¿En la casa del Señor no todos son bienvenidos?

¿En la casa del Señor no todos son bienvenidos?

A pesar de que no quería bautizar a su hija, cedió. Sin embargo, cuando fue al primer encuentro se topó con un padre cuyo trato lo hizo desistir

Por: Juan David Vásquez
marzo 22, 2018
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¿En la casa del Señor no todos son bienvenidos?

Tras analizar escenarios de retaliaciones y consecuencias, solo hasta ahora decido que voy a mencionar con nombre propio al antagonista de esta historia.

¿Por qué las cavilaciones y las dudas? Muy sencillo. Porque es la palabra de un ateo contra la de un representante de la iglesia en un país principalmente católico.

Los ateos tenemos la bien lograda fama de ser obstinados y tercos, la prueba de todo esto la sufrió mi esposa cuando me contó que quería bautizar a nuestra hija, a lo que me opuse radicalmente. Argumentos hubo muchos. Iban y venían como balas en un campo de batalla, sin llegar a ser nunca una guerra. No diré que perdí, pero cedí. Me di cuenta de que había que desligar el bautizo como sacramento y verlo como tradición.

El (no tan) esperado día había llegado. Estaba resignado pero decidido a asumir todo con respeto absoluto. La cita fue el sábado 17 de marzo en la Iglesia Santa Rita de Casia, ubicada detrás de la Clínica del Country. Estaba mi familia, la de mi esposa, quienes viajaron de lejos para la ocasión y ahí estaba él: el padre Marino Marín Marmolejo, quien nos recibió sentado en una silla con una actitud tan displicente como incómoda.

Tomamos asiento.

Luego de unos instantes comenzó a hacer preguntas a los papás y padrinos de los niños a bautizar.

De todos oyó lo que quería. De mí, lo que no esperaba, mi verdad:

“¿Por qué quieres bautizar a tu hija?” Preguntó. “No quiero hacerlo, cedí para que lo hagan. No soy creyente pero es la tradición”.

Silencio.

Se quedó mirando y con una cínica sonrisa comenzó lo que es ahora este artículo, una síntesis atemporal de una serie de afrentas de su parte.

El padre Marino deambulaba y de vez en cuando posaba su mano sobre mi cabeza, mientras me increpaba diciendo que yo no soy apto para educar a mi hija. Que esa capacidad para inculcar valores recaía únicamente en la madre y los padrinos por ser creyentes. Me adjudicó el papel del papá que responde económicamente y nada más. Dijo, también, que aquellos que reciben a Dios en sus vidas son considerados seres humanos. Los que no, son nada. Usted es nada, sentenció.

La diplomacia y la serenidad ganaron. Durante ese claro intento por provocarme y aunque yo hervía por dentro, solo asentí con cada cosa que decía.

Las caras incrédulas eran generalizadas en mi familia. Mi esposa, quien hizo hasta lo imposible para convencerme del bautizo, me pidió perdón. ¿A cuenta de qué? Nada de esto era su culpa. Con lágrimas en sus ojos, visiblemente afligida y sin estar preparada para seguir aguantando las ofensas en mi contra, el padre se le acercó y le dijo, textualmente: “Mamita (¿?), usted es muy sensible, ¿quiere que le diga algo para que llore más? Usted a mí tampoco me importa, solo me importa el bautizo de su hija…”

Nos levantamos para salir de la iglesia tras esta, la máxima prueba de odio, porque ahora no solo atacaba al irreligioso, ahora lo hacía con los fieles.

Mi madre fue la última en salir, el padre Marino la llama y manoteando le dice: “Señora. ¡Vaya, vaya, vaya! Haga la tarea, tráigalos para bautizar a esa niña”.

Luego de este episodio que todavía no logro digerir completamente, la curiosidad me llevó a buscarlo en internet. Quería saber si alguien más había pasado por algo similar. Por el contrario, encontré un artículo que lo describía como una persona sencilla, cercana, alegre y que transmite paz. Ciertamente nada de lo que mostró ese día, pues el irrespeto, la soberbia, el odio y hasta la misoginia fueron protagonistas.

¿Qué habría pasado en otra iglesia con otro párroco? ¿El resultado habría sido el mismo? Quisiera pensar que no. Quisiera creer que la formación de estos “líderes espirituales” no se basa solamente en castigar a herejes y apóstatas como en la Inquisición, sino por el contrario forman personas que profesan un mensaje de paz y amor, una imagen más o menos fiel a la que tienen de Dios.

Resulta paradójico pensar que no hubo ceremonia por culpa de quien iba a realizarla, pero resulta inconcebible que además de todo, hiriera la fe de una creyente.

Decidimos darle tiempo a todo. Eso incluye a que nuestra hija crezca y sea ella misma quien decida en qué quiere creer, o si quiere ser bautizada. Al final, aun cuando yo no hubiera estado de acuerdo con la ceremonia desde un principio, tampoco habría querido que ese señor fuera quien la realizara.

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