La pérdida o en algunos casos la inexistencia de memoria de corto plazo nos lleva a creer que vivimos en un país perfecto. Nos creemos el cuento de que somos lo más próximo que existe a los países escandinavos, creemos que tenemos recursos para todo tipo de gratuidades en educación, salud, servicios públicos, en adición a creer que también nos alcanza para dar subsidios a tutiplen.
Se sigue hablando que quitarle la tierra rural, por cualquier medio, a sus legítimos propietarios es la panacea que va a solucionar todas las inequidades que tiene nuestra sociedad. Se nos quiere hacer creer que el mercadeo de commodities agropecuarias sacará a Colombia de la pobreza, que el impuesto predial rural “progresivo” logrará que el nuestro sea un país de propietarios, que acabar las actividades mineras de un día para otro no será un problema porque tendremos un inmediato plan B para suplir los recursos que aquella genera. En fin, no he visto antes una venta de humo mayor a esta.
El nuevo caballito de batalla política es la corrupción, pero ¿es que no había sido detectada antes? Como dijera un famoso contratista del Estado: “la corrupción es inherente a los humanos”, realidad de perogrullo, porque los animales no tienen semejantes capacidades, pero igualmente cierto es que la corrupción no distingue ideologías, partidos, estratos sociales, géneros ni niveles socio económicos. Esa es una de las herencias de la conquista española. No es nueva, pero sí se moderniza y se sofistica con los tiempos. Después de una hecatombe nuclear solo sobrevivirán las cucarachas y la corrupción. Sin embargo, la forma de atacarla no es votar por algo peor, porque si algo es corrupto es la izquierda latinoamericana. Solo toca mirar los ejemplos cercanos de Cuba, Nicaragua, Ecuador, Brasil, Argentina y Bolivia.
Estamos tan inmersos y acostumbrados a ella que nos sentimos abrumados, al punto de querer hacer un corte brutal que cercene el miembro infectado, pero ese corte puede traer la debacle económica y social de la que queremos escapar.
No se puede pensar que un plan de gobierno deba construirse sobre un espectro de tiempo de 16 años, cuando constitucionalmente hemos regresado a los períodos de cuatro sin reelección. Eso solo indica que hay deseo de quedarse en el cargo o que, tal como ocurre y ha ocurrido, en los regímenes de izquierda quien está en el poder cree de manera irrespetuosa hacia sus ciudadanos que nadie más tiene o puede tener capacidades de manejar el Estado.
Con el riesgo de parecer repetitivo, repito ahora lo que dije en una columna anterior: del PIB nacional solo el 6% corresponde al agro, ¿en qué análisis se puede determinar que la minoría del recurso mejorará ostensiblemente a la mayoría de la población? Simplemente es imposible.
Dice un candidato que en Estados Unidos se creó un modelo para enriquecer a los campesinos y que por eso ese país es tan poderoso. Lo cierto es que la protección y empoderamiento del sector primario sí logra generar recursos para los otros sectores de la economía, pero lo que no dice el candidato es que allá, en el país del norte, a nadie le quitan la tierra a las malas y que las invasiones además de ilegales no le crean derechos a los invasores, contrario a lo que sucede aquí. No es despojando, con o sin eufemismos, la propiedad rural como se mejorará este país.
En la provincia olvidada de nuestro Caribe colombiano hay, no solo políticos, sino funcionarios de gobernaciones y alcaldías que además de apoyar las invasiones de tierra tienen familiares que son líderes en esa actividad. Eso no es paz, eso es dinamita pura para la guerra.
Hablando de paz, ¿cuál paz? Cambian los nombres, pero siguen los males.
Como dice el adagio popular: “Gallina que come huevos no cambia, aunque le quemen el pico”. Se las dejo ahí