La alcaldía de Peñalosa ha sido tan mala como la de Petro

La alcaldía de Peñalosa ha sido tan mala como la de Petro

Un título polémico para una confesión difícil: Peñalosa se convirtió en lo que sus electores más odiamos. Esta es una confesión desde la otra orilla

Por: Felipe Castilla Segura
mayo 08, 2018
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La alcaldía de Peñalosa ha sido tan mala como la de Petro
Fotos: Colprensa y publimetro.co

Me siento incómodo usando el rótulo de peñalosista, pero dado que no existe otro apelativo para los que apoyamos su visión de ciudad entonces lo usaré. Apoyar esa visión no significa seguir ciegamente a Enrique Peñalosa: nunca pude imaginármelo como presidente de Colombia y no voté por él. A pesar de esa falta de fidelidad muchos esperábamos verlo nuevamente en el Palacio de Liévano repitiendo los logros de su primer mandato.

La campaña "Recuperemos Bogotá" captó ese deseo compartido: queríamos volver a sentirnos orgullosos de nuestra ciudad, como sucedió al principio de los 2000. Los creativos detrás de esa campaña supieron reconocer la fortaleza de su candidato: en política no hay nada más elocuente que las obras entregadas y Peñalosa tenía bastantes.

"Recuperemos Bogotá" revivió al muerto político que era Peñalosa porque comprendió a la perfección que los bogotanos estábamos cansados de tantas promesas, de tantas excusas y de la ausencia de obras reales: Petro fue un alcalde más preocupado por ser alguien que por hacer algo.

Sospecho que una horda de petristas protestará diciendo que “Petro sí cumplió” (porque esa es la nueva estrategia electoral del exalcalde), pero este escrito no es para refutar al exalcalde, así que no ahondaré más en ese tema, sigamos hablando de Peñalosa.

He pasado más de dos años apoyando (como si fuera un hincha de fútbol) el proyecto de recuperar a Bogotá, pero el cansancio y la decepción ya me coparon. No soy capaz de ser como los petristas furibundos que se creen sin chistar cada una de las mentiras de su mesías.

A estas alturas del partido creo que es hora de reconocerlo: la alcaldía de Peñalosa II ha sido tan mala como la de Petro. Creo en el modelo de ciudad de Peñalosa, creo en su plan de gobierno (en sus líneas generales), pero le perdí la fe a Enrique Peñalosa. No sé cuál es la causa, pero he visto señales que muestran de dónde viene la debacle.

Recuerdo la posesión como el trabajo de un grupo de estudiantes vagos: era evidente que Peñalosa no estaba coordinado con su equipo, no sabía para donde moverse y se veía fuera de lugar en lugar de ser el protagonista de la ceremonia. Me parecía una observación superflua, pero me generó una pregunta: ¿qué sucedería si Peñalosa no era capaz de elegir un buen equipo?

Pues sucedió que Peñalosa se equivocó armando su gabinete: eligió un equipo de gobierno que resultó ser muy perdedor. De las figuras que lo acompañaron la primera alcaldía no se eligió a ninguna persona hasta donde sé.

Uno de los faltantes más grandes fue Héctor Riveros, quien fue su secretario de Gobierno. Riveros le diagnosticó a la perfección lo que sería ser alcalde después de alguien tan nefasto como Petro. Incluso, el exsecretario le dio un consejo que evidentemente Peñalosa nunca aplicó: saber decir las cosas para lograr la gobernabilidad ganándose a la mayoría de la ciudadanía, hacer política.

Peñalosa en cambio eligió como secretario a la persona menos indicada (con todo respeto de Miguel Turbay). El exconcejal le puede poner todo el entusiasmo, pero se requiere de alguien que le hable al oído al alcalde. El secretario debe ser un par, alguien que se vea y perciba del mismo estatus del alcalde. Que parezca el hijo y su natural falta de experiencia hacer que Turbay parezca un aprendiz de burgomaestre no un secretario de Gobierno.

La siguiente falla fue la elección de gerente de TransMilenio y por partida doble: Alexandra Rojas no tenía el perfil de la persona que tendría que enfrentar el caos del sistema y no lo hizo. La Conchi Araujo, por otro lado, puede ser capaz pero no se ha querido enfrentar al alcalde: Peñalosa vive en el mundo en el que TransMilenio es la maravilla y la Conchi no quiere sacarlo de ahí.

Otra falla ha sido elegir académicos para los cargos de Seguridad y de Movilidad: ambos profesores han cometido errores fatales. Daniel Mejía no ha entendido que ya lo sacaron de las aulas y que eso de ponerse a discutir la creación de centros de consumo controlado es tema vedado en esta administración: es darle la razón a Petro.

Bocarejo es una persona que le está costando aplicar a la vida real todo lo que había estudiado: fue fatal la forma en que manejó la licitación de la semaforización. Además, está el hecho que como académico saltó de una orilla a la otra con respecto al tema del metro: era un bocado de cardenal el video donde dice que cambiar los diseños del metro era no hacerlo.

La falla que definitivamente rompió mi admiración por Peñalosa fue el respaldo a la actuación de la encargada de la UAESP sin sonrojarse. No sé cuál es nombre de la directora que fue puesta en tela de juicio por la Procuraduría, pero su ineptitud para ese cargo y para esta crisis es más que evidente: el problema de las basuras en Bogotá estaba más que cantado.

Todos sabíamos que Aguas de Bogotá era una papa caliente heredada del gobierno Petro: esa apuesta fue el gesto de desafío más grande de todos del modelo de ciudad. Aguas se estaba convirtiendo paulatinamente en la EDIS del siglo XXI: tenía 13 sindicatos, el enorme riesgo de paros y la posibilidad de que floreciera la corrupción en su seno.

Ante todos estos fracasos Peñalosa y su equipo piden que creamos que todo es culpa de un complot, que hay saboteadores, que la culpa es de alguien más. No creo eso y esas excusas baratas me hacen pensar que no lo harán mejor en el futuro.

No veo a Peñalosa retomando el camino y desechando planes estúpidos como el sendero de las mariposas para concentrarse en los proyectos de verdad, como hacer nuevas vías para TransMilenio. El tiempo ya no le alcanza y la habilidad tampoco. Los detractores de Peñalosa pueden respirar tranquilos como nosotros lo hicimos cuando Petro fue restituido: ya sabíamos que no iba a concretar ninguna de sus promesas.

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