Hay algunas ocasiones en las que estamos en un lugar público o en la calle y es casi inevitable escuchar a alguien dar una opinión sobre algún tema de interés general, o estar revisando las redes sociales y toparse, hoy en día casi sin posibilidad de evasión, con una serie de comentarios que reflejan posturas, y simplemente pensar en querer dar la propia; mucho más en este momento de la coyuntura nacional.
Hoy quiero decir algo, no sé qué carácter tenga ante los demás y no me voy a permitir clasificarlo. Surge más bien como una necesidad, sin ninguna ubicación espectral y sin ninguna corriente de pensamiento.
Debido a la general e imprudente condescendencia que se nos ha tenido a los “contemporáneos” en redes, respecto al comentario masificado y sin sanción, y con ello, la trivialización de la capacidad de opinar e inherentemente la capacidad de construir o dañar, intentaré ser lo más responsable y concreto con la intención de lo que quiero transmitir, además, porque abro eso mismo a la natural capacidad humana de contradecirnos y a la posibilidad de transformación y discusión, pues considero que es mediante la contraposición de ideas que en Colombia veremos cada vez más clara nuestra realidad.
Suelo cohibirme de opinar en público, muchas veces a razón de instinto, otras a razón de la fatiga que deviene a las discusiones sin fin alguno, y no hasta hace muy poco opté por hacerlo en estos medios. Normalmente cuando me veo muy involucrado en una conversación o a punto de participar termino por hacer una remisión mental a Polemarco en República de Platón “¿Acaso podrías convencer a los que no escuchan?” y no con motivo de considerar que todas mis posiciones sean las correctas como para convencer o que yo y todos los demás seamos unos necios como para no aprender, sino porque dialogar, y en este caso opinar, requiere de una amplia y abierta actitud al aprendizaje de nuevas ideas y a la humildad de no luchar por tener la razón, carencias básicas de un fanático.
Pero bueno, en honor a muchos de esos silencios, por ahora, mi opinión se remite a una invitación; una invitación en cuanto a las posibilidades y herramientas del contexto desde donde la escribo.
Decir que Colombia atraviesa por un momento social álgido es redundancia, pero es por ese motivo que es demandante y pedido a gritos, hoy más que en muchos otros momentos de nuestra historia, el tan manoseado (por la tradición goda colombiana) interés ciudadano y para mí mejor llamado, interés social; ese que razonablemente ha sido tan esquivo, consecuencia del resultado de esas mil y una promesas que por los siglos de los siglos se nos han incumplido, o ese que también ha sido negado por el elitismo de la alfabetización política, y más que política social, explícitamente en este caso me refiero a la gran deuda de nuestra sociedad para con la educación. Esa educación de base coartada con la fatídica y egoísta finalidad de mantener una clase política rapaz y ladrona que se legitima en la ignorancia común, pero también esa educación que forma calidad humana por encima de cualquier otra premisa, que permite la creación de vínculos sociales entre unas y otras diferencias y que le da, tanto al individuo como al grupo, la capacidad de formar un criterio y de verse en perspectiva. Es el criterio el que nos permite elegir, y el elegir requiere sustancialmente de un interés.
Es recurrente, y de una manera muy particular en Colombia, escuchar que se relaciona equivocadamente el interés con el gusto: “Yo no tal cosa, porque a mí no me gusta la política”. No considero así, que deba haber un gusto por la política para participar en asuntos políticos y sociales, por la economía para participar en la economía o por el deporte para participar en asuntos deportivos, el interés es disposición. La política, por ejemplo, y podemos con esto entrar a discutir ampliamente otros temas, es un bien común y que en nuestra “pseudo” o “cuasi” democracia (no puedo evitar ponerla en tela de juicio) es una gran herramienta de cambio y transformación progresiva y no hacer uso de ella es casi una sumisión.
Teniendo en cuenta que en la construcción individual están intrínsecas todas las instituciones establecidas socialmente y que es indispensable esa relación para la subsistencia humana, la participación y el interés social son un deber y una responsabilidad, que se pueden ejercer desde muchos sectores de la sociedad idealmente de forma activa y continua. Yo los quiero invitar a eso, a que participen y reflejen sus intereses en la sociedad, no para legitimar una estructura social e institucional pútrida, sino para que por medio de ese mecanismo podamos reconstituirla. Postulen, con respeto y apertura, ideas construidas y fundamentadas en lo humano. No les permitamos a esos líderes políticos rezagados y anacrónicos dirigir nuestro camino y nuestro futuro, el odio propio de ellos no debe ser nuestra bandera, apostemos a algo nuevo, un verdadero sistema político incluyente con todos y movilicémonos entorno a ello.
Las oportunidades de transformación están para quién las quiera tomar, nada hacemos menoscabando esta democracia enferma y raquítica y al contrario más aportaríamos generando conocimiento, información y mayor participación.