En su muy documentada y voluminosa obra La Revolución Rusa, 2016, el historiador Richard Pipes intenta buscarle los orígenes y las explicaciones a ese gran suceso del siglo XX, acaso el más importante de la centuria. Enumera la inconformidad de la aristocracia en 1730 con la emperatriz Ana que se había negado a aceptar las recomendaciones que aquella le había hecho en materia de limitaciones constitucionales para el ejercicio de sus funciones como condición para permitirle asumir el mandato; el levantamiento decembrista de 1825 y el fervor revolucionario del decenio de 1870 engrosan el catálogo de Pipes. Al final, este optó por asumir que la revolución fue producto de una conspiración y de un golpe de Estado perpetrado por una minoría contra la mayoría de la población.
No fue la primera vez y no ha sido la última que procesos sociales y políticos de cierta importancia nacional e internacional reciben este tratamiento. Acostumbrados a mirar las sociedades y los sectores sociales que la integran desde la óptica del orden natural de las cosas algunos académicos y opinadores no conciben que ese orden pueda ser alterado aún con las mismas reglas con las que ha funcionado durante tantos años. En su lógica acomodaticia esas reglas solo serán válidas y legítimas si reproducen lo existente, el status quo.
La estrechez de mira de estas personas es posible ya porque pertenecen a la órbita de los privilegiados o porque sin serlo asumen que lo son. Es lo que ocurre en la campaña electoral presidencial presente que no entienden y no cabe en sus cabezas que uno de los candidatos llene de miles de personas cada una de las plazas de pueblos y ciudades pequeñas, medianas y grandes sin que para ello haya debido a acudir a gastar millonarias sumas de dinero. Y viene entonces a cuento lo de la financiación extranjera. Así de manera tajante se evita una explicación convincente y se construye una nueva cueva de sombras como en el mito platónico. Una nueva manera de revivir el comunismo internacional.
La inclinación por la conservación de lo existente también se expresa en las entrevistas realizadas en los medios de comunicación. Así, cuando el entrevistado es ferviente partidario de la iniciativa privada y de la gran empresa poco falta para que se arme una reunión bailable. El ambiente cambiará de modo radical si quien responda a la entrevista es alguien que quiera ejecutar tímidas reformas sociales.
Los historiadores y analistas políticos nacionales y extranjeros han intentado explicar el fenómeno uribistaoriginario por el cansancio de la mayoría de la población colombiana frente a los desafueros de las Farc y por el fracaso de El Caguán. Uribe capitalizó ese descontento y lo acrecentó con el fantasma de que esa guerrilla estaba ad portas de tomarse el poder. Un gobierno de mano dura como el de él salvaría al país que además combatiría la corrupción. Lo acompañó el rol de las Farc que también se creyeron el cuento de que podrían ser gobierno. Lo demás es historia.
Un ejercicio parecido debería intentar hacerse con el fenómeno Petro. Ocho años de gobierno de AUV y otros tantos de JMS serían un período suficiente para hacer calentar las mentes de millones de seres humanos que han tenido frente a sus ojos los más aberrantes casos de corrupción y de violación de DDHH, que aquí no es necesario individualizar. Sin embargo, mientras AUV se montó sobre supuestos (que las Farc se tomarían el poder) Petro levanta su plataforma de gobierno en un escenario de Colombia real.
Y la soporta con una trayectoria de denuncias en el Senado contra el paramilitarismo, contra el favoritismo presidencial uribista hacia la familia ídem y el gran empresariado urbano y rural; contra los Moreno y los Nule cuando los primeros gobernaban Bogotá ennombre del PDA y se la robaron una vez y media, así mismo en el caso Odebrecht.
Y no solo desde la oposición, también desde el gobierno. En medio de la más feroz oposición que alcalde de ciudad colombiana haya tenido sus logros sociales desde la Alcaldía de Bogotá fueron destacados por reconocidos organismos internacionales: mínimo vital del agua, salud preventiva, atención a habitantes de la calle, mejoras sustanciales en educación, creación de empleos y formalización de los mismos, disminución de los índices de pobreza, etc. ¿Pueden los candidatos de enfrente mostrar sin sonrojarse un róster parecido?
El observador de la política nacional entiende las preocupaciones de quienes son defensores de que todo cambie para que siga igual. Ese ha sido su discurso centenario y más y les ha traído buenos resultados. Pero al menos súrtanlo con nuevos ingredientes para que no hagan como Pipes con la Revolución rusa de 1917, reducir el entusiasmo hacia Petro a unos ríos de billetes provenientes del exterior. Eso marcaría la diferencia. Las analogías, como bien se sabe, cojean. El primer acontecimiento tuvo consecuencias internas y exteriores telúricas, el nuestro es solo un proceso social que se intenta encauzar mediante elecciones populares.