y se teme que pueda estar un mes por fuera. Aunque la noticia preocupa en Argentina y su ausencia o la de Messi en el mundial sería una tragedia nacional, ningún noticiero gaucho mostró cómo los niños pobres de alguna provincia lloraban por la posible ausencia de su ídolo, como si lo hicieron en nuestros frívolos y diabólicos noticieros colombianos ante la rotura de ligamentos del goleador samario.
Usar la terrible lesión de Falcao como una cortina de humo que oculte los escándalos que rodean a perpetuidad a la clase política colombiana es una infamia absoluta. Que Santos con los problemas de todo tipo que tiene su gobierno, lo abandone todo para irse corriendo a Portugal a tomarse una foto con el artillero del Mónaco es usar el erario público para hacer campaña reeleccionista y eso no solo se ve mal sino que raya en el delito.
Es que nada más como presentaron la noticia daba vergüenza. Cuando se dio la primicia en un extra de Caracol el periodistilla que tenía en ese momento un micrófono al frente y mientras se veían las imágenes de la falta decía: “Él es Ertek, un maestro de escuela que en sus ratos libres es jugador de fútbol” mientras repetían, una y otra vez a Falcao cayendo al piso, sin saber la gravedad de lo ocurrido, el linchador seguía azuzando a su público, incitándolo al odio colectivo “se ve la alevosía con la que hizo esta brutal entrada”, y ante mis ojos siempre rojos e incrédulos, veía la imagen: una jugada absolutamente normal de cualquier partido, nada que ver con la criminal patada que sacó a Nasri del Mundial, ni parecida al planchazo con el que Aldo Duscher, el defensa argentino del Deportivo de La Coruña, le fracturó el pie a David Beckham tres meses antes de Corea-Japón, no, nada que ver, lo que le sucedió a Falcao fue un accidente, un lamentable accidente del cual el único culpable sería Dios, el siempre malévolo, vengativo y anticolombiano Dios.
Se confirma la lesión del Tigre y empieza la novela. Que la fe mueve montañas y que Falcao la tiene tan grande como un diminuto granito de mostaza, que Pelé, siempre atinado en sus pronósticos, dijo que Radamel no solo estará en Brasil sino que será el goleador del torneo, que en Medellín un hombre le hizo una canción muy bonita y que los niños de Tumaco no lloran porque no tienen casa, ni posibilidades de ir al colegio, ni alcantarillado, ni futuro sino porque su ídolo, un muchacho que se gana 135 millones de pesos por minuto, no podrá estar en la máxima justa orbital.
Y eso es lo otro, empiezan ese molesto proceso de negación tan característico del periodismo deportivo colombiano cuando todo se ha perdido. Con el mismo descaro con el que Javier Fernández, el Cantante del gol, dice que no se puede perder la fe en el minuto 35 del segundo tiempo estando tres goles abajo en el marcador, estos vendedores de ilusiones comienzan a dejar flotar en el aire sus mentiras. Que Ronaldo tuvo una lesión peor e igual se recuperó y en el 2002 no solo fue campeón del mundo sino goleador. Primero, el Tigre con todo lo que lo amemos, no es ni la sombra del Fenómeno brasileño; y segundo, la lesión del máximo artillero de la historia de los mundiales ocurrió en abril del 2000, dos años y tres meses antes de la Copa Mundo, con lo cual la comparación es completamente absurda.
¿Por qué no dicen la verdad? ¿Por qué no ponerle el micrófono a los médicos y que ellos le cuenten ya al país que fue lo que pasó? Lo que pasó es que Radamel Falcao no solo se perderá el Mundial sino que por lo menos estará ocho meses fuera de las canchas. Traerlo antes sería poner en peligro su carrera. Significa, además, que tendremos que estar otra temporada viéndolo en esos horrorosos partidos que juega el Mónaco, donde la pelota, por orden expresa de Ranieri, nunca le llega. Demás está decir que la lesión le ha truncado, tal vez para siempre, su sueño de jugar en el Real Madrid o en el Chelsea. El mismo médico portugués que lo operó fue claro: “El 45 % de los jugadores que sufren este tipo de lesión nunca vuelven a ser los mismos”.
Sabemos de su profesionalismo y su fuerza de voluntad y confiamos en que en un año vuelva a estar a tope físicamente, rompiendo las redes contrarias. Sus goles no nos acompañaran en el Mundial. Sí, es algo muy malo pero en el país del Sagrado Corazón de Jesús hay cosas peores, mucho peores de las cuales los noticieros no solo están en la obligación de informar sino de profundizar y analizar cada una de esas noticias a ver si de una vez por todas entendemos porque hasta el mismísimo Dios nos ha olvidado. Estamos hartos de las cortinas de humo y, sobre todo, de este presidente oportunista y tonto.
Ya lo dijo Arrigo Sachi, el célebre director técnico italiano: “El fútbol es la cosa más importante de las menos importantes”.