Una opción distinta a matarnos

Una opción distinta a matarnos

Este texto es un canto de esperanza, en medio de la incertidumbre política del país de cara a las próximas elecciones presidenciales de este 2018

Por: Juan Mario Sánchez Cuervo
marzo 23, 2018
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Una opción distinta a matarnos
Foto: Colprensa

Siempre es mejor ser optimista y creer en la sensatez de los electores y de los líderes políticos; eso es preferible a ir alistando maletas para emigrar hacia un país u otro, como proyectan algunos colombianos afectados por pesadillas inexistentes o ansiedades anticipatorias de todo tipo, según gane X o Y candidato de un lado o del otro.

Por ejemplo, yo no creo que Colombia se convierta alguna vez en Venezuela, por una simple tautología irrisoria: Venezuela es Venezuela, Colombia es Colombia, Chávez es Chávez y Petro es Petro: el ser es lo que es y no otro distinto a él, y una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa… y dispense el lector tanto verbo copulativo y el exceso de iteraciones indigestas, todo en aras de la aclaración y de las salvedades. Tampoco creo que con el triunfo de Duque Colombia se vaya al abismo; será, a lo sumo un poco de lo mismo, o lo que suele llamarse el statu quo, que sosiega a los que le temen a los cambios bruscos y a las incertidumbres económicas; pero para nada sería un escenario dantesco, como para que busquemos refugio en el extranjero los que tenemos ideas distintas al uribismo: la exageración, el extremismo, el fanatismo, “las empeliculadas” es un asunto muy propio de la idiosincrasia colombiana.

No nos espera pues ni el Armagedón ni el paraíso, gane quien gane. No creo, además, que ante el eventual triunfe de Duque el país retorne al oscurantismo del conflicto y que el proceso de paz con las Farc sea arrasado por los tanques de la guerra. Definitivamente me niego a creerlo, y me parecería descabellado: los líderes de la derecha, atendiendo al sano criterio y a las normas del Derecho Internacional, tomarán una decisión prudente en ese sentido, al menos eso espero. De hecho, no estamos ante el mismo escenario de la década de los noventa, ni el país es el mismo de principios del nuevo milenio. Colombia, se quiera admitir o no, ha mejorado en tolerancia respecto al pensamiento político del prójimo. Diez, veinte años atrás no se podía abrir la boca para expresar las ideas progresistas, y menos para hablar en contra de ciertos personajes de la vida pública: la amenaza, el asesinato, el desplazamiento eran consecuencias muy posibles. Siendo yo, como lo he reiterado en varias oportunidades, un hombre de izquierda moderada y ante todo pacifista, le reconozco, al mismo Uribe, entre muchas cosas que no me agradan de su ideario político, algunas cosas buenas.

Verlo todo negro, o solo blanco, todo oscuro o solo luminoso, es una actitud maniqueísta que nunca me ha gustado. Fiel a mi estilo pienso que el hombre es un ser oscuramente luminoso, y que la bondad y la maldad en todos habita. A muchos les parecerá detestable mi diplomacia, pero esa es mi esencia: tengo vocación de bombero que apaga incendios, y no de pirómano que incendia e inyecta el combustible del odio. Se admita o no, en la paz que se negoció tuvo mucho que ver el señor Uribe. No me estoy acomodando ahora, ni caigo en contradicciones: en una entrevista que transmitió el Canal del Congreso y el Canal Institucional lo dije: todos los que intervinieron en el conflicto armado cometieron excesos lamentables, en una guerra no hay inocentes… y si hablamos de perdón, este debe abarcar a todos los involucrados en la guerra, los de un extremo y los del otro. Y también perdón para los que en su momento ejercieron el papel de la autoridad y el orden; ya que no habría justicia si los que en su momento fueron la ilegalidad quedan libres, mientras que los que representaron el Estado o la autoridad también en su momento, terminaran en la cárcel: eso nada le aporta a la paz y a la reconciliación y más bien generaría nuevas formas de violencia. Y lo dice alguien, cuya familia fue víctima de la violencia ejercida por parte de todos los grupos al margen de la ley, incluso del mismo Estado: la verdad, la reparación, la no repetición de los hechos violentos, en mi caso muy particular, me llenaría de alegría y esperanza. “El perdón es la venganza de los buenos”, no me cansaré de repetirlo.

Prefiero soñar con un país enriquecido por la tolerancia, el respeto por las ideas del otro, un país que vea en la diversidad y la diferencia no un riesgo, sino una oportunidad. Por ejemplo, he sido testigo en distintos escenarios, particularmente el de las redes sociales, actitudes esperanzadoras, aun en medio de una minoría que acude al insulto, a las amenazas y al juego sucio del proselitismo político enfocado, no en propuestas, sino en infamias, calumnias y montajes fotográficos obscenos y denigrantes de la dignidad del ser humano. Yo mismo he sostenido debates con mis seguidores en la página que administro: confrontaciones basadas en la razón y el respeto y no en la visceralidad y el fanatismo. A propósito de un comentario de este servidor, en el que decía que simpatizar con ideas moderadas de izquierda era legal (sobra decirlo), más si provienen de un hombre que defiende las instituciones, porque este es un país democrático: aquí no existe una dictadura, por el contrario, existe libertad de expresión. Pensar distinto al uribismo no te constituye ipso facto en un guerrillero, ni siquiera en un simpatizante de la lucha armada. Una amable señora me replicaba muy sensatamente lo que sigue: “(…) y seguir a Uribe tampoco es un delito, y menos te convierte en paraco, ni eres una bestia o un imbécil, maltrato que recibimos los que simpatizamos con las ideas del Doctor Uribe”.Señora tiene usted toda la razón, le dije, los dos tenemos la razón.

Por último, hay más opciones: está el centro, perteneciente a aquellos que no comulgan con los extremos, ni las polarizaciones, ni los fanatismos… los que creen que lo que más le conviene a nuestra patria es un gobierno incluyente, imparcial, que no ponga en riesgos los acuerdos de paz, que no le disguste del todo ni a un lado ni al otro, y que garantice también el statu quo, y que ofrezca oportunidades a todos. En fin, cada uno elegirá la opción que a conciencia le parezca mejor, y será, de suyo, respetable y democrático.

Pero la mejor opción es la que, con mucha esperanza estoy observando en la mayoría de los colombianos: la de debatir, argumentar, exponer las propias ideas sin asomo de violencia ni vías de hecho. La opción de conversar con el enemigo, de ceder un poco, la opción radical y luminosa de no matarnos, como lo hemos hecho durante siete décadas por un color, un partido político, un bando…. e incluso por fruslerías.

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