Colombia cada vez se acerca más a su inevitable cita con el destino, víctima de su propia maldad, de una infamia y perfidia sin límites, atorada en su ignorancia e inconsciencia, resignada e incapaz de salir de ese nefasto modelo criminal producto de su complaciente complicidad con el delito. Un país trágicamente encunetado entre un derrumbe y un profundo abismo.
La sociedad colombiana ha visto cómo durante más de dos siglos las elites y las dirigencias políticas se han venido repartiendo el poder entre los dos partidos impuestos por la misma oligarquía, partidos que tan solo han sido expresiones diferentes de un mismo modelo criminal y cuyo objetivo principal siempre ha sido el de mantener dividida a la sociedad colombiana. Imponiendo desde hace varias décadas un “modelo” que no ha cesado de saquear y desangrar a Colombia, haciéndole creer al pueblo cada 4 años que la alternancia de estos dos partidos en el poder, traería la “solución” tanto esperada.
En 168 años de existencia del Partido Liberal y 169 años de existencia del Partido Conservador, ninguna de estas dos roscas supo aportar algo más que sangre, hambre e ignorancia para el país. Conscientes de su propio fracaso y codicia de poder, últimamente como estrategia electoral, estos 2 partidos han parido vástagos, haciendo metamorfosis en otros partidos que no han sido sino expresiones diferentes del mismo modelo criminal que siempre ha gobernado y que ellos tienen por una respetable institución: “la corrupción”.
Este flagelo, más letal para la democracia que todos los grupos insurgentes y alzados en armas, terminó por convertirse en un verdadero cáncer con metástasis que devora implacablemente a Colombia y la conduce cada vez más hacia un profundo precipicio, quitándole definitivamente la esperanza a todo un pueblo de algún día poder proyectarse en un país diferente, un país orgulloso de tener dirigentes honestos que permitan lograr esa paz tan anhelada, una paz verdadera y durable. Colombia requiere urgente de un modelo limpio, un modelo honesto, que la logre extraer de esa terrible encrucijada en la cual se encuentra atrapada.
Actualmente el debate político electoral ya no se pone más entre quién escoger, si entre la izquierda o la derecha o el centro o cualquier coalición oportunista. En este momento en el que aparecen como por “arte de mafia” todos los escándalos de corrupción, con los cuales nuestra desprestigiada y detestada clase política convivió copuló y consintió durante un par de siglos con morbosa pasión y codicia a participar en esa execrable bacanal de cinismo, dinero y poder, que terminó por desintegrar la institucionalidad y la legitimidad del “estado colombiano”, y lo peor, este remedo de estado, aún sigue revolcándose entre la indecencia y la “ley” en la cual, el más malvado es el “mejor” y/o el modelo a seguir.
Un vergonzoso modelo que mantiene en rehén a Colombia y que hoy, constituye lo que fácilmente se puede denominar un estado fallido, si, un estado criminal, un estado mafioso que insiste en ser ante los ojos del mundo, un modelo “ejemplar”, “un modelo de democracia”... un narco estado belicoso y camorrero, hazme reír de la región, que esconde su profunda crisis detrás de los problemas internos y soberanos de los otros países hermanos. Un estado tramposo que convirtió la guerra y la paz en un jugoso negocio, haciendo trampa e irrespetando a todos, desde los que le dieron la medalla, hasta los que le dieron las donaciones para ayudar a implementar los acuerdos de paz.
Un estado que sabía pertinentemente que nunca le iba a cumplir a nadie ni al pueblo colombiano ni mucho menos a la guerrilla, y sí que menos a todos esos países que ayudaron en el fracasado proceso, un estado que nunca tuvo la menor intención de terminar con la guerra que le declaró al pueblo colombiano hace más de 200 años. Para la oligarquía y la delincuencia política la guerra y la paz siempre han sido un simple negocio, pues se trataba a través del engaño de desmovilizar y rendir a la guerrilla, desarmarlos y apropiarse de todos los dineros y los activos de esta agrupación y luego deshacerse de ellos tramite falsos positivos judiciales y el acostumbrado exterminio contra todo aquel que ose contravenir al pensamiento único impuesto por la oligarquía y el establecimiento colombiano. La prueba más fehaciente salta a la vista, más de 250 líderes sociales, reclamantes de tierras y excombatientes asesinados en medio de la implementación de los famosos acuerdos.
A apenas algunas semanas de las elecciones presidenciales ese estado fallido se niega a dar la releva, a “soltar” a Colombia de sus afiladas garras y de este modo permitir una necesaria transición que nos permita a todos los colombianos proyectarnos en un país diferente, donde el Estado funcione; donde los presupuestos sean para desarrollar el país y no para enriquecer individualmente a la delincuencia política y la mafia de los contratos; donde la recuperación agropecuaria sea una prioridad que reemplace los estragos causados por la “locomotora minera” y el modelo extractivista, un país donde la “confianza inversionista” sea reemplazada por el bienestar del pueblo; donde los campos sirvan a la producción de comida y no como guarida a las bandas criminales de cualquier índole, y en ningún caso, para seguir produciendo drogas o para la desbastadora minería ilegal.
Un país donde la plata de las regalías sirva para crear riqueza, infraestructura, hospitales, escuelas, universidades; donde ser campesino no sea una fatalidad sino un motivo de orgullo; un país de campesinos con derechos y maquinaria que les permita cultivar los campos y convertirse en productores ricos; donde al delincuente, al corrupto, al ladrón, al atracador, al violador se le castigue y no se le premie. Sencillamente un país donde funcione el Estado y no que este sea una guarida de parásitos hereditarios llenos de privilegios. Parásitos a erradicar absolutamente, ya que solo sirven de comodín a poner, para el gobernante designado y/o “coronado” en última instancia electoral por la mafiosa Registraduría y el corrupto CNE.
Un país en el cual la muerte sea una vergonzosa calamidad y no una costumbre del inevitable y trágico destino causado por la pobreza; donde las alianzas de la política y los paras sean motivo de oprobio y en donde los crímenes perpetrados por las bandas criminales y el paramilitarismo no sean considerados como bajas institucionales; donde el incremento patrimonial repentino sea investigado, perseguido y castigado y más aún si se trata de la clase política, un país en el cual los servicios públicos sean un deber del estado y un derecho del pueblo y no un negocio de las elites.
Un país en el cual la educación deje de ser un lucro privado y se convierta en un derecho; que deje de exportar sus drogas ilícitas, sus paracos, sus narcos, sus putas, sus cuenta-goteros, sus contrabandistas, sus sicarios y que su sociedad considere esto como una triste vergüenza y parte de un horrendo pasado a nunca más repetir; que exporte tecnología, saber, innovación y en el cual al científico y al investigador se le premie prestándole toda la ayuda y los recursos necesarios que le permitan llevar a cabo proyectos que beneficien a los colombianos y al resto de la humanidad.
Un país en el cual la salud sea un derecho que se preste con excelencia y calidad y donde la gente no se muera esperando una cita, o de la pobreza al no tener con que comprar las medicinas; donde el respeto sea el principal pilar del entendimiento entre los individuos y que la buena convivencia haga parte del cotidiano vivir; que produzca empleo de calidad en el cual el profesional, el recién egresado, el obrero y el campesino tengan calidad de vida garantizada, con buenos ingresos, salarios justos y no un país donde los mejores empleos estén monopolizados como cuotas de la delincuencia política.
Un país donde los jueces, fiscales y fuerza pública, sean escogidos por sus calidades morales, por su ética, por su profesionalismo y no por conveniencia y complicidad con las roscas mafiosas y los esquemas de poder criminal político; donde al corrupto se le castigue, se le obligue a devolver lo robado, se le multe y se le envíe a la cárcel durante muchos años sin posibilidad alguna de volver a la política, que sea inhabilitado de por vida; donde los medios de prensa sirvan para informar clara y eficazmente con deontología y no para manipular conciencias o generar matrices de opinión que beneficien a las elites o a los grupos de poder económico y/o a la delincuencia política.
Colombia llega a un punto de inflexión en el cual se encuentra confrontada a sí misma, a todos sus errores históricos, a sus deudas sociales y a sus propias desigualdades. Confrontada a todas las taras y desvirtudes que la llevaron a convertirse en un verdadero infierno en la tierra, y en el cual la corrupción siempre fue más que una simple institución, la madre de todas las calamidades, la genitora del modelo mafioso y criminal en el cual se revuelcan al igual que los cerdos, nuestros mal llamados “padres de la patria”, pero también gran parte de la sociedad complaciente de llamarse hijos de tan abominable estirpe y feliz de ser cómplice de todas las calamidades que aquejan a nuestra desorientada y manipulada patria dominada por mentes criminales que siempre han tenido a Colombia por un botín a repartir.
En este momento histórico para Colombia el debate principal ya no está en si la izquierda llega al poder o si este prevalece en manos de la derecha, el debate principal es la necesidad urgente para Colombia de romper con el modelo criminal y reemplazarlo por la decencia, por la ética, por los valores y principios como pilares de la sociedad y escoger de una vez por todas un dirigente que cumpla con estos principios esenciales para construir una sana democracia donde la paz sea el programa de gobierno y el resultado de la honestidad de sus dirigentes, en el cual si no se logra exterminar la corrupción por lo menos se logre acabar definitivamente con la impunidad.
Nadie vendrá como por arte de magia a resolver por todos lo que nos corresponde resolver a nosotros mismos. No esperemos que sean los que nos hundieron en el barro y en la violencia quienes nos traigan las soluciones, nunca lo han hecho ni nunca lo harán. Un pueblo cómplice, se merece tener dirigentes criminales. Un pueblo, maduro, honesto y responsable fabrica sus propios líderes y su propio bienestar. Colombia necesita urgentemente un cambio y seguramente no será la fracasada, desprestigiada y hereditaria clase política que hoy aparece en los carteles electorales vendiendo mentiras que traerá la solución.