Ha sido imposible apartar la mirada de la campaña de Gustavo Petro en estas elecciones. Todas sus redes se tejen a nuestro alrededor y no podemos escapar de esa ola petrista que viene arrasando con el complejo de pueblo que nos caracteriza como colombianos. El temor de su éxito se siente hasta en las esferas más altas. Sus contendores no pueden ocultar el rechazo que sienten por sus propios fracasos.
A estas alturas de las elecciones podemos ver cómo se configuraron los discursos de pérdida en algunas campañas. La campaña de De la Calle y López asumió en su intervención de defensa a la paz, que aunque no ganaran ellos, no permitirían que se hicieran trizas los acuerdos de La Habana. Los que creeríamos sus aliados políticos se fueron contra la posibilidad de triunfo argumentando que votar por De la Calle era botar el voto, porque ese voto lo necesitaba más Fajardo.
En la campaña de Fajardo y López la situación es distinta, aunque no deja de configurar su discurso de fracaso político. La arremetida de la Coalición Colombia contra la campaña de Gustavo Petro le arrebató unos cuantos votos a la derecha, pero los hizo perder una gran cantidad de votos de izquierda que se habían unido por la irreverencia de Clara López en temas de establecimiento y porque el Polo Democrático apoyaba esta campaña. Aparte de esto, su estrategia para quitar votos a De la Calle, sus peticiones de retiro a otros candidatos para ellos pasar a segunda vuelta, su argumento de ser los únicos capaces de vencer la política tradicional expropiando votos de otras campañas, son signos de que su visión del panorama es algo oscuro.
Con Petro el discurso es triunfalista. El ambiente que se vive entre los petristas es el de ya haber cambiado la historia, el de ya haber dado otro rumbo al país, el de ya tener un presidente del pueblo y para el pueblo, pero ¿y si no gana Petro?
La intención, entonces, es mirar una serie de fracasos políticos que ha sufrido la clase revolucionaria colombiana:
El primer trauma político de nuestros tiempos es, sin duda, el asesinato de Gaitán. El hombre que representaba al pueblo y que ponía su voz en servicio de las necesidades de los olvidados, estaba despertando en esa sociedad conservadora una revolución que parecía interna e individual hasta que convocó a la ciudadanía —conformada en ese entonces por hombres unicamente— a la plaza pública, y dejó notar esos inmensos tejidos que amenazaban con la pérdida del poder de los políticos tradicionales, de los más blancos entre los mestizos.
Muerto Gaitán se generó una ruptura en esa consciencia política que acompañaba al pueblo. Se dio un desconocimiento del poder de la nación y se quiso arrebatar el triunfo, aunque ya no se tuviera candidato al Palacio. La época de la Violencia dejó un trauma en la memoria histórica, y el ambiente finalmente, entre muertos, era el de la resignación al fracaso.
Luego de esto podríamos hablar del robo de las elecciones de 1970 como un suceso, no igual de traumático, pero que es el trampolín de los demás sucesos de los que hablaremos.
Por el robo de las elecciones se dio el nacimiento del M-19, la juventud adulta revolucionaria que había vivido la muerte de Gaitán y la Violencia y que se iba a resistir a quienes no habían respetado la decisión del pueblo. El suceso no se hizo mayor, en términos de 'importancia' histórica, porque Rojas Pinilla decidió no resistirse.
Luego de esto, dando pasos hacia la era digital, se empezó a ver a los individuos como sujetos parcialmente globales, que podían ver lo que sucedía en sus países y los grandes sucesos de otros lugares. Hubo una guerra intensa, se desprestigió la lucha en las ciudades centrales por medio de las cadenas de difusión, las periferias daban fuerza al caudal humano revolucionario, y luego de muchos esfuerzos y de muchas vidas, se desarmó el M-19 para dar lugar a la paz y a la democracia.
La muerte entre 1984 y 1990, fue lema. Más de un asesinato diario de líderes ideológicos, de defensores de DDHH, de representantes políticos, de candidatos a la Presidencia. Ya, para ese entonces, estaban muriendo las ganas de esos primeros adultos jóvenes que ahora veían, también, morir todos sus ideales.
Un fracaso tras otro, un Estado que no los representaba, una nación que no los defendía ni les permitía defenderse, unas leyes que no existían, que estaban siendo desconocidas por las esferas más altas y que llevaban a los colombianos también a desconocerlas. La ilusión de una nueva Constitución Política que estaba muriendo, desangrada, con sus autores.
La carga de estas generaciones es grande, tres cruces de inmensos fracasos, de excesiva violencia, de muerte, nos trajeron hasta el punto en el que estamos ahora. No pensaban ver a otro llenar plazas, ni mover a los nuevos adultos jóvenes que veníamos detrás, pidiéndole pista al triunfo, luchando, también, por un sentimiento que nos une, por una cabeza que nos representa, por unos ideales renovados. Pero ¿cuál es la diferencia ahora?, ¿qué pasa con esta nueva generación?
La generación que ahora entra como caudal electoral es la generación de la globalización total. La que fue criada viendo cómo se le daba vida a la naturaleza, alma a los animales, poder a las minorías, y no precisamente en la realidad, sino, apoyados en la digitalización, en todo lo que vieron en su infancia, en Disney, por ejemplo, que se encargó de instaurarles una conciencia ambiental e irreverente. Esta nueva generación que, aunque la satanicen, tiene una nueva visión del mundo, está hambrienta de conocimiento, rechaza toda forma de control, cuestiona toda autoridad porque ya, en las demás, se había comenzado ese proceso de desconocimiento. La muerte, ahora, es digital. La información, ahora, es digital. Incluso la vida social, es digital. Entonces, ¿qué pasará con este nuevo fracaso político que tiene la carga de Gaitán, de la Violencia y de los 80?, ¿qué pasará con todos estos fenómenos que nos han bombardeado la juventud?, ¿cómo se dará una unión entre juventudes latinoamericanas cuando el fracaso sea generalizado?
Podríamos decir que la filosofía ampara estos sucesos. Que la rueda de la historia sigue dando vueltas en el mismo lugar, que el eterno retorno nos tiene condenados a vivir, eternamente, en el fracaso. Que la muerte, y el robo, y de nuevo la muerte, y quizás, ahora, el robo nuevamente, son la esencia que mantiene a este país tercermundista en la miseria, donde le corresponde. Pero, ¿están dispuestos los revolucionarios de antaño con su experiencia y sus ideales postergados, y las nuevas juventudes con su energía y su poder de acceso a la información y a la difusión global de los hechos, a soportar la carga de otro fracaso?, ¿a resignarse a vivir en el siglo XIX eternamente?