“Si intentan hacer trizas la paz, nos vemos en las calles para defenderla”, dijo César Gaviria Trujillo. Este es un mensaje poco juicioso y ponderado del expresidente, quien no escapa al fragor de la contienda política. Con sesgo inflamable y malicioso pretende exacerbar los ánimos y levantar la imagen de su desvencijado y perdedor candidato a la presidencia.
A veces, el calor de la batalla política llega a enardecernos tanto que lanzamos saetas envenenadas de manera indiscriminada, sin medir las consecuencias; es menester tener cuidado con las palabras incendiarias, son fuego perturbador de la razón y la mente de los electores primarios, lanzándolos como una horda de manera irresponsable y grotesca a una actividad que como la política busca el bienestar común y no el “malestar” común. Sin embargo, no solo es el expresidente, son todos los políticos de este país, folclóricos y tropicalistas, unos más que otros, excepto el candidato Iván Duque, que hace honor a su apellido por su decencia y respeto. Él es reflexivo, construye y no destruye, no responde con injurias, improperios e insultos a los fogonazos verbales hechos a quemarropa por sus contrincantes, que desesperados por su falta de coherencia en sus propuestas o bajo índice en las encuestas se baten en la arena política como modernos gladiadores, usando como armas, su saliva envenenada.
Ningún candidato ha dicho que quiere acabar con la paz, buscan conservarla con justicia, sin impunidad o alcahuetería, como lo ha dicho Iván Duque; se puede ser magnánimo, pero no estúpido. ¿Quién ha dicho que conservar la paz es permitir que el accionar delictivo de las Farc continúe? ¿Debe el pueblo colombiano cruzarse de brazos ante la criminalidad y burla de la autoridad y la justicia, por complacer a un alucinado presidente, que nos metió ahora sí, en la guerra? ¡Absurdo! El país ha sido tomado por la coca, que ahora florece silvestre, actividad rentable y principal sustento de los grupos farianos, que ahora tienen partido político y brazo armado; sustancia que inhalada o en dinero destruye familias y valores de la patria, tomando a nuestros jóvenes, como esclavos y prisioneros, destruyendo así nuestra sociedad.
El doctor De la Calle debe dedicarse mejor a ser un abuelo ejemplar, sus esfuerzos paroxísticos en sus intervenciones públicas pueden afectar su salud, ya es hora de retirarse, ha recibido honores y dignidades suficientes.
¡En cuanto al doctor César Gaviria, quiero verlo en la plaza pública y el ardor del combate, armado con un tacón para defender la “paz”!
