Despedida de Amaranta Hank con escandalosa fiesta porno

Despedida de Amaranta Hank con escandalosa fiesta porno

La actriz concentró a sus fans en el Circo Medellin en donde tuvo sexo en vivo para decirle adiós a Colombia y arrancar hacia Barcelona. Crónica no apta para menores

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abril 14, 2018
Despedida de Amaranta Hank con escandalosa fiesta porno
Foto: twitter AmarantaHank

Al inicio, estar en el Circo Kinky era algo muy similar a tener la primera cita con una amante por internet. Hay una gran expectativa por lo que va a suceder. El primer día hay un jugueteo fortuito empujado por la soledad al otro lado de la pantalla, todo entonces evoluciona en decenas de fotografías sugerentes, rostros tapados, senos erguidos, nalgas dispuestas, penes erectos, fluidos, labios, gemidos por whatsapp, promesas… Llega entonces la cita. Notas o, que te han llevado a un motel al lado de un Transmilenio, o que en dos horas llegan los padres de la atrevida y desinhibida fantasía sexual. El diálogo es torpe y tembloroso, los movimientos son de un par de jóvenes incapaces de no haber usado unas medias tobilleras blancas, o una ropa interior de muñequitos. Todo parece que va a ser así, pero…

La fila es larga a la salida del Circo Medellín, los cuerpos formados son esculturales, todos se han decidido vestir como para actuar en un remake de la escena en el sótano de la tienda de armas de Pulp Fiction. No hay algo así como el Halloween con las Harley Queen llenas de venas várice, ni pieles moradas por el frío. La entrada tiene una contorsionista en un punto alto dando la bienvenida. El acceso es rápido, no es temeroso, fluye, tiene ritmo, todo promete. Huele tan bien todo. Los asistentes se han aseado de tal forma que uno creería que se han hecho un enema para asegurar una jornada salvaje de sexo anal clandestino. La gente, disfrazada, va llenando el sitio con una coordinación impresionante, pero es tanto el tumulto que luego no pasa nada, nadie se logra mover. Todos empiezan a sudar, esperando por una hora completa y totalmente inaguantable que algo suceda, y sucede, claro. La llegada de un felino gay que, sin saberlo, se convirtió en un homenaje muy flácido de las presentaciones musicales de Almodóvar y McNamara

Hay chistes muy malos de este maestro de ceremonias sobre erecciones y gemidos. Invita al placer mientras bambolea unas nalgas mínimas y un testículo negro fuera de lugar. Todo vuelve a parecer como una primera cita virtual desastrosa. Como si nadie se supiera poner el condón en la cita, o como si no pillaran la diferencia entre el ombligo y la vagina, así como Tommy Wiseau. Hay un tufillo de película porno colombiana. Ya no es Shortbus, no hay gente ya glamorosa. Todo lo que se veía bonito, como en una relación amorosa que promete, se va diluyendo inevitablemente.

Un león sale entonces, disparado, pero no se ha enterado que no parece un león, a no ser que haya imaginado que es Scar. Se auto denomina, obviamente ¨El hombre león¨, y su poder es ser una especie de animador de cuchitril en cuadra picha haciendo que las solteras griten por un litro de aguardiente. Hace un concurso de baile. Una muchacha muy bajita y con la ropa apretada sube al escenario. La ha elegido sin conocerla supuestamente, pero todo parece ya contratado. Mueve las nalgas con el hilo dental puesto, pero se sale una marquilla, o algo blanco, no quiero confirmar que era una toalla higiénica en realidad. Todo mundo la chifla, era tan degradante que siguiera bailando para ganar adeptos, que el hombre león, sin defenderla, le daba el cierre al show sentándola en sus piernas para masturbarla en público. Luego nadie gritaba, era incomodo, era una vejación absoluta, que consentida o no, resultaba muy chocante. La masturbación fue brusca y el momento realmente incómodo.

Subió entonces una versión paisa de Liv Tyler, la quintaescencia de la belleza tan perfecta que parecía irreal. Sus nalgas, llenas de celulitis, bailaban con la gracia y la fuerza de Salma Hayek en Del crepúsculo al amanecer. Su baile fue tan hermoso, que indirectamente dio a todos una lección sobre la confianza y seguridad sobre lo que uno es, lo que uno tiene. Esa chica se amaba de verdad.  No se dejó pegar por la fusta del león rastafari, se fue dignamente y ganó la competencia. La fiesta, entre altas y bajas, encontraba por fin su tono. Era una fiesta como dirigida por Carlos Mayolo, llena de chispazos, de momentos de brillantez absoluta y de caos.

Un enano intelectual entra en escena, luego de media hora de espera y de las salidas imposibles del felino con su voz impostada de actor porno español. Lo llaman ¨El dildo humano¨, viste como un tigrillo y usa su cola como látigo. Su súper poder es aprovechar que ya es chiquitico para meterse por la vagina de un personaje como salido de una película de Ettore Scola mientras alguien le ubica el micrófono en la boca para que la audiencia advierta sus gemidos. Es un espectáculo tan pintoresco, tan hermoso, que John Waters se hubiese chiflado de la felicidad y del orgullo. Sus devotos habían hecho una fiesta como ideada por Divine. Esto no es malo, es nostálgico.

Algo aturdido, salí de la montonera y me di cuenta de que la verdadera fiesta kinky no eran sus espectáculos principales. Lo bello, lo sexy, lo atrevido y lo magnético pasaba por fuera de competencia. Creo yo que las mujeres hermosas del inicio, cansadas se la obviedad erótica, decidieron hacer por su cuenta otra fiesta pornográfica.

Una mujer muy joven se acercó y pidió golpearme. Una dominatriz irrumpió en la conversación y me dijo que ella, bajo ningún concepto, se dejaría pegar, que ella propiciaba dolor y que odiaba ser tocada, y sin embargo le dijo a la muchacha que para dar había que recibir, es decir, que para pegarme tenía que recibir una parte. La chica se puso muy contenta, sus ojos brillaron y aceptó.

No tenía nada que ver eso con violencia de género, era una especie de gozo descarado de aceptar el dolor como un coito inesperado, como la mordida en un beso, como unas uñas aferrándose en la espalda, o como la primera vez de una penetración por la puerta de atrás. Para ellas, para ellos, igual es algo que duele, que somete, que funde, que junta y que hace que el placer y el dolor sean un par de amantes codependientes, casi amores enfermizos.

Una fusta como la de Ninfomanía, una tabla como la de Pink Floyd ¿o la mano? -Sí, puedes darme con la mano replicó la muchacha. Subió su vestido oscuro, y en su figura aparentemente adolescente, se escondía en realidad una mujer tremendamente sexy. Tenía tangas negras de encaje y su carne expelía un perfume delicioso. Se puso en cuatro, abrió las nalgas y recibió de mi parte 7 nalgadas. Cada que recibía una nalgada fruncía la cola fuertemente, pero luego se sacudía y pedía más, mucho más fuerte. Al final, cobrando lo prometido, ella se desquitó, puso sus manos en mi pantalón, juntó su pecho contra mi espalda, me sostuvo con firmeza y me bajó el pantalón sin miramientos. Mi pene quedó expuesto. Adelante mío había dominatrices y dominadas mirando. Me cubrí rápidamente, pero entre tanto me ubicaba la mujer del vestido de negro me golpeaba, apuntando a la parte baja de mi espalda y poco a mis nalgas. Parecía la heredera de Mel Gibson en La Pasión de Cristo.

Ahora consciente de mi naturaleza masoquista, intenté localizar en el horizonte a mi mujer verdugo. Al adentrarme de nuevo en el tumulto kinky, apareció una mujer que muy seguramente todos ustedes han visto, y se que llama Alejandra Omaña, o Amaranta Hank. Esta es sin duda, la primera vez, en el que un personaje real supera con creces al personaje de la pantalla. Ninguno de sus videos porno advertía, siquiera, la grandiosa sensualidad de esta diva del cine XXX. Decidí quedarme y renunciar a mi amor fugaz, Amaranta había llegado, y simplemente no se le podía dejar de ver, era hipnótica. Su parte en la fiesta, además de ser una de las organizadoras, era ofrecer una escena porno en vivo que iba a verse en streaming por toda Europa. Un hombre negro, disfrazado de Tarzán, llegó a la escena. Amaranta, devorándose el escenario totalmente, se devoró el pene de este hombre que, apabullado, acabo eyaculando al poco tiempo en los labios de Amaranta.

¨ ¡Pero es que son 900 personas pidiéndole que se le pare! ¡Pobre negro! ¨ Hablaban varios hombres en solidaridad con este actor humillado por una multitud que exigía que le hiciera honor a las leyendas sobre el tamaño de los hombres de su etnicidad. Amaranta, sin perder el control de su momento, muy rápidamente logró convertir una eyaculación precoz en un trío lésbico con dos jóvenes de la audiencia, que, con una seguridad envidiable, parecían la reencarnación de Marilyn Chambers y Linda Lovelace. Ver a Amaranta ser más allá y más acá de la imaginación y la pantalla fue algo glorioso. El circo kinky se había recuperado.

Saliendo del lugar la vi por fin, la atajé sosteniendo su ombligo y acercándome suavemente a su cabello. Intercambiamos teléfonos, iba a pedirle que fuera mi dominatriz, pero ella muy rápidamente cortó con un ¨no me nombres en este artículo, que es que yo tengo novio¨.

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