Hay una canción de Carlos Vives dice que se fue en bicicleta al Parque Nacional a dormir una siesta. Casi lo mismo hice yo para escribir esta nota, me fui caminando hasta el parque de mi barrio y después de dar vueltas rodeada de árboles y pájaros me senté a pensar en el lugar imaginado.
Sí, imaginado, como lo pienso en este momento de escritura: tranquilo, con aire puro, con muchos estudiantes, seguro, alegre y no tan lúgubre. Para ahorrarle el discurso, le voy a hacer una lista de cosas que me imagino deberían estar en una ciudad y mientras lee vaya pensando si su ciudad las tiene. Si sí, usted vive en un paraíso y debería invitarme a conocer su ciudad, si no, algo está mal y lo invito a ser más responsable con usted y con sus vecinos.
Para la emoción: deportes y conciertos. Para los turistas: atracciones. Para promover la cultura: escenarios amplios y diversos. Para acabar con la segregación: muchas educación. Para respirar aire puro: terrazas verdes, bosques urbanos, amplias alamedas.
Para los niños: parques, recreación, deportes. Para las mujeres: seguridad. Para los viejos: descanso. Para los locos: espacio. Para estudiantes: buenas universidades, profesores creativos y muchas, muchas bibliotecas llenas. Para los diferentes: tolerancia y respeto. Para los iguales: preguntas y respuestas. Para la vida: amor. Para todo: Dios.
Sí, ahí hay un zaperoco de cosas que uno podría pensar nos tienen que ver unas con otras. Esta bien, finalmente así son las ciudades, los lugares, espacios diversos y extraños donde todos tenemos cabida, donde todos podemos hacer una vida y donde todos tenemos que aprender a hacernos compañía.
Se puede alegar que la ciudad oprime y desprecia, seguramente esta mañana le tocó andar apretujado en el transporte público y por un momento añoro estar en la mitad de la nada, solo con sus pensamientos. Lo entiendo, también he pasado por ahí, por ese suplicio, suplicio que se convierte en alegría cuando abandono mi lectura momentáneamente y descubro a mi alrededor una señora anciana que mira al horizonte con esperanza.
Devuélvase a la lista, piense qué le gusto de eso y qué me faltó. Cuando imagine su propia ciudad o lugar predilecto piense qué de su estudio y su trabajo van a apuntar para vivir donde soñó, porque es ahí donde debería estar su futuro... y de pronto el mío.