Por desgracia en el pasado existió la tendencia a mezclar el deporte con la política: para Hitler ganar los olímpicos era tan importante como ganar la guerra; el difunto Fidel estaba obsesionado en obtener medallas para demostrar cómo los logros de la Revolución cubana eran un ejemplo a seguir para los países tercermundistas y no alineados; y los terroristas palestinos no resistieron la tentación y en 1972, durante los juegos de Múnich, atacaron la Villa Olímpica matando a varios atletas.
Recordemos así mismo a Carter, uno de los presidentes más blandos que hayan tenido los gringos, quien tuvo la osadía de proponer un boicot a los juegos en Moscú de 1980. ¿La razón? Darle una lección a los rusos por haber invadido a Afganistán en 1979. El bonachón de Carter tuvo un éxito parcial, pues sólo sus estrechos aliados, Inglaterra y Australia, optaron por dejar en manos de los propios deportistas la decisión de participar o no. A su vez Carter amenazó con anular los pasaportes de los conciudadanos que participaran. Al final, apenas 80 naciones asistieron y 65 se abstuvieron. Ya en los siguientes juegos de Los Ángeles en 1984, los rusos le devolvieron el favor a Carter y en esta ocasión ellos mismos y 14 países no asistieron.
Durante todo este tiempo también existió una guerra ideológica, puesto que los países comunistas sostenían que el sucio capitalismo occidental había manchado el noble espíritu de los juegos al asignar un sueldo a sus atletas, acabando así con el espíritu amateur, tan cacareado por el Barón de le Corbusier. ¿Y los atletas comunistas de qué vivían ? Al final se acabó la hipócrita ideología y todos estuvieron de acuerdo en mezclar a “los profesionales’ con “los amateur” para competir. Vale la pena anotar que después de tantos años nadie ha podido descifrar cuál era diferencia entre unos y otros. En los que sí han estado de acuerdo los comuñagas y los salvajes capitalistas es que ganar es lo más importante, no importa si en el camino hay ingesta de esteroides, hormonas de crecimiento o estimulantes indetectables.
Hoy, por desgracia, los exitosos envenenadores rusos nos tienen al borde de otro bloqueo, gracias a su detestable costumbre de intoxicar a sus enemigos. Es por eso Trump ha devuelto el golpe, expulsando en masa de los diplomáticos rusos de EE.UU. Además, ha logrado el apoyo de la ONU y una veintena de países para hacer lo mismo. No dudo por un segundo que en la próxima cumbre Trump-Santos, los dos primeros tirones de oreja de la agenda serán la reanudación de las fumigaciones con glifosfato y por supuesto la expulsión de los diplomáticos rusos.
Trump es un negociador duro. Él es de los que dice no, no y no hasta que les sangre la lengua, al contrario de Santos que clama sí, sí sí hasta que se le pelen las rodillas. Siguiendo este orden de idas, don Donald traerá en su valija de Lima la promesa formal de varios países para expulsar a los inocentes diplomáticos. Después, el siguiente paso, y sintiéndose ya más fuerte, vendrá el siguiente paso: boicotear el mundial de fútbol.
¡Lástima… tan bien que andaba nuestra amada Selección!