El fervor por el fútbol en Colombia es una pasión que trasciende fronteras, tal como sucede cada vez que un equipo colombiano juega una competencia internacional en otro país del continente, donde cientos —en ocasiones miles— de hinchas recorren toda Sudamérica para ver al equipo de sus amores. Pero, más allá de ver el partido, parte de los seguidores colombianos viajan indocumentados, consumen drogas y bebidas alcohólicas en vías públicas, piden limosnas en las calles y en repetidas ocasiones protagonizan riñas, roban ciudadanos y asaltan locales comerciales con cuchillos y pistolas.
Detrás de los símbolos, viajes y cánticos a favor del equipo y en contra de los rivales se esconden aspectos de identidad, fervor y fidelidad, inclusive hasta la muerte, que abren la puerta a la violencia y el vandalismo, que ha llegado a otros países muy lejanos, al control de las autoridades y clubes colombianos que, hasta el momento, no han avanzado en una intervención y judicialización de los protagonistas de estos hechos, que impunemente siguen repitiéndose a lo largo de los últimos años tal como queda demostrado en los siguientes eventos:
Para el 3 de noviembre del 2014, dos hinchas de Atlético Nacional fueron acusados de robar un cuchillo a una vendedora de caña de azúcar a las afueras del Estadio Mansiche de Trujillo (Perú). Según los acusados, ellos lo hicieron para defenderse de las barras bogotanas del mismo club verde, que los estaban atacando por ser “paisas”. Minutos después capturaron a varios seguidores del equipo por protagonizar actos obscenos, peleas y robos a turistas. A los detenidos se les encontró en su poder cuchillos, licores, bolsas con bóxer y heridas en los brazos y el pecho.
El 3 de marzo del 2016, algunos seguidores del Deportivo Cali viajaron a la ciudad de La Paz (Bolivia), a ver el partido de su equipo en Copa Libertadores contra Bolívar. Después de que su equipo perdiera por una abultada goleada, 28 hinchas del Cali amedrentaron y lanzaron objetos contra los vehículos y miembros de la hinchada rival. Según informes posteriores de la policía boliviana, los sujetos presentaron alto grado de alicoramiento y olor a marihuana.
El 28 de marzo del 2017, hinchas colombianos de Independiente Santa fe y Atlético Nacional protagonizaron peleas y disturbios en un baño del terminal de buses de Cochabamba (Bolivia). En el hecho, un seguidor de Nacional fue remitido a un hospital por heridas con arma blanca y otros cinco barristas más fueron detenidos por la policía de la ciudad.
El 2 de mayo del 2017, un seguidor de millonarios fue aprehendido por la policía local al ser acusado de herir por la espalda con una botella a un hincha boliviano de Blooming. Ese mismo día, la víctima fue internada en el hospital Bajío de Santa Cruz de las Sierra por las graves heridas que sufrió en los pulmones.
Más recientemente, a inicios del mes de febrero del 2018, centenares de hinchas del América de Cali viajaron hasta Buenos Aires para ver el partido contra su similar de Defensa y Justicia programado por la Copa Sudamericana. Este era un paseo casi obligado para los seguidores que quisieron festejar el 13 de febrero los 91 años de historia del club en Argentina y ver a su equipo en una competencia internacional después de 10 años. Por inconvenientes logísticos presentados a lo largo del viaje, algunos de los hinchas no lograron llegar a Buenos Aires, quedándose estancados en Bolivia o Perú. (Amor, cuál fue el problema de que se hayan quedado estancados por allá? Concluye mejor la idea, porque no veo claro el problema)
Aún más preocupante fue lo que sucedió días después del partido, en el que los hinchas del América que lograron llegar a ver el partido se quedaron represados en Buenos Aires al no tener el dinero suficiente para devolverse a Colombia. El sueño, el hambre y la sed en pleno verano de la ciudad obligó a muchos a mendigar y a robar para su subsistencia, mientras conseguían los medios suficientes para volver a sus lugares de origen. Al final, gracias a la gestión del personero de Cali, Héctor Hugo Montoya, lograron volver a Cali, pero fatalmente coincidieron en Arequipa (Perú) con buses que transportaban a hinchas del Atlético Nacional, lo que al final resultó en una batalla campal.
¿Hasta cuándo se van a seguir repitiendo estas mismas escenas?, ¿por qué las autoridades colombianas no han hecho un seguimiento y una intervención a este problema?, ¿acaso el partido de un equipo colombiano en competencias internacionales da pie para que sucedan este tipo de hechos? Los otros países han expulsado, capturado y judicializado a estos delincuentes, tomando acciones de protección a sus ciudadanos ante estos vándalos que dejan la peor estela de los colombianos, pero sin medidas eficientes por parte de las autoridades colombianas, los esfuerzos internacionales muchas veces se hacen insuficientes para aliviar el problema.
Lo que también preocupa es que la Dimayor (División Mayor del Fútbol Colombiano) no impongan sanciones y seguimientos a estos revoltosos, siendo aún peor que algunas juntas directivas de los clubes financien y apoyen a estas barras bravas. Seguir a un equipo de fútbol no es que barristas lleguen a beber licor, consumir drogas, cantar arengas a altas horas de la noche, parar el tráfico con sus banderas, amenazar a otras hinchadas, dormir en las calles, robar y mendigar en las ciudades sudamericanas; seguirlo es respetar a todos los seguidores del deporte, creando un entorno de paz y sana competencia entre equipos, donde esta sea una razón para la unión fraternal y entretenimiento, sin llegar a estos extremos a los que las autoridades colombianas y los entes de fútbol han permitido estos años, sin haber comenzado a trabajar conjuntamente para hacer una pedagogía contractiva a las hinchadas, multar con servicios comunitarios a los infractores y controlar —o suspender— sus traslados a otros países.