Pudo tratarse de una inocente amenaza de muerte porque incluso quien la hacía ponía en ejecución su plan en las manos de un muerto, Carlos Castaño. A cuya memoria le invocaba el milagro de un muerto más, solo eso. Le decía que por lo que hace ese hombre y su nombre lo tenía bien merecido. Qué de malo habría esta vez, cuántos inocentes mató en el pasado por un simple rumor subversivo, en tanto en este caso estaba probado el oficio de la víctima: Matador.
El caricaturista tomó el lápiz con que se ha defendido en la vida, al sentir asaltado su mundo aparte, en el que ha convivido en paz con los muñecos más feroces de la política nacional, vueltos con trazos mágicos al estado del que nunca debieron crecer, juguetonas criaturas; con la misma inocencia que crece una niña en su cuarto de muñecas, en medio de un mundo de lobos alfa que aguardan por ella.
Nunca pensaría quien se toma la vida en serio como un niño, que hasta el rincón de juegos de su alma tocaría la puerta la muerte, en un país que pocas veces recurre al protocolo inútil de la amenaza.
Pero la felicidad de la inocencia no consiste en ser inocente sino en vivir conforme a ella, y Colombia guarda en su memoria el horror de la muerte de quien la hacía reír hasta perder los dientes como un niño, Jaime Garzón; a manos, por una tenebrosa coincidencia, del matador a cuyo espíritu se pide la muerte de Matador.
Y si la amenaza era virtual resulta más letal y de creer, ya que las reales son personales, y si son sinceras se guardan en el corazón porque el que va a matar no avisa, pero aquellas que exhortan los espíritus de la muerte son las que se pintan en muros reales o virtuales, como los anuncios sangrientos que dejaban en los pueblos antes de llegar los paramilitares a cumplir sus masacres, o la estrella de David que dibujaban en las casas los simpatizantes de los nazis antes que estos se llevaran de paseo a los judíos hacia los campos de exterminio; lo que nos podría llevar a la desoladora conclusión de que la amenaza hacia Matador sea apenas el anuncio de una forma de pensamiento que está por venir, o vuelve del pasado, dispuesta a matar a quien no se la tome en serio.
Coinciden los genios del humor en considerar que la condición para gozar de tan noble virtud es poder burlarse de los propios defectos, que suelen esconderse detrás de lo físico. Y saben que la risa es el ritual para exorcizar el demonio del ego, que puede llevar a matar a quien no esté de acuerdo con uno, ya que cuando nos vemos en el espejo de nuestras creencias no se permite la crítica, porque nos vemos a sí mismos, y el mayor riesgo es que nos crean los demás, con el pecado mayor de la idolatría que se manifiesta en el fanatismo del culto a la personalidad, que si está anidado en un espíritu de guerra logra la multiplicación de los muertos.
Es el retrato vivo de lo que sucede a los pueblos. Un país que no se permite reírse de sus errores se vuelve serio como se ven los gobiernos totalitarios, sea de derecha, izquierda, laico o teocrático, el defecto es el mismo. El niño que crece sin permiso al cuidado de un padre autoritario se torna rígido como un adulto, pero sus emociones vuelven sin control el día que se hace libre.
El gran defecto de Colombia es que se dejó crecer y perdió su alma de niño. Y tiene que ver con un crecimiento irracional y sin ley, después de ser regida en su historia por un régimen autoritario, corrupto y sin libertades, que arrojó a sus hijos al delirio del narcotráfico y el contrabando del dinero fácil, cuyos niños solo sueñan con ser grandes para tener los juguetes que no les importaron siendo niños.
El crimen de Jaime Garzón fue la ejecución del espíritu del niño colombiano frente al pelotón de fusilamiento de los adultos, por robarle el juguete de la vida que por esencia lo puede disfrutar aquel que entre más viejo se hace más niño. A partir de allí vemos como cosa normal que mueran de hambre los niños en Colombia, como se deja morir en el olvido el juguete en el cuarto de San Alejo para que no estorbe, cuando era el mismo niño el que le daba la comidita.
En serio, a lo único que teme el poder es al humor, porque le hace caer la máscara de seriedad con que se presenta, ocultando sus aberraciones. En la maravillosa obra El nombre de la rosa, Umberto Eco retrata con rigor esta gran verdad. El abate ciego Jorge de Burgos, cuidador y bibliotecario de la biblioteca universal en que habita toda la obra, trata a toda costa de impedir el acceso a la zona prohibida en que oculta un extraño saber, contenido en el libro que se consideraba perdido de Aristóteles, un tratado sobre la risa, al que envenena sus páginas para causar la muerte a quien osara leerlo. La razón de la prohibición era que si permitía que se leyera abriría la brecha para que terminaran burlándose de Dios, el sustento de todo el poder dominante de la Iglesia en el medioevo.
La medida de la libertad de una sociedad es el ejercicio pleno de su autocrítica, que se expresa sin límites en el humor. Gracias a ello, los Estados Unidos, que ha protegido las libertades civiles como el tesoro más preciado de la propiedad privada, se hizo fértil para el desarrollo de la caricatura moderna. A partir de ella, desde los más prestigiosos periódicos de su gran prensa, la sociedad americana pudo ver reducidas a miniaturas animadas a las personalidades más poderosas del mundo, para reconocer a esa escala los vicios desaforados del capitalismo, y que de su crítica surgiera la superación permanente de su misma locura.
El presidente republicano Richard Nixon, de cuya infancia conservadora traía en los labios una mueca tardía a manera de risa, quien se permitía con su seriedad mostrar ante la prensa feroz la cara más amable del cinismo, sentía un incontrolable temor de verse dibujado en caricatura, porque era llevado a un estado catatónico en que sentía el vértigo de la risa que lo perdía en la vida, ya que solo experimentaba la libertad al sentir que se gobernaba a sí mismo. De ese miedo a sentirse niño surgía su temor a sentirse vigilado, por eso su autoridad de presidente la gastaba en escuchas ilegales y en acosar a sus opositores, lo que al final, en un país de libertades, causó su renuncia con el escándalo Watergate.
Por eso la amenaza hacia Matador no puede pasar como hecho aislado, como las miles de muertes aisladas que no logran configurar ni siquiera una responsabilidad política en Colombia, porque la medida de nuestra democracia será cuando tengamos “Un país al alcance de los niños”, como profetizaba Gabo en un célebre discurso, el día que los presidentes teman a los caricaturistas y no los caricaturistas a los presidentes.
Porque si se llegara a cumplir el terrible aviso sería el doble asesinato del niño Jaime Garzón, al que todavía se llora, y la perpetuación de la cultura mafiosa que acostumbra a matar al muerto en su velorio. Si hasta le hacen bullying al niño Matador porque se asusta con una simple amenaza de muerte. Por eso no causa extrañeza que ni los expresidentes ni el presidente no hayan salido condenar el magnicidio infantil que vive Colombia, cuando han sido ellos quienes han condenado a muerte a los niños colombianos, sin derecho a sus defensas, al mismo tiempo de estar al frente del pelotón de fusilamiento.