Hace algunos meses conocí a Humberto De la Calle. Tal vez el único político colombiano que me despertaba admiración. Recuerdo que me sentí muy emocionado al pensar que conocería al “arquitecto de la paz” y el artífice del acuerdo de paz. Al estrechar su mano le dije: el acuerdo me cambió la vida, lo he leído siete veces (sí, soy el mismo de la nota ciudadana Así le canté la tabla a María Fernanda Cabal) y mi apuesta es la reconciliación. Eso fue a mediados de septiembre del año pasado cerca de la Universidad de Antioquia. Por esos días, De la Calle despuntaba como un aspirante presidencial, pero todavía no se sabía si se iría por firmas o con el aval del Partido Liberal. Yo esperaba que se fuera por firmas y apoyar en la recolección. Sin embargo, De la Calle se empeñó en meterse en una consulta (seguramente César Gaviria tuvo mucho que ver en eso) y el resto es la historia de un fracaso anunciado. Su aspiración se estancó, no ha podido desligarse del lastre de corrupción y clientelismo del liberalismo y perdió un importante sector de opinión, especialmente entre los jóvenes. Ya ni una “pola” me dan ganas de compartir con Humbertico.
El principio del fin de Humberto De la Calle fue su victoria en la consulta abierta del Partido Liberal. Una consulta patética que generó malestar ciudadano por su altísimo costo y su precaria participación (la abstención fue del 97,88%). De la Calle se enfrentó a Juan Fernando Cristo, un político tradicional sin perfil de presidenciable que en sus años a la cabeza del Ministerio del Interior (2014-2017) tejió fuertes alianzas con congresistas pensando en una eventual consulta, es decir, cuando se lanzó al ruedo ya tenía una maquinaría muy aceitada. La victoria de Humberto fue bastante pírrica y en parte ganó por el voto de opinión de Bogotá (cerca de 45 mil votos de diferencia). Tras su derrota en la consulta Cristo marcó una profunda disidencia al interior del partido debido a su enconada rivalidad con su director y a su vez jefe político de De la Calle, César Gaviria. Así, el recién ungido candidato presidencial quedó en medio de una fuerte confrontación sin mayor capacidad de maniobra. Una posición bastante difícil que empezó a enlodar su aspiración ante la opinión pública.
Tras asumir como candidato presidencial De la Calle no se convirtió en el director general del partido (una tradición en las toldas rojas) y “nada tuvo que ver” en la confección de los listados para Cámara y Senado en los cuales Gaviria ubicó en posiciones estratégicas a sus aliados (a los amigos de su hijo “Simoncito”) y a candidatos muy cuestionados. Esto agravó tanto el malestar de Cristo que el mismo De la Calle tuvo que salir ante los medios a excusarse por algo que no había hecho y proponerles a los aspirantes rojos un “pacto por la decencia”. Tras esos acontecimientos comprobé que De la Calle no tenía mayor autonomía ante Gaviria y que solo era un alfil más de su cuerda. Así Humbertico se fue desinflando entre los miles de jóvenes que alguna vez creímos en él. Es evidente que De la Calle responde a los intereses de César Gaviria, el artífice del perverso modelo de intermediación financiera de las EPS y un expresidente empeñado en convertir a su hijo “Simoncito” (el que no sabía leer) en presidente. Fuera de ser un partido desteñido por la corrupción y el clientelismo, el liberalismo va rumbo a convertirse en una suerte de “partido real” con una línea sucesoria propia. Vaya partido el que representa De la Calle.
Ahora, algunos congresistas liberales han planteado la posibilidad de aliarse con Duque o Vargas antes de primera vuelta ya que poco creen en la viabilidad de su candidato y en el “cafecito” de Fajardo. No me extraña de un partido que se ha nutrido abundantemente de la “mermelada” santista y que hace rato perdió su norte ideológico. Siempre pensé que De la Calle era un liberal de principios y no un liberal de partido. Cada vez lo confirmo más porque jamás cuestionaré su decencia, rectitud y honestidad. Ese partido no merece un candidato de sus cualidades personales y humanas. Por eso, me hubiera gustado mucho que se hubiese ido por firmas, así posiblemente hubiéramos construido una candidatura ciudadana como eje de una gran alianza por la defensa de la paz y el acuerdo. Eso ya tan solo es una ensoñación. Tal vez por eso todavía guardo la foto que me tomé con él hace algunos meses. A pesar de sus desaciertos es un buen hombre, seguramente sería un gran presidente. Ahora debe afrontar las consecuencias de su pésima decisión al empeñarse en representar ese partido y comprender que la posible alianza con Fajardo ya pinta tardía.