Política y religión no es un fenómeno nuevo en Colombia, ni mucho menos, pero ha salido a relucir con tal fuerza que hoy sacó de la primera plana de las noticias nacionales tanto a Petro como al procurador. Para aquellos saturados con estos personajes ha sido una pausa, pero como siempre reemplazada por otro escándalo. Se enfrenta el 2014 como año electoral en medio de una profunda crisis de credibilidad de la política colombiana. A diferencia de otros años, poco se escucha sobre los miles de candidatos al Congreso de la República. Por el contrario, permanentemente salen a relucir las grandes y justificadas preocupaciones de los colombianos sobre la mediocridad de muchos candidatos o peor aún, sobre aquellos herederos de los grandes vicios que han caracterizado en los últimos años esta actividad. Esto ahoga una realidad: sí hay personas que merecen llegar o reelegirse pero no son la mayoría.
Dos elementos están cada día más claros: la política colombiana no es de ideas sino de personas y además, son los egos de los políticos lo que sobresalen más que sus preocupaciones por ese país que debe elegirlos o defenderlos o apoyarlos. ¿Cuáles son los planteamientos de Petro sobre Bogotá? Es evidente que no es precisamente esa su mayor preocupación sino más bien, su supervivencia como político. Por lo menos es lo que puede deducir un observador desprevenido. ¿Y el señor procurador defiende la institucionalidad, en este caso la Procuraduría, o su futuro político? Que concluyan los que lo analizan permanentemente.
Y ahora lo que faltaba. A pesar de las dudas de muchos sobre los partidos políticos asociados a movimientos religiosos, sería injusto no afirmar que existía cierto respeto por el partido MIRA. Se le reconocía que cumplía como ninguno la paridad en sus listas al Congreso, o sea una participación igualitaria de hombres y mujeres. Y en eso se destacaban cuando los partidos tradicionales ni siquiera cumplen con las cuotas de representación femenina, tema agotado en países menos patriarcales. Además, algunos de sus senadores y representantes, especialmente las mujeres, han sacado iniciativas importantes en el Congreso de la República. Pero ahora resulta que han empezado a salir a la luz pública elementos muy preocupantes que destruyen probablemente mucho de lo que habían logrado construir.
Independientemente de lo inaceptable que es el rechazo a las personas con limitaciones para ejercer como pastores de esa Iglesia, sospechas que se han tenido en muchos círculos sobre hechos censurables, han salido a flote. Clientelismo igual al que se suponía repudiaban; discursos perversos para atraer no seguidores de sus creencias sino aportantes; mensajes que llevan a manipulación de personas fácilmente influenciables. En fin, unos objetivos que pueden estar muy lejos de lo que se supone deben ser las organizaciones religiosas. Pero serán las autoridades del país las que aclaren todas las sospechas que empiezan a surgir no solo sobre el Partido Mira sino sobre otras organizaciones de esta naturaleza.
Debe reconocerse sin embargo, que pocos políticos se han sustraído del atractivo de las iglesias cristianas. Su gran atractivo, el poder de congregar miles y miles de personas, el sueño dorado de todo aquel que quiere hacerse elegir. Candidatos presidenciales se han hecho bendecir y han acudido en la búsqueda de su apoyo que no es otro que los votos de los miles de sus seguidores.
Es hora de que las autoridades aclaren de una vez por todas, la relación política-religión, vieja sí pero solo hasta ahora en la “mira” pública, con el objeto de que haga parte del menú de males de la política que deben ser corregidos. Como en todo en este país, seguramente muchos de estos grupos cristianos sí cumplen con los verdaderos objetivos de las organizaciones religiosas. Pero sale a la luz que hay excepciones que pueden estar contribuyendo a esa pérdida de valores de nuestra sociedad. Era lo que le faltaba a la ya desacreditada política colombiana.
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