Por motivo de trabajo he tenido la suerte de recorrer el país de sur a norte y de oriente a occidente, en los últimos meses, lo que ha significado una experiencia maravillosa. Arauca, Vichada, Meta y la costa nariñense fueron algunos de los destinos que visité y disfruté en los ratos libres que me dejaban las capacitaciones sobre no violencia contra la mujer.
Decir que Colombia es un país maravilloso, donde el “riesgo es que te quieras quedar”, es un lugar común. Pero no me importa, porque cuando uno logra llegar a esas zonas apartadas se da cuenta que realmente hay lugares en nuestro país que dejan una huella imborrable. Puerto Carreño, por ejemplo, un municipio privilegiado por la naturaleza, el último rincón del oriente, donde se juntan los ríos Meta y Bita con el Orinoco y se pueden disfrutar los raudales y las jugarretas de los delfines rosados que acompañan las lanchas.
Arauca, un poco más arriba, con esa vegetación exuberante, cuna del joropo y los copleros. Allá se le canta a la garza, al caballo, al ganado y a la vida del llanero sin importar que las balas se escuchen tanto como las canciones. En buena hora la música llanera va camino a convertirse en patrimonio intangible de la humanidad, a ver si algún día los violentos dejan de opacar el sonido del arpa y la guitarra.
Tumaco, al otro extremo, con ese mar Pacífico opulento, esa gastronomía exquisita, basada en el coco y los mariscos, esa música de marimba y esa gente amable, cariñosa, que no merece vivir en la zozobra en que la mantienen los grupos armados y las bandas criminales. Tumaco está sitiada, fragmentada por fronteras invisibles que la dividen de barrio a barrio y ni siquiera la presencia imponente de las fuerzas militares ha logrado devolverle la paz y la tranquilidad.
Todos nuestros lugares de frontera resultan difíciles de visitar. Están aislados física y espiritualmente de los centros urbanos del país. Llegar a ellos es un albur, bien sea por la precariedad de sus carreteras, por las condiciones de seguridad que los rodean o por los altísimos costos de los pasajes aéreos y las bajas frecuencias de los vuelos. El trayecto Cali-Tumaco, por ejemplo, cuesta casi el doble del Cali-Cartagena.
No interesa saber que fue primero en estos territorios, si el abandono o la violencia, pero tienen bastante de ambas cosas. A pesar de sus grandes potencialidades, son lugares que apenas sobreaguan en medio de la pobreza. Algunos tienen que importar casi toda la comida y los bienes de consumo; otros dependen de las opciones que les regatean los vecinos, como Venezuela y Ecuador. La mayoría viven de esperanzas, sueños basados en las regalías que hasta el momento no les han servido para nada distinto de enriquecer a unos pocos gobernantes inescrupulosos.
En verdad dan lástimas nuestras zonas de frontera, aisladas y olvidadas. ¡Cuánto turismo podría llegarles si no estuvieran en las condiciones que están! ¡Cuánto desarrollo habrían alcanzado si no dilapidaran sus riquezas naturales! ¡Cuántas oportunidades significarían para Colombia estos territorios si no los miraran con desdén desde la Capital!
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