Un formidable ejército, una fuerza muy importante, cuyas filas están engrosadas por todos los empleados informales de nuestra patria, que con su humilde y quimérico oficio subsisten macilentos y acosados por la pobreza. Así se constituyen las nuevas autodefensas unidas de Colombia, cuyo número es creciente cada día.
Humildes, mal alimentados, usando como armas sus bártulos y mercancías enfrentan el duro combate de la vida y la subsistencia diaria, campeando sin tregua. Su actividad es heroica frente a un Estado injusto, desigual, y aporofóbico (miedo a los pobres), convirtiéndose en ejemplo de valor, desafío y sacrificio.
¿De quién se defienden? Se defienden del régimen inequitativo, de una sociedad indolente e insensible, de la fuerza pública represiva, de los usureros prestamistas “gota gotas”, de narcotraficantes lavadores de dólares, de los poderosos comerciantes y del rico proveedor de cachivaches, dueños de sus sueños y sus vidas.
Los vendedores ambulantes son hombres, mujeres, ancianos y niños, suplicantes y menesterosos que se baten como modernos cruzados en las urbes de nuestra patria.
Su pregón es el grito del pueblo que reclama justicia e igualdad social, sin un salario, prestaciones sociales y seguridad pública se convierten en estoicos mártires de una nación que disfraza la informalidad como empleo real.
Este gremio es un verdadero polvorín, capaz de tocar fibras sensibles del Estado, que siempre tendrá la solución, el uso de la fuerza desproporcional.
Ante la disyuntiva de trabajar o morir de hambre, el verdadero vendedor ambulante —el de las velitas de incienso, el del veneno para roedores, el afilador de cuchillos, el vendedor de medias, el del carrito de dulces, el de mercancías nacionales— sale como un predador acosado, a cazar, en este caso a “vender”, en realidad a engañarse y embolatar el estómago. Ellos son muy diferentes de los otros vendedores, que se engalanan con joyas vistosas de oro, juegan con sus celulares de alta gama y sus puestos parecen pequeños y ricos almacenes, una especial mafia que como parásitos y sanguijuelas explotan a los otros y son dueños de varios espacios que alquilan o subarriendan.