A partir del 17 de abril se presentará en el Teatro Colón de Bogotá la adaptación del libro de Miguel Torres El crimen del siglo, al que desde su publicación inicial le he hecho numerosas observaciones por sus extravagantes inexactitudes. Torres ha pasado por alto mis comentarios, pues esa obra más parece una palangana de agua para que se laven las manos los Poncio Pilatos de hoy, en su empeño por cometer memoricidio, distorsionando la historia para limpiar de culpa a quienes, desde el Estado, le dieron origen al conflicto que hasta hoy padecemos.
En primer lugar, un detalle que no es trascendental pero que, a mi entender, debe ser corregido. Se trata de una frase que mi padre, Jorge Eliécer Gaitán, le repetía a mi madre, quien le advertía que lo iban a asesinar, pues desde 1946 se sistematizó y generalizó el genocidio al Movimiento Gaitanista por parte del Estado, tal como está ampliamente documentado y demostrado, tanto con los documentos que hacen parte del Archivo Gaitán, de propiedad de mi familia, como en el periódico Jornada, que fuera el vocero oficial del Movimiento Gaitanista. A las advertencias de mi madre mi padre le respondía: "Las oligarquías colombianas no me matan, porque saben que si lo hacen el país se vuelca y las aguas demorarán años sin cuenta, hasta que regresen a su nivel normal".
Muchas personas desconocen qué significa la expresión "años sin cuenta" y por eso tergiversan su frase al poner 50 años. Incluso me ocurrió con un libro mío que fue corregido inconsultamente en la imprenta... Cuestión de ignorancia del sentido que tiene tal expresión.
Pero hay otras inexactitudes que sí tienen mucha gravedad y es, por ejemplo, pretender que Roa Sierra mató a mi padre por rencor personal. Eso sí tiene la intención de cometer memoricidio, que es un delito de lesa humanidad, pues se trata de encubrir a los culpables, borrando el hecho de que el asesinato de mi padre fue un crimen de estado y no la supuesta rabieta de un hombre resentido que estaba empleado, en ese momento, en el periódico El Siglo a órdenes de Álvaro Gómez Hurtado. Además, Roa Sierra había trabajado, junto con su hermano, en la Embajada alemana nazi y le había prestado servicios de sicariato a la CIA, como lo relató el agente John Mepples Spirito.
A Roa Sierra lo linchó la multitud después del crimen, cuando el jefe de la policía, el Coronel Virgilio Barco, le ordenó a dos policías —como está ampliamente demostrado— que levantaran las rejas de la droguería donde lo habían resguardado, diciéndoles "déjenselo a la multitud" (sic).
Le pregunté a Miguel Torres cómo había sabido que el móvil de Roa fue porque mi padre no le había dado puesto. ¿Habló Torres con el asesino? Estaba demasiado joven para hacerlo. Pero ¿quién habló con Roa Sierra antes de que el pueblo lo linchara poco después de que cometiera el crimen? Porque solo así podría haberse enterado que esas eran las intenciones de Roa Sierra. A menos que Miguel Torres tenga facultades paranormales y haya hablado con el espíritu de Roa...
Por otra parte, está probado y comprobado hasta la saciedad que los gestores intelectuales del asesinato encomendaron a Plinio Mendoza Neira para que sacara de la oficina a Jorge Eliécer Gaitán del brazo para que Roa Sierra supiera contra quién debía disparar, porque nunca había estado cerca de mi padre y no podía reconocerlo, a menos que Mendoza Neira cumpliera el papel de Judas, que besó a Cristo para identificarlo ante sus victimarios.
De modo que la "cantidad de detalles" que ustedes señalan que cuenta Torres son mera especulación y no fruto de una investigación seria e histórica, sino sujeto a la libertad de imaginación que otorgan los escritos novelados de la historia, que se permiten ligerezas para acomodarlos a los intereses de quienes los promueven.
No es de extrañar que el Ministerio de Cultura patrocine esta pieza de teatro memoricida, pues durante todo el gobierno Santos no ha hecho otra cosa que empeñarse en borrar la historia del gaitanismo, destruir sus monumentos culturales y ser cómplice de quienes han buscado sistemáticamente convertir a Gaitán en un personaje sin ideas, demagogo y mediocre, para borrar la mística que le guarda el pueblo como guía en su camino de redención y cambio.