El hombre es producto del azar y la necesidad. El azar es biológico, propio de la naturaleza; a su vez, la necesidad, aunque se apoya en el azar, es una fuerza simbólica, de la cual no se puede prescindir. De esta segunda característica que constituye al hombre, nace el poeta. Porque, quizá, en una noche cósmica, ese hombre de carne y hueso fue avasallado por el misterio insondable del universo y, por eso, sale a la cotidianidad no como todos lo hacen: a desgastar sus vidas tan solo, sino a ver y a contar las cosas como si nadie, antes de él, lo hubiera hecho.
De ahí que la única voz que escucha es la suya, pues en ella solo están sus deseos, su fe en la belleza que canta, aunque también sus derrotas y tristezas. Nada, entonces, le llega desde fuera a un artista, a un poeta. Todo está en él y en sus espacios, topias particulares donde se refugia para no dejarse contaminar del ruido que producen los demás. Como escritor de formas literarias, percibo en esta antología (que completa la trilogía iniciada con “Los girasoles de Van Gogh”, 1999 y “Atlántica”, 2004, una voz propia en Acevedo Linares; la misma que se halla permeada por los recuerdos de su infancia, su erótica y la impronta que le han dejado sus lecturas.
Vivencias que van esparciendo su vida y que el poeta plasma con metáforas sencillas en sus jirones de poemas que forman un todo: escritura de un hombre sensible que camina por las calles anegadas por la lluvia o por atardeceres bermellones que hacen propicio el canto de las cigarras y las danzas efímeras de las mariposas.
Al abrir la puerta
de la jaula no es un pájaro
el que vuela
es la libertad que se recobra
como no es el viento
el que se entra
cuando abres las ventanas
sino los fragores de la ciudad nocturna
y no son las páginas que sientes
cuando abres un libro dulcemente
sino es el olor de los árboles
de lo que están hechas sus hojas
y donde moran felices las palabras
como cuando abres un cuerpo
es el mundo el que te habita.
Pero, a su vez, están las noches en donde los habitantes nocturnos de la ciudad beben sus penas de amor y olvidos, venden sus cuerpos y espíritus, y traman sus acuerdos siniestros que vengarán sus sueños de poder hechos pesadillas. Instantáneas que él, igual a un hábil fotógrafo, deja grabadas en sus poemas en la espera que un hermano de sangre, el lector, les de vida al recordarlas también. Antonio Acevedo Linares, poeta, ha constituido un mundo propio que ha integrado a un país que él ve así y que el lector lo recrea. Considero que esa es la poesía.
*Médico y escritor
santandereano.
Antonio Acevedo L, cronista de la lluvia
Por Claudio Anaya Lizarazo*
Tal vez Antonio Acevedo sea el poeta más convencido de su oficio en nuestro medio, una disciplina inamovible lo ha conservado fiel a su ejercicio literario a lo largo de varias décadas, tal vez la única fidelidad que ha observado en su vida; consignar con paciencia de cronista del mundo y de sus cosas sus vivencias o su visión de la vida, filtrando los hechos, los conceptos y las imágenes a través del deseo de configurar o consolidar una obra literaria ambiciosa en la medida en que trabaja una infinidad de temas en su poesía, y se asoma a los temas universales y a la gran cultura con la confianza que debe tener un escritor con respecto a estos trajines. Ha publicado cuatro autodenominadas antologías poéticas: Arte Erótica en 1988, Los girasoles de Van Gogh en 1999, Atlántica en 2005 y En el país de las mariposas en 2007; además de una serie de plegables y folletos en los que ha resaltado otros perfiles de su trabajo; publicaciones que han sido extractadas de una colección de tal vez más de once libros de poesía. Escritor prolífico del cual hace algunos años otro colega, nuestro Kipling boyacense, al enterarse de su fecundidad literaria dijo; “a Antonio hay que conseguirle trabajo o amarrarle las manos”. Su principal medio o recurso expresivo es una suerte de monólogo asordinado que nos recuerda el sonido de la lluvia y en el cual el lector va encontrando encastadas las perlas de algunas imágenes, delicadas y tiernas algunas como en su poema, Al paso de mi mano sobre tu pelo:
Al paso de mi mano
sobre tu pelo como por mí
cuerpo sobre tu cuerpo
estremecida te abres
como un cielo despejado
en donde acaba de cesar
la lluvia que hace dibujar
el arco iris en la tarde
húmeda y respiro bajo
su arco como reposo
bajo tu cuerpo cuando
he llovido dentro de ti.
Y audaces y hasta procaces otras, de marcada tendencia erótica como en su poema La hierba púbica:
En el origen del vértice
de sus muslos como tierno
follaje nace la hierba púbica
que alucina como amapola
y conjura olorosa como una
misteriosa flor nocturna
acaríciala con mágica ternura
y ámala con secreta dulzura
que ella es la hierba púbica
en donde aflora la rosa
carnívora que hermosa devora
como el cielo a la noche.
Otro poeta en nuestro medio, hacía énfasis en que la poesía no es un género sino una materia, un éter o una sustancia común a todos los géneros y sus híbridos, y que a lo que llamamos poesía deberíamos llamar poema; como decir cuento, relato, ensayo, o novela. Ahora bien, toda obra literaria de valor en cualquier género debe tener ese voltaje o atmósfera poética, que dicho de otra forma, son esos alcoholes de la nostalgia destilados en las palabras por nuestro espíritu, es ese ámbito creado conjuntamente entre el autor y el lector. Los tiempos cambian y con ellos los géneros literarios evolucionan. Hoy en día tienden a borrarse los límites entre los géneros, y un ejemplo característico son estos poemas de Antonio Acevedo que se originan en una anécdota y con una base narrativa, de ahí su monólogo que se centra en el discurrir de la memoria del Voyeur (del observador o el mirón; o como menciona Mario Rivero en uno de sus poemas: “Soy un cuenta cosas, soy un huzmea cosas” y que pasan luego a la revelación de la imagen.
Los poemas de Antonio nos dan un paseo por la memoria de la cultura, principalmente por la historia de la literatura, que encontramos como esos comentarios ya sabidos y que por cálidos es bueno volver a comentar para recordar, y que sé que son tenidos por él, como el sustrato fecundo, el subsuelo nutricio de la cultura y del cual emana la vida espiritual, la actitud civilizada y la confianza en la razón. Casi todo lo que nos dice en sus poemas, es visto tras el cristal de una ventana empañada por la lluvia o tras la cortina del tiempo, como en su poema Guevara, en memoria del Chè.
Bajo su boina su
melena la agita
el viento con su barba
entre el humo de un puro
que se fuma con una
mirada intensa que como
en un cuadro de Da Vinci
yace vivo en la memoria
que arde con sus fuegos.
Su corazón se oye aun
latir en el futuro.
Poesía de estirpe intimista y solitaria que se desgaja como una conversación anónima que flota en los vapores de la tarde y en las penumbras de la casa, que habla de la soledad en medio del ruido del mundo, y de la necesidad que tiene el hombre contemporáneo de reconstruir su vida, así sea contándosela el mismo.
*Poeta y escritor santandereano.