La intromisión católica no es nueva

La intromisión católica no es nueva

"La historia se repite, otra vez la mano de la iglesia está en busca de un protagonismo que le dé respiro a la debacle"

Por: Leonel Uriel Alzate Herrera
mayo 11, 2018
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La intromisión católica no es nueva

La memoria selectiva del colombiano siempre será un obstáculo a la hora de entender lastres, costumbres, estigmas y enigmas. Basta ver cómo Belisario Betancur se va a morir impune, con el noble título de lord intelectual, aunque nunca le respondió al país por los muertos del Palacio de Justicia, muertos que sirvieron a la postre para que, por miedo, se les diera el indulto a quienes perpetraron tal ignominia.

Hoy las redes se inundaron de indignados que ponen el grito en el cielo porque la Iglesia católica, en un acto de clara intromisión en asuntos que debe manejar la justicia, se prestó a los caprichos de Iván Cepeda, Álvaro Leyva y otros padrinos de las Farc para llevar a Su Majestad Santrich de la prisión donde debería estar a la dolce vita de una iglesia que se niega por los siglos de los siglos a perder su injerencia en asuntos del Estado.

Ya en el siglo XVI, la católica italiana Catalina de Médici, esposa de Enrique II de Francia, demostró que la mejor manera de cometer atrocidades era excusándose en el nombre de la iglesia. Para qué alargarme si todos sabemos las barbaridades que cometieron los Médicis en tiempos de la inquisición.

Ni qué decir de los nazis: Hitler prometió que la Iglesia católica tendría una especial posición de privilegio en el Nuevo Reich si el Vaticano usaba su influencia para asegurarle el voto del Partido del Centro (el partido católico). El Vaticano acordó y Hitler hizo una promesa adicional de que en la declaración inaugural de su Gobierno haría una declaración pública que garantizaría el privilegio prometido.

Para no ir muy lejos, hace 26 años el sacerdote eudista Rafael García Herreros dedicaba los últimos sermones de su vida a vender la imagen del capo Pablo Escobar como "un buen ser humano cuyo espíritu filantrópico le hace bien al país". Fue tanto su empeño en proteger al patrón del mal que hoy se le atribuye al curita el que Pablo hubiese doblegado de tal manera al Estado, que terminó por escoger su propia cárcel; ese infierno llamado La Catedral, en cuyas ruinas dicen pobladores del lugar aún hoy se oye el lamento de los torturados por Escobar.

La historia se repite, otra vez la mano de la iglesia está en busca de un protagonismo que le dé respiro a la debacle de un episcopado que carga a su haber el lastre de infamias como la pederastia.

No hay en este país alcalde, gobernador, ministro o hasta presidente que no tenga que mamarse, así sea por protocolo, las interminables misas donde la iglesia termina siendo la gran protagonista, y sus altos prelados siempre procuran por hablarle al oído al gobernante, aunque no pase igual con otras religiones. Sé de líderes evangélicos y de otras corrientes cristianas que tienen que esperar más de un año para que un alcalde les dé una cita, aunque por ahora, al menos en campaña, la historia es otra.

Ahí está pues, ¿cuál es el asombro con el tema de Santrich y la perversa ambición protagonista de Iglesia católica? La historia no cambia. Incluso, aunque Santrich estando en el prelado se fugase, por sí mismo o rescatado por el ala armada de las Farc, den por seguro que nadie cuestionará a la iglesia y que nada va a pasar porque así somos, porque la memoria selectiva del colombiano da para esta y otras mil utopías.

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