Petro, un fenómeno político de masas

Petro, un fenómeno político de masas

"Se siente heredero de una tradición rebelde y se ve a sí mismo como la continuidad de esas voces antiguas que nunca se han humillado ante el poder"

Por: Héctor Peña Díaz
mayo 04, 2018
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Petro, un fenómeno político de masas

No sé si a Petro le alcance está maratónica carrera hablándole al constituyente primario para convencerlo de que él y lo que representa son una opción viable para iniciar el cambio de rumbo de la nave social que amenaza naufragio.

Es innegable que estamos frente a un fenómeno político de masas, una marea popular que no se veía desde hace muchísimo tiempo en Colombia: no hay plaza pública a donde vaya Petro que no se llene hasta las banderas. Solo en la tarima, sin ayuda de memoria ni telepronter, el orador despliega un discurso de casi dos horas que cautiva a sus oyentes, en su gran mayoría hombres y mujeres humildes y sobre todo jóvenes. Le bastaría a cualquier lector ver en las redes sociales los videos de las manifestaciones para entender lo que estoy diciendo.

Frente a todo esto surgen unas preguntas: ¿por qué muchísima gente en Colombia, particularmente de los sectores populares y humildes, se siente interpelada por el discurso de Petro?, ¿Por qué se llenan las plazas de Colombia para oírlo?, ¿Por qué sus propuestas tienen cada vez mayor aceptación y fervor popular?

Petro está intentando en sus correrías contarle al pueblo colombiano una historia distinta a la oficial; la historia de unas elites parásitas que han mantenido al pueblo en la ignorancia y la pobreza que nunca han dudado en utilizar la violencia para defender el imperio de sus intereses. Las historia de unos líderes reformistas como Uribe Uribe, Gaitán y Galán que lucharon por la justicia social y fueron asesinados sin fórmula de juicio por esas mismas élites. Los sueños truncos de una “Revolución en marcha” propuesta por López Pumarejo, ahogada en sangre y fuego por la oligarquía liberal-conservadora.

Petro se siente heredero de una tradición rebelde y se ve a sí mismo como la continuidad de esas voces antiguas que nunca se han humillado ante el poder, que a pesar de las derrotas históricas subyacen en el alma del pueblo y encontrarían su cauce principal cuando sus intereses reales se vuelvan gobierno. Petro insiste en que si lo dejan llegar, si el sistema no lo saca del juego, él encarnaría los anhelos populares de una verdadera democracia.

El discurso de Petro interpela a las personas del común porque llama las cosas por su nombre y pone el dedo en la llaga de las miserias colombianas, hijas naturales de la injusticia social que, según su crónica personal, es una de las constantes de la historia nuestra, además, de ser el gran pecado de la clase dirigente y la matriz de todos los privilegios y violencias que aún gravitan sobre la sociedad colombiana.

Descorrida la pesada cortina de la guerra, aún con los vidrios empañados, comienzan a debilitarse las mentiras con que tanto tiempo fuimos engañados: que los culpables de todos los males eran los señores de la guerra, que cualquier propuesta de cambio social era sinónimo de subversión… al mismo tiempo afloran otras verdades: que aun sin la máquina de muerte del conflicto armado, la violencia sigue siendo una constante en las relaciones sociales y quizás lo más revelador: el hecho de que haya fracasado la lucha armada como medio para transformar la sociedad, no significa que las razones por las que ayer unos hombres se alzaron en armas hayan dejado de existir.

Es por ello que en este contexto emerge la voz de Petro con tanta fuerza, quien advierte que el acuerdo con las Farc es apenas una puerta que se entreabre para la paz. Es por ello, como no se había visto hace mucho tiempo que, gente de a pie, muchachos y muchachas, pueblo sencillo, salen en masa y llenan las plazas de pueblos y ciudades para escuchar esta nueva historia, esa voz rebelde que quiere aguarle la fiesta a la clase política tradicional, a la consagración electoral de sus privilegios.

Petro es el síntoma, su mensaje directo es rechazado por la “clase dirigente” y tergiversado por los medios; en un país donde el eufemismo es el rey se le advierte como un cuerpo extraño y se ataca al mensajero o el tono del mensaje; no se discute lo que denuncia, se evaden siempre las causas de la crisis o para decirlo en otras palabras: se quiere bajar la fiebre con pañitos de agua tibia cuando la infección hace de las suyas en el organismo social.

Una buena parte de las críticas a Petro están orientadas a descalificarlo como persona y líder político. Se le enrostra su pasado guerrillero, su gestión como Alcalde, su presunto carácter soberbio y autoritario, su amistad con Chávez, etc.; se le representa como una amenaza, algo así como un tornado que va a tumbar las puertas y ventanas de nuestras casas y se convoca al miedo para salvarnos de ese viento furioso.

Si se mira con lupa la propuesta política de Petro, estamos frente a un conjunto de reformas “socialdemócratas” que se han venido aplazando desde hace más de medio siglo. Paradójicamente, lejos de ser el demonio que pintan sus enemigos, veo más a Petro como un bombero que intenta apagar el gran incendio social, un líder que a la postre le serviría también al “establecimiento” que ciego y torpe se dirige al abismo por su incapacidad y mezquindad al no hacer ni permitir los cambios democráticos que apunten hacia la paz y la justicia en una sociedad profundamente fracturada.

De cualquier modo ese conjunto de reformas, por su complejidad y alcance, reclama un gran consenso nacional que las haga posibles. Materializarlas supone una alianza de sectores democráticos, movimientos políticos y sociales que las asuman como propias en caso de ser gobierno o las exijan en caso de ser oposición.

Lo que deja claro el acuerdo de paz con las Farc es que cualquier reforma que intente cambiar el orden de cosas debe ser llevada a cabo por la vía democrática, pues al dejarse de lado la violencia como instrumento político, esta vía debe volverse más ancha y profunda y no hay que llamarse a engaños: la política es por definición conflicto de intereses y la democracia una de las formas de resolverlo. De nosotros depende…

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