A lo que le tenía más miedo Stephen Hawking, desde que le diagnosticaron a los 21 años una esclerosis lateral amiotrófica, era a quedar encerrado dentro de su propio cuerpo. Todo el universo cabía en su mente, como un personaje de Borges, pero iba a llegar el momento en que todo en él quedaría rígido, seco. Mientras desentrañaba los misterios de los agujeros negros, Hawking investigaba sobre cómo la tecnología podía contrarrestar la enfermedad que lo condenaba a la inmovilidad. A finales de los setenta, cuando ya la esclerosis le había quitado el habla, Intel creó un procesador que le permitía volver a tener palabras. Por esa época le entregaron la primera de las sillas inteligentes que usó. Hawking no estaba conforme: si bien podía comunicar sus pensamientos y podía tener cierta autonomía, él más que nadie sabía que la silla debería tener más velocidad.
El mal era progresivo e invasivo. En sus últimos años lo único que se movía de él era un músculo en la mejilla derecha. Si el músculo llegara a quedarse rígido, Hawking sería un muerto en vida. Por eso Intel creó un sensor detecto por un conmutador inflarrojo montada en sus gafas, lo que le permitía seleccionar caracteres en su ordenador. Así, de esta manera, pudo terminar libros tan importantes como La breve historia del tiempo, El universo es una cáscara, o su divertidísima autobiografía Vida.
A medida que la tecnología avanzaba, Intel hacía la silla aún más compleja y útil. En marzo del 2014 presentaron la última de las cinco versiones que tuvo. Los sensores eran mucho más rápido y ésta, además, había integrado la tecnología de software linguistico de la compañía británica SwiftKey, que trabajó en ella durante dos años, una aplicación de texto predictivo que mejoró la capacidad del sistema hasta el punto que predecía las palabras que Hawking iba a decir. Esos progresos servía no sólo para desarrollar sus investigaciones sino para aparecer en programas de televisión que él adoraba: la comedia The big bang theory.
Los últimos años de su vida, en medio de la terrible enfermedad, Hawking pudo encontrar algún tipo de comodidad. Con su nueva silla el profesor podía buscar más fácil lo que quisiera en Google, un proceso que le era tortuoso –tenía que cerrar su ventana de comunicación, desplazar el cursor para ejecutar su computador, moverlo de nuevo a la barra de búsqueda y, al final, escribir lo que quería buscar- con la nueva silla el proceso se automatizaba a la velocidad del pensamiento. La plataforma, en la que trabajaron durante años cerca de trescientos científicos, fue bautizada como ACAT - Herramientas de Asistencia Conscientes del Contexto-
Hawking no sólo nos ayudó a entender mejor el universo, un legado con el que se puede comparar perfectamente con Einstein, sino que, la revolucionaria silla que él ayudó a crear y perfeccionar, podrá ayudar a las casi tres millones de personas que son tetrapléjicas