Yo no creo que, por allá en el Urabá, en Puerto Tejada, La Guajira, Bojayá, Magdalena Medio o Montes de María, en una charla con cervezas y cócteles dulces, la gente se sonría mientras se responsabiliza de su suerte, por ser ‘en esencia una sociedad de mierda que se merece a Duque’.
Yo no creo que, a fruto de la inanición, algún niño wayú se sepa responsable de la prosperidad del proyecto minero en la región. Tengo serias dudas de que los jornaleros y jornaleras de caña en el Cauca celebren las quemas con cerveza y digan “es justo esto lo que pedimos”; pondría en duda la idea de que los desplazados de Hidroituango se organizarán en pro de la inundación de las fosas dónde posiblemente descansen los cuerpos de sus familiares.
Así que querido compañero, mientras sorbe ese pitillo sumergido en agua mineral burbujeante y limón, deje su comodidad discursiva y piense que usted jamás será víctima de las últimas consecuencias del Plan Colombia, de la seguridad democrática, de las políticas perversas de la agroindustria o la economía minera, que la democracia representativa rara vez representa los deseos o necesidades de los y las colombianas del común, y que existe una cosa llamada poder que abarca lo económico, lo social, lo político... En Colombia ese poder lleva décadas perpetuándose por mecanismos que lejos están de lo democrático.
No se olvide usted tampoco, cuando habla desde la distancia sobre cómo en Colombia nadie se organiza, que usted está reproduciendo el discurso de quienes repudia al invisibilizar a las cientos de personas que trabajan y sueñan resistiendo. Deje usted de rascarse el ombligo mientras las lideresas son violadas para que mantengan silencio, o desaparecidos y desaparecidas, allá lejos en las “zonas calientes” a donde usted no ha ido ni de turismo.
Entonces, sobre todo, no se olvide usted mi querido amigo que toda esa emberracada suya no es con el pueblo sino con las élites que juegan al voleibol con las vidas y la dignidad de la gente. Y que esa verborrea es bien clasista.