Desde hace un par de meses decidí sacar el control del televisor de mis cobijas, no es el escaso tiempo que tengo para sintonizar los diversos canales que me ofrece esta compañía televisiva, tampoco la brecha tan abrupta que generaron los libros que tengo en mi lista de pendientes por leer, ni las largas jornadas laborales, ni los trabajos que debo presentar en esas fastidiosas y exigentes normas APA, no; lo que generó mi distanciamiento con la televisión fue la precaria convicción de presentar a los televidentes estereotipos exóticos, que banalizan nuestra sensibilidad.
La inverosímil y nefasta programación de canales locales, nacionales e internacionales, zarparon en mí, dejando un frenesí que me distanció del escaso concepto positivo de la televisión.
¿Es tan estrecho el nivel educativo de los escritores, libretistas y productores de la televisión colombiana para sentarnos a ver siempre lo mismo?
Si fijamos y nos detenemos en los 3 canales privados de este país, aterrizamos en el mismo tema: las exuberantes y delineadas curvas de las presentadoras y actrices; las perfiladas y exactas barbas de los actores y presentadores. Y qué tal si hablamos de esos programas concursos: El Desafío, Guerreros y Exatlón. Fabulosos cuerpos de concursantes, donde usan ese diminuto traje de baño, o esa pantaloneta tipo guardianes de la bahía, donde exhiben ese abdomen marcado, donde el pronunciado derrière ocupa un extenso ángulo en la pantalla, y si adicionamos el ingrediente de las pieles marcadas por los tatuajes. Qué abrumadoras esas perturbadoras e influenciadoras imágenes.
No está de más hablar de la parrilla de programación de las noches, arrastre el noticiero al programa concurso, luego novela y al finalizar las narconovelas que tanto dan de qué hablar, y que acostumbrados estamos los colombianos a que en el exterior nos den ese tipo de epítetos, por esas producciones cargadas de narcotraficantes, prostitutas y si se le puede añadir los mafiosos, pues bienvenidos.
Pero aquí no para la cosa, sentémonos a ver televisión en las tardes.
Está más que evidenciado que a los canales nacionales les cuesta menos importar producciones. Parece que es mejor entretener a los colombianos con programas pasados por las bendiciones y el fulgor de la virgen, las novelas del medio oriente o los casos de la vida real, representados por actores que improvisan con su pésimo acento neutro.
¿Acaso los colombianos nos merecemos esta paupérrima programación, que carece de cultura, que muestra a nuestros niños la pereza de leer, de escribir, de crear espacios con pericias para el arte? Somos tan mal televidentes que nos creemos todo lo que nos muestran, somos tan inmóviles a la pantalla del televisor que nos identificamos con este o aquel participante del reality show, somos tan malos receptores que permitimos que esos personajes influyan en nuestro rol de nuestra propia telenovela. Qué perversos somos.
Ahora, aquí no es solo la recepción de estos programas, porque el fustigar de estos indirectos mensajes son los canales, que refutan de manera constante en la lid por el famoso rating, porque lamentablemente permitimos que estos programas se alojaran en nuestras salas y habitaciones, porque la muchedumbre sublima sin cuestionar la programación nacional.
Ahora bien, lo que oscila en nuestras cabezas no son más que ideas sueltas y gélidas que hacen resistencia a una cultura de aprendizaje y rechazo a los estereotipos que tanto han dañado a la población televisiva.