Los dueños de los colegios y las malas prácticas para la paz

Los dueños de los colegios y las malas prácticas para la paz

"Una cultura para la paz no se puede construir si obligo al otro a creer en lo que yo creo, si ejerzo violencia, grito o denigro"

Por: Jarol Guerrero Romero
junio 08, 2018
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Los dueños de los colegios y las malas prácticas para la paz
Foto: Pixabay

Hace ya un año que el gobierno nacional firmó el acuerdo de paz con la guerrilla más antigua de la historia. Para dicha de muchos y rabia de unos pocos, miles de hombres entregaron las armas e ingresaron a la difícil y compleja vida civil. Con la firma de dicho acuerdo, la sociedad en general se comprometió a asumir la responsabilidad moral de construir una cultura por, desde, y para la paz. Es por ello que cada uno de nosotros debe asumir no solo un discurso pro-paz, sino también materializar dicho discurso en un hacer coherente con nuestro decir. Por supuesto, la educación como práctica cultural, constructora y preservadora de valores, no puede actuar al margen de este compromiso, cada uno de los actores de la educación está obligado a cumplir y hacer cumplir esta condición.

Así las cosas, como cabeza de la institución educativa que soy, no puedo asumir una actitud incoherente hablando de paz mientras, en nombre de un riguroso proceso de selección docente, excluyo a alguien por su identidad de género, su religión, sus convicciones políticas, su color de piel o por sus discapacidades físicas, argumentando que “no cumple con el perfil de la institución”. Realmente, es triste ver cómo en ciertas instituciones educativas privadas se le pregunta en la entrevista al docente cosas cómo: ¿qué religión tiene?, ¿crees en Dios?, ¿eres casado (a)?, ¿se casó por la iglesia o por notaría? De igual manera, no es posible contribuir a una cultura para la paz, si en mis intervenciones frente a los estudiantes hago comentarios violentos, xenofóbicos, racistas, sexistas o clasistas, si en mis discursos estigmatizo y denigro la educación pública, tildando a sus estudiantes de “ñeros”, “drogadictos” o “vagos”, o afirmando que sus docentes son “perezosos” o “zánganos”.

Una práctica coherente para la paz no puede materializarse si, siendo en dueño del colegio, le enseño a los estudiantes que, aprovechando mi condición de empleador, puedo disponer a capricho del tiempo de los profesores, asignándoles duras jornadas académicas y obligándolos a quedarse por fuera de la jornada escolar para tal o cual actividad, pagándoles salarios inmorales, o explotándolos para luego no contratarlos el siguiente año o echarlos a las pocas semanas de contratados, de igual manera, si mi práctica es realmente democrática no puedo, por ninguna razón, realizar acciones ilegales como instalar cámaras en los salones de clases, o como practica autoritaria, irrumpir groseramente a dichos espacios sin consentimiento del docente, argumentando un supuesto acompañamiento. Una educación para la paz no puede construirse si engañando al padre de familia, les prometo cosas que no voy a cumplir.

Mi papel como cabeza del colegio puede afirmar la paz o negarla, la afirma cuando establece un diálogo entre comunidad, padres de familia y directivos, con el fin de construir educación, pero la niega cuando permite que la institución funcione a capricho de los padres, o dejando que los estudiantes actúen sin control, o haciendo de mi voluntad la ley, afirmo la paz, cuando resalto el papel de la mujer en la sociedad como constructora de tejido social, pero mi práctica niega dicha paz, cuando hago comentarios machistas hacia mis docentes o mis estudiantes o cuando las miro como objetos sexuales y las acoso, mi quehacer afirma la paz, si aseguro unas condiciones tanto materiales como espirituales, idóneas y dignas, para que maestros y estudiantes puedan aprender y enseñar, pero niega cualquier condición de paz, si los muros de mi institución se caen a pedazos, la iluminación es mala, los pisos están rotos, los tableros manchados, en resumen, si mi institución se convierte en “una vieja casucha”, “un hueco”, “un rancho”, mientras me compro una camioneta nueva, un celular o una cirugía estética.

Una cultura para la paz no se puede construir si obligo al otro a creer en lo que yo creo, si ejerzo violencia, grito o denigro. No puedo pretender fomentar y construir la paz, pues esta no es como concepto abstracto que los estudiantes deban aprender, sino una obligación material a la cual cada ciudadano y ciudadana debe comprometerse a construir.

 

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