Tuve la fortuna de pasar los últimos tres meses en Austin, Texas, estudiando el archivo personal de Gabriel García Márquez que reposa en el Centro Harry Ransom de la Universidad de Texas. Cuando en 2014 se hizo pública la noticia que su archivo había sido adquirido por una institución extranjera yo también me entristecí al sentir que esos documentos se alejaban para siempre de mis ojos y que para otros sería el privilegio de esculcar en los cajones del nobel de Aracataca. Pero resultó que Austin no quedaba tan lejos como pensaba. Un proyecto de investigación de tres páginas en el rústico inglés que aprendí en las canciones de los Beatles y dos cartas de recomendación de instituciones o académicos colombianos fue todo lo que necesité para conseguir una de las varias becas de investigación que cada año da el Centro Ransom a lectores de todo el mundo. Como toda beca, eso sí, hay que pasar por largos procesos de papeleo y espera, pero al final la experiencia vale la pena como pocas. Hasta este momento solo tres becarios han ido a este Centro a investigar los archivos de García Márquez, y dos de ellos están radicados en universidades estadounidenses. Hace falta que más colombianos se animen a ir a estudiar los archivos de Gabo en Austin. Aunque la empresa parece más difícil que la tortuosa migración de José Arcadio Buendía buscando el mar, en la práctica no es así.
Austin es una ciudad con alma de pueblo. No llega aún al millón de habitantes, todavía la gente se saluda en las calles aunque no se conozca y uno le habla por su nombre al conductor del bus que lo lleva todos los días a la Universidad. Aunque le gusta venderse como la “capital mundial de la música en vivo” (porque uno puede escoger entre una docena de conciertos cada noche de la semana, muchos de ellos gratis), la ciudad está creciendo y encareciéndose sobre todo por la llegada de varias compañías de tecnología que quieren mudar el Silicon Valley al sur. Y a pesar de que queda en Texas, un estado conservador con fama de racista, no podría haber un lugar más liberal y abierto a todas las nacionalidades y tendencias que Austin. En medio de esta ciudad, que en su mayor parte parece más bien un suburbio gigante, queda el Centro Harry Ransom, donde reposan miles de documentos y cientos de libros de nuestro Gabo.
A diferencia de lo que muchos puedan pensar, García Márquez no detestaba los Estados Unidos (una cosa es su gente y geografía y otra su gobierno, como en Colombia, como en cualquier país). Se sabe que llegó a conocer y a querer el sur de ese inmenso territorio, primero en las novelas de William Faulkner y luego en el penoso pero educativo viaje que hizo desde Nueva York hasta México por tierra en 1961, el cual le permitió conocer de cerca las plantaciones reales detrás del mítico Yoknapatawpha, sentir en carne viva la pobreza al tiempo que la vitalidad de la comunidad negra de la región, y admirar la hermosa Nueva Orleans, ciudad rebosante de culturas y comercios de todo el mar Caribe (tiempo después llegó a decir: "el Caribe se extiende (por el norte) hasta el sur de los Estados Unidos y por el sur hasta el Brasil"). Además, García Márquez vivió una corta temporada en Nueva York y hacia el final de su vida fue un asiduo visitante de Los Ángeles, donde vivía su hijo cineasta. Aparte de todo esto, las universidades norteamericanas lo adoraban y lo invitaban a todo tipo de homenajes en su honor, y sus libros se han vendido muy bien y son muy queridos por los lectores norteamericanos, en especial El amor en los tiempos del cólera. Es decir, Estados Unidos hace parte del universo literario de García Márquez y García Márquez hace parte del paisaje cultural de Estados Unidos. Y ahora mucho más que sus archivos reposan en una de sus ciudades.
Sumergirse en el archivo de García Márquez en la tranquila y acogedora sala de lectura del Ransom Center es descubrir que no todo está dicho sobre uno de los escritores sobre los que más se ha dicho. Por ejemplo, los borradores de sus novelas (que además desde el pasado diciembre se dejan consultar en línea) pueden servir por igual a académicos interesados en lo que llaman la “génesis literaria” (la manera en que nacen y se construyen las novelas), como a escritores en ciernes que pueden aprender de un maestro cómo elegir un adjetivo o redondear un personaje, o a lectores que solo buscan el placer de dejarse llevar por el torrente narrativo y que descubren asombrados que esa voz que parecía venir de los sueños en las obras de García Márquez se forjó a través de numerosos ensayos y errores.
Las miles de fotos que están en este archivo (muchas de las cuales también están en línea) pueden servir a los nuevos biógrafos para conocer rutinas de su vida privada, sus viajes y, sobre todo, sus relaciones con sus amigos y familiares más cercanos, esos que Gabo esperaba que lo quisieran más gracias a su literatura. Pero la relación de García Márquez con sus amigos no se reduce al simple hedonismo de pasar un buen rato en una fiesta. A través de sus fotografías se puede rastrear su intensa actividad social con casi todos los presidentes latinoamericanos de su tiempo (no solo era amigo de Fidel Castro), sus constantes regresos a Colombia y el tiempo que pasaba con Mercedes Barcha y sus hijos con su parentela colombiana, alimentando un sentido de pertenencia que nunca abandonó, así como su cercanía con otros escritores y artistas, con los que llegó a crear una verdadera comunidad de intelectuales y creadores embarcados en la cruzada de darle nombre y dignidad a América Latina en la segunda mitad del siglo XX.
Las varias cajas dedicadas a la correspondencia recibida y enviada por García Márquez nos muestran el inmenso amor que le profesaban lectores de todos los rincones del planeta y lo que sus obras significaban para ellos (estos documentos esperan ansiosos a los estudiosos de la literatura que deseen ahondar en la “sociología de la recepción” de las obras garciamarquianas). Su archivo también incluye docenas de cartas enviadas por el propio Gabo a amigos como Plinio Apuleyo Mendoza, Guillermo Angulo, Germán Vargas, Álvaro Cepeda Samudio, Carmen Balcells, y a políticos de Colombia y toda Latinoamérica. En todas ellas se percibe el sentido del humor y el afecto que lo caracterizaban. Pero también sirven para conocer muchos aspectos de su pensamiento político, sus dudas y alegrías durante el proceso de escritura de algunas de sus novelas, sus proyectos culturales (muchas veces inconclusos), y algunas indiscretas revelaciones personales que seguro harán las delicias de sus nuevos biógrafos.
Para mí, lo más importante de la revisión de su archivo fue que me mostró a García Márquez en su faceta más pragmática como gestor cultural para América Latina. Durante varias décadas se han analizado su vida personal y sus impresionantes novelas, pero creo que todavía está mucho por decirse sobre sus empresas políticas y culturales. En su archivo se pueden encontrar excelentes fuentes para estudiar su labor pedagógica y ejecutiva, especialmente desde la década de los ochenta, cuando ya consagrado por el Nobel empieza a pensar en serio proyectos como el periódico El Otro, la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, los talleres de guion para la Escuela de San Antonio de los Baños, la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, y poco después su participación en proyectos como el noticiero QAP y la revista Cambio, entre otros. Los muchos documentos que se encuentran en su archivo sobre este período de su carrera lo muestran como una verdadera máquina de trabajo e ideas que parecía ansioso por darle a miles de jóvenes periodistas y creadores de América Latina las oportunidades que él hubiera querido tener cuando empezó a escribir. Lo asombroso es que durante los años del final de siglo, cuando su actividad extraliteraria se hizo más fuerte, también tuvo tiempo y fuerza para escribir algunas novelas, sus memorias, y hasta para combatir el cáncer.
Como se ve, todavía hay docenas de temas por conocer y ahondar sobre la vida, obra y milagros del gran Gabo. Es evidente que todos los años se siguen sacando estudios y libros sobre él, y en el futuro estos estudios deberían ser alimentados por las inacabables fuentes de su archivo personal que reposa en el desierto texano, listo para calmar la sed de los investigadores. Cuando se hizo pública la noticia de la llegada de sus archivos a Estados Unidos muchos pusieron el grito en el cielo porque no iban a poder leer sus documentos personales en Bogotá o Cartagena. Pero cuando el Ministerio de Cultura ofreció becas en 2015 y 2016 para visitar estos archivos, ningún investigador colombiano terminó aprovechándolas (¿en verdad nos gusta más criticar que hacer el esfuerzo para irnos a otro país a estudiar a nuestro escritor más grande?). Pues bien, casi la mitad de sus archivos están en línea, y Austin está a menos de ocho horas de vuelo, ni tan cerca como quisiéramos ni tan lejos como pensamos.
*Nicolás Pernett publicado en FNPI