Insulto, improperio, vejamen, intimidación, burla, humillación, injuria, acoso… ese caminito empedrado y corto que deriva tantas veces en amenaza. No hay semana en que no escuches sobre bullying o matoneo. Si algo tenemos facilito en el verbo es la ofensa. Aquí a nadie se le niega un madrazo por la mínima razón. El lugar en que empezó el último incendio fue en la palabra. Unos pronuncian fósforos mientras la saliva de otros es gasolina.
Dos hombres corren detrás de una pelota en una cancha de fútbol, sucede lo que puede pasar igual sobre la grama de un estadio que en la arena de la cancha de barrio: una pierna atrapada por otra pierna y una rodilla que se descentra. Lesión, dolor. Es el riesgo natural de esa profesión. Incluso vale recordar que detrás de una patada no siempre hay mala intención ni una conspiración. No importa que sea un equipo de primera contra otro de tercera división, lo que es de quinta es la reacción: después de caído Falcao, el defensa Soner Ertek recibe un tsunami de insultos por vía electrónica e incluso amenazas que condicionan su futuro a la gravedad de la lesión del delantero.
¿Qué puede pensar —sentir— un jugador de fútbol que lee estos epítetos venidos de un país en el que matan al árbitro Álvaro Ortega en mitad del campeonato y al seleccionado Andrés Escobar luego un autogol en un mundial?
Tal vez aquí para muchos un insulto no significa nada, tal vez aquí las amenazas se puedan medir fácilmente entre serias y no tanto, entre peligrosas y no tanto, entre altas y leves. Pero esa alevosía no es natural en todo lugar. Hay sitios del mundo donde un insulto es un insulto y una amenaza es una amenaza. No hay atenuantes, son lo que son.
Aquí es natural que un político insulte a un pueblo “… como perfumar un bollo” dice uno, “… merienda de negros” afirma otro. Aquí es natural que un pastor ofenda a su grey “… Si ven el predicador sin un brazo, (los fieles) no se van a agradar mucho. Por la conciencia, otros dirían por estética, no lo ponemos en el púlpito”. A unos no les faltarán votos en la próxima elección. A otros no les faltarán creyentes en el templo el próximo domingo. Ah, y votos tampoco. Aquí pasa todo y no pasa nada. Esos hechos primero son noticia luego anécdota y después olvido.
El humorista de estos lares sabe que la ruta fácil para conquistar a un público difícil es matizar el final del chiste con un hijueputazo, apelar al poco sutil fonema de lo soez según la ocasión. La escuela de la Nena Jiménez todavía tiene matrículas abiertas aunque ella ya no esté.
Qué fácil se nos va la vida en el insulto. Qué fácil citamos a la muerte en el discurso. Qué manía trágica la de practicar la ofensa como si fuera deporte. Si algo necesitamos en este país es construir puentes en lugar de levantar muros y el insulto no es más que una de las máscaras más deslucidas del odio.
Qué preciosa es la palabra Concordia.
Si pasas por los foros abiertos en la página web de los diarios se te cierran las tripas. No hay noticia o columna de opinión que no reciba una catarata de improperios contra el autor o contra el hecho o contra los protagonistas. Y se trenzan peleas entre los comentaristas con una bilis solo propia de los nombres ilegibles con que firman para no perder la sombra del anonimato desde el que lanzan sus piedras.
Y ese mismo aire pesado también lo respiras en lugares como Twitter y Facebook donde muchos escriben como quien escupe, plena camorra digital, a un cielo sin santos desde su teclado henchido de frustración cotidiana para exhibirla luego como ficticia indignación, tan pasajera como el tema del día. Y a veces no es más que la metódica expresión de una ira rancia que despierta cada día con la tarea de intentar espantarle el sueño a un contrincante imaginario. Primero stalker, luego trol y no sé qué más. Si aplicaran la misma energía y entusiasmo a las tareas de la vida en 3D seguro que limpiarían un poco el aire que comparten con los demás.
Qué bellos son los árboles; capaces de transformar el dióxido de carbono en oxígeno.
Metáfora perfecta de la mala vibra convertida en energía positiva.
Qué falta nos hace un poquito de sabiduría vegetal.